Columna de Héctor Soto: Otro aire

Aunque gobierno y oposición parecieran moverse en dos galaxias distintas, la posibilidad de alcanzar pronto acuerdos razonables en impuestos y en pensiones no es remota. Y no lo es porque el país, a diferencia de lo que sucede en la clase política y en las redes sociales, dista mucho de estar tan polarizado en estas materias. En ambas el sentido común dice que hay que extremar el esfuerzo tanto para apuntalar la inversión, porque el crecimiento sí importa -y no es parte del paisaje, como lo creyó el ministro Arenas-, como para corregir las insuficiencias del actual sistema de pensiones y robustecer, en particular, el Pilar Solidario.



Es revelador lo que una simple ronda de conversaciones puede conseguir para relajar un poco el clima de crispación política que se instaló en las últimas semanas. Posiblemente, nada de lo que ocurrió en los encuentros del Presidente con los jefes de los partidos políticos opositores da para asegurar que habrá luz verde a la idea de legislar en materia de reforma tributaria o reforma de las pensiones. Pero el hecho concreto es que desde esta semana comenzó a circular otro aire. Al final no es tan sorpresivo, porque desde que el mundo es mundo la gente se entiende hablando. Mucho mejor si es cara a cara y si el intercambio de puntos de vista tiene lugar, como en este caso, con algún sentido de urgencia de país.

Llega un momento en que es una irresponsabilidad convertir en puñales cada idea que se plantea y cada palabra que se dice. Es un juego peligroso no solo porque deja en el camino muchos heridos, sino también porque bloquea toda posibilidad de entendimiento. Las guerras normalmente no empiezan por afrentas intolerables; la mayoría de las veces provienen de la acumulación de ofensas y descalificaciones veniales, hasta que la última enciende los cañones y pasa la cuenta de todas las demás.

Aunque gobierno y oposición parecieran moverse en dos galaxias distintas, la posibilidad de alcanzar pronto acuerdos razonables en impuestos y en pensiones no es remota. Y no lo es porque el país, a diferencia de lo que sucede en la clase política y en las redes sociales, dista mucho de estar tan polarizado en estas materias. En ambas el sentido común dice que hay que extremar el esfuerzo tanto para apuntalar la inversión, porque el crecimiento sí importa -y no es parte del paisaje, como lo creyó el ministro Arenas-, como para corregir las insuficiencias del actual sistema de pensiones y robustecer, en particular, el Pilar Solidario.

Incluso, en el control preventivo de identidad -que es un tema donde las posiciones día que pasa se siguen alejando, pero que, guardemos las proporciones, no es parte del núcleo duro de ningún gobierno- quizás haya llegado la hora de conversar con el proyecto sobre el escritorio más en serio. En rigor, este asunto no es un tema de dogmática política. Tanto no lo es que la propia Nueva Mayoría estuvo en un momento dispuesta a aprobar el referido control en el gobierno anterior en la Cámara de Diputados, sin establecer ningún mínimo de edad. Después sus parlamentarios cambiaron súbitamente de opinión, porque el asunto se cargó de una significación ideológica que a todas luces no debería dársele. En esto, más que los discursos principistas y de ojos en blanco, es mejor analizar la experiencia y escuchar, más que a los expertos, a los que tienen trayectoria y calle. ¿Es una medida efectiva? La idea del gobierno de bajar el límite de edad para el control preventivo, con todo lo mal presentada que fue, quizás tiene alguna racionalidad si es cierto, como se ha señalado, que el 30% de los portonazos, casi la misma proporción de los robos de autos y más de un 20% de los robos con violencia son protagonizados por menores. ¿De qué modo conversa la rebaja de edad con esta realidad? A todas luces, el fondo del problema no está en el control, sino en otra parte. Por lo mismo, el gobierno debería explicar mejor la conexión que ve entre una cosa y otra.

Es verdad que el Presidente se ha estado exponiendo en las últimas semanas, a veces más de la cuenta, al involucrarse en debates y asuntos que eran de la incumbencia de sus ministros e incluso de jefes de servicio. También lo es que al establecer estos contactos con la oposición el Mandatario corre un riesgo político no menor, porque nada garantiza que sus interlocutores se hayan corrido un solo milímetro en sus posiciones. Pero hay tareas que un Presidente debe llevar a cabo incluso bajo la sombra de altas probabilidades del fracaso. Igual se justifican. A menos que nuestra democracia esté muy dañada, nunca conversar con la oposición será una pérdida el tiempo.

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