Los distintos tipos de duelo que deja la pandemia

Asistentes de servicios fúnebres trabajando con sus trajes de protección en el traslado de un fallecido por coronavirus hasta el cementerio. Gentileza de Funeraria Hogar de Cristo.

A 18 meses del arribo del coronavirus en Chile, miles de familias han sufrido el fallecimiento de uno o más seres queridos por causa del coronavirus. Partidas repentinas, la imposibilidad de velatorios y funerales con aforo reducido han hecho que el dolor se agudice. El trance del duelo, explicado por sus protagonistas.


Días después de enterrar a su marido, Zoila Moreno tuvo un sueño. “Ella soñó que mi papá (Juan Órdenes) la venía a buscar vestido de blanco, que le decía que iban a estar mejor donde él se la llevaba. Me lo contó mientras hacíamos la cuarentena”, recuerda Liliana Órdenes Moreno (47) la penúltima hija del matrimonio maipucino. Días después, todo se complicó aún más. Entre el 9 de febrero y el 4 de marzo, sus padres se unieron a la larga lista de fallecidos por coronavirus en el país.

La lista de familias que han sufrido cada partida es aún más extensa; solo en la familia Órdenes Moreno la ausencia golpea a 18 personas, entre hijos, nietos y bisnietos. “Fue todo tan rápido. Un día estábamos en el funeral de mi papá y tres semanas después estábamos llorando la muerte de mi mamá. Habíamos tomado todos los resguardos posibles, porque mi papá tenía enfisema y fibrosis pulmonar, pero se contagió igual”, lamenta Liliana.

Perder a sus padres, dice, ha sido el peor dolor que ha padecido. Pero hacerlo durante la pandemia y en las circunstancias en como sucedió, lo ha hecho aún más difícil.

Y es normal que así se sienta. “El duelo es una experiencia común dentro de nuestro proceso de vida. Cuando las personas pasan por esto deben acostumbrarse a una serie de desafíos, a vivir sin el ser querido. Es una forma nueva de vivir”, explica Nadia Ramos, académica de Psicología en la U. de Talca y presidenta de la Asociación Chilena de Estrés Traumático. Soportar este vacío con un escenario tan incierto como el que planteó el COVID-19 es un desafío aún mayor.

Tenemos ritos funerarios que nos ayudan a elaborar el dolor, pero no se han podido realizar. Por eso, se han debido buscar otras formas de vivir este rito: a través de redes sociales (en honrar al fallecido), para compartir con sus seres queridos este dolor; o simplemente aplazándolo hasta cuando las condiciones permitan rendir un mejor homenaje”, reconoce la doctora en sicología.

Juan Órdenes y Zoila Moreno, marido y mujer, fallecidos en febrero y marzo pasado por COVID-19. Foto: gentileza familia Órdenes Moreno.

Un muerto, muchos duelos

José Quezada (58) trabaja como sepulturero en el Cementerio General de Santiago hace 28 años. Desde que comenzó la pandemia, él y su equipo debió asumir el sobrecupo de funerales que hubo en el recinto de Recoleta, cargando con una demanda que llegó a triplicar el número de ceremonias diarias, según sus cálculos.

Ha visto de todo. Al principio, aunque con algunos matices todos respetaban las medidas sanitarias, pero al pasar los meses ya muchos las dejaron. “Hay que tener un tacto especial para tratar con los deudos de un fallecido. Muchas veces fallecen siendo solo sospechosos de haber tenido COVID-19, pero los familiares se niegan a aceptarlo y quieren tener otro tipo de funeral, mucho más masivo”, expone.

Aunque ha generado “un cuero de chancho”, dice, con todos los años de trabajo en el Cementerio, Quezada describe que siempre intenta ponerse en el lugar del deudo. “Lo más importante es tratar de entender a la persona que está sufriendo. A veces me piden unos minutos más antes de enterrarlo y se los doy, porque también hay que entender que es complicado despedirse de esta forma de un ser querido. Por lo general, un funeral ahora no dura más de media hora”.

Las despedidas

A diferencia de las breves despedidas, son largos los días en que los pacientes luchan por sus vidas. Bien lo sabe Francisca Gacitúa (29), enfermera y ex funcionaria de la UTI de la Clínica Bicentenario. Como a muchos profesionales de la salud, la experiencia de combatir el COVID-19 terminó agobiándola en todos los aspectos de su vida, sobre todo el emocional.

“Durante el peak de la segunda ola terminé devastada. Realmente tuvimos el dilema del último ventilador y todos los pacientes que no alcanzaban uno, principalmente los mayores, debían quedarse en la UTI. Ahí, terminaban falleciendo ahogados. Era desgarrador ver eso, pero debías llorar y seguir, porque eran 40 pacientes en esa condición. Cuando me iba a la casa lloraba todo el camino”, recuerda la enfermera.

Quizás no fue lo correcto, pero para entregar algo de paz a las personas que esperaban que un milagro salvase a sus familiares, algunas veces debió flexibilizar sus protocolos. “Muchas personas solo querían despedirse de sus familiares, pero eso no estaba permitido. Igual, conseguí que mi jefatura autorizara que algunas familias pasaran a despedirse. Entraban completamente protegidos y ni podían tocarlos, era muy triste, pero era lo único que se podía hacer en ese momento”, reconoce.

José Quezada (58), sepulturero del Cementerio General de Santiago.

El protocolo sanitario indica que, en el caso de los fallecidos por coronavirus, sus cuerpos deben ser sellados y retirados por la funeraria en el menor tiempo posible. Con el tiempo en contra y con una carga de trabajo disparada, los trabajadores de funerarias también se vieron afectados. “Mucha gente se quejó porque no estaba permitido ver a la persona fallecida, ya que venían los ataúdes sellados, y nos reclamaban a nosotros. Al final, terminaron haciendo las bolsas con una parte transparente para que los familiares pudieran reconocerlos”, cuenta Marco Antonio Cáceres (52), trabajador de la funeraria Corona de Cristo, de Santiago Centro.

Magdalena López, sicóloga especialista en duelos y coordinadora del programa Contigo en el Recuerdo, del Parque del Recuerdo, ha acompañado a decenas de familias a vivir el luto. “A muchos les ha costado asumir que sus seres queridos murieron por COVID-19, no creen el diagnóstico porque los vieron irse internados y a los días o semanas fallecieron. Y si a eso le sumamos la falta de rituales, el no poder ver el cuerpo del ser querido, recibir un abrazo o rendir un reconocimiento al difunto en su funeral, han hecho que este dolor sea más fácil de llevar”, cuenta.

Lo peor, dice Magdalena, es ocultar la pena. “Vivimos en una sociedad que huye del dolor y eso está mal. Para poder superar una pérdida difícil es necesario vivir ese dolor; hablar de los sentimientos que uno siente ante esta situación es algo que ayuda muchísimo”.

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