Las nuevas (y aburridas) reglas de la soltería

La pandemia y la distancia social alteraron las formas de conocer gente. El cortejo mediante aplicaciones se expandió y la videollamada dejó de ser una herramienta netamente laboral. Pero aún en confinamiento, o con contagios subiendo, los solteros siguieron saliendo a citas. ¿Puede una política sanitaria frenar el deseo?


Teníamos suerte de estar de viviendo en Santiago. De aún ser jóvenes en un minuto en que siempre parecía estar pasando algo y donde cualquier fin de semana tantas cosas eran posibles: un estreno de una película, un concierto, la apertura de un bar o una salida a un cerro. Y nos acostumbramos a que todo eso estuviese a nuestra disposición. A que siempre hubiera algo que hacer, algún lugar donde ir y, por eso, era más difícil sentirse solo. Incluso aunque viviésemos en departamentos pequeños dentro de torres enormes. Esos 40, 50 o 60 metros cuadrados no eran más que dormitorios en una ciudad que, como nunca antes, daba muchas razones para estar afuera. Santiago estaba lejos de ser la mejor ciudad del mundo y era cada vez más costoso formar ahí una familia. Pero si tenías la suerte, o el privilegio, de no depender de nadie, Santiago sí podía ofrecerte eso: la posibilidad de chocar con gente con esa misma voracidad de estrujar las pocas horas libres que nos quedaban del día.

Ser soltero con nuestras jornadas laborales de diez horas, viajes de 45 minutos en metro y discurso empoderado nos llevó a creer eso que Don Draper le dice Rachel Menken en la primera temporada de Mad Men:

“Naces solo y mueres solo, y este mundo simplemente te impone un montón de reglas para hacerte olvidar esos hechos. Pero nunca lo olvido. Vivo como si no hubiera un mañana, porque no lo hay”.

Pero vivir sin un mañana significaba otra cosa. Era salir hasta la madrugada un jueves, sin importar la resaca del viernes. Era gastar demasiado en ropa, en viajes y en cortes de pelo. Era usar la línea de crédito y darse lujos que la generación de nuestros padres, ya sea por austeridad o estrechez económica, nunca concibió como posibles. Luciano Lutereau, un doctor en Filosofía y Psicología de la Universidad de Buenos Aires, lo definió bien durante una entrevista para Página 12. “El soltero es aquel que se desentiende de que algo del otro lo pueda marcar o tocar. Que algo del otro le pueda imponer algún tipo de compromiso o restricción. O que, en última instancia, lo confronte con un acto”, dijo esa vez.

Nada podía restringir nuestro hedonismo de happy hour. Nada, claro, hasta que llegó una pandemia que cerró la ciudad, limitó el contacto físico y nos mandó de regreso a esas torres altas y a esos espacios cerrados de 40, 50 o 60 metros cuadrados, decorados como departamentos pilotos, sin nada ni nadie que los hiciera sentir como un hogar donde uno quisiese refugiarse.

-Durante la pandemia me llegaron muchos pacientes solteros -cuenta la sicóloga clínica Michelle Pollmann-. A varios les complicó un poco este espacio de soledad. Pero también los movilizó a hacerse cargo de cosas que habían chuteado por mucho tiempo.

A veces era comprar finalmente esa aspiradora robot, aprender a cocinar algo más que arroz con hamburguesas o comenzar una rutina de calistenia. Y a veces, también, eran reflexiones más grandes.

-Nos dimos cuenta que los seres humanos tienen, a diferencia de los animales, dependencia de otros seres humanos -agrega Pollmann-. Piensa en la película El náufrago: el protagonista tuvo que inventar a Wilson para sobrevivir.

Las citas por videollamadas, supongo, fueron nuestro Wilson para combatir la distancia social. La búsqueda de una cara amigable en una pantalla con quien conversar, ya no para seducir, sino que para algo más: enseñarnos, durante esas semanas largas de invierno en buzo y cuarentena, que Don Draper no podía tener la razón.

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Ana llevaba tiempo soltera y nunca había usado Tinder. Lo hizo ahora, a los 31 años, cuando los bares y restoranes volvieron a abrir sus terrazas, porque pensó que era la única forma de conocer gente. Para Natalia (29) fue parecido. La pandemia, cree, cambió los objetivos por los que la gente usaba la aplicación:

-Tinder se abrió como herramienta para conocer gente y no necesariamente para un coito casual.

Natalia es doctora, por eso habla así. Lo que dice, sin embargo, fue parte de une tendencia global. Si la pandemia cambió el cine por el streaming y la compra en tiendas por la venta online, también alteró las dinámicas del flirteo. Según cifras de Tinder en Estados Unidos, el último trimestre del año el uso de la aplicación subió más de diez veces con respecto a fines de febrero de este año. Todos estamos hablando con tanta gente y al mismo tiempo, que a veces nos pasa la cuenta.

Una vez en un bar, una diseñadora empezó a retomar una historia como si la hubiese relatado antes. Cuando se dio cuenta del error, dijo: “Perdona, se la había contado al otro gallo de Tinder”. Otras veces son más divertidas, como cuando nos sentamos con una sicóloga en una terraza y, después de sonreír y decir que era un gusto conocerme, preguntó:

-¿Contigo hice match por Tinder o por Bumble?

Bumble es otra aplicación para conocer gente y después de recolectar información entre usuarios de Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda, Canadá y Australia, publicó un estudio sobre las tendencias que vieron en un mundo de citas en pandemia. La primera es que la gente está más honesta y especifica exactamente lo que quiere. A veces es solo sexo y una cerveza un martes por la tarde, sin llamadas posteriores, y otras, alguien a quien querer por el resto de la vida. La segunda es el amor astrológico: gente que busca conectar con solteros de ciertos signos zodiacales que, según su carta astral, garantizan mejores posibilidades en el amor.

Ha pasado. Una académica, doctora en Sociología, dijo que no era buena idea salir porque yo era Libra y ella muy Piscis.

La última es el “slow dating” que no es otra cosa que, por motivos de restricciones de desplazamientos y toques de queda, estamos demorándonos más en conocernos: pasando de la aplicación al WhatsApp, del WhatsApp al Zoom y ahí, recién, a la cita presencial.

-El problema es cómo relacionarse con el mundo desde un punto de vista que no sea la ansiedad, porque esta es la que define la diferencia entre un uso compulsivo de la tecnología y otro instrumental, como un medio para un fin. Ahora bien, cuando las pantallas se vuelven un remedio para el ansioso, su uso se vuelve vacío, no produce siquiera placer, sino que apenas entretiene y más bien narcotiza -dice el sicoanalista Luciano Lutereau.

Con Paula (26) fue así: largo, pausado, completando todo el circuito de plataformas. A veces nos reíamos pensando que al final de todo esto la única posibilidad que nos quedaba era la de ser amigos, porque sería una pena dejar de hablar si es que el match no prosperaba.

Solo que debajo de esa calma sigue estando esa pulsión por desear y, sobre todo, la neurosis por ser deseado.

“Especialmente en una época cada vez más individualista en la cual estamos obsesionados con nuestro propio deseo, el deseo del otro es el gran problema siempre -dijo la filósofa y escritora argentina Tamara Tenenbaum, en una entrevista en Letras Libres-. Es la parte que no podemos controlar en un siglo en donde queremos controlarlo todo”.

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Hay otra cosa que cambió: sin discoteques, con bares regidos por el toque de queda y balnearios cercados con cordones sanitarios, ser soltero empezó a ser más aburrido que estar con alguien. La adrenalina y la posibilidad de lo imprevisto, que era lo que amarraba a muchos a la idea de no comprometerse, desaparecieron y, en cambio, fueron reemplazadas por la monotonía de fines de semana encerrados, preparando almuerzos y cenas para uno, con largas tardes frente al televisor, deseando poder salir pronto y terminar con la distancia social.

Ser soltero antes significaba poder conocer a cualquier persona un sábado. Serlo hoy, estando en Fase 2, significa pasarlo con Netflix.

La sicóloga Michelle Pollmann lo llama una falta de piel.

Luciano Lutereau, a partir de su consulta, ve algo más:

-Escucho que muchos piensan que no es necesario estar en pareja, pero que lo desean. Es decir, que la pareja deja de ser una norma y, por lo tanto, puede ser una elección. Así es que estar solo no es lo contrario de estar pareja y puede surgir una nueva opción: estar con otro, pero sin fusionarse; estar en pareja, pero conservando intereses personales y los del otro.

Con Paula finalmente salimos esta semana. Antes de pasarla a buscar, llamé al Dr. Carlos Pérez, infectólogo y decano de la facultad de Medicina y Ciencias de la Universidad San Sebastián, para preguntarle qué tan riesgoso era salir en citas ahora, cuando el nivel de contagios diarios de Covid-19 volvió a escalar. Dijo que estaba ocupado, que más rato me respondía con un mensaje de audio.

Estábamos tomando una cerveza en Providencia, cuando él respondió.

Le conté a Paula de qué se trataba y le pregunté si quería escuchar. Me dijo que sí y acercó su silla a la mía.

-Es riesgoso en tiempos de pandemia, reunirse con una persona y tener un contacto estrecho, que probablemente va a ser no protegido y que podría resultar en una infección por Covid-19 -explicó el Dr. Pérez-. Realmente es una decisión personal, pero el riesgo existe porque, insisto, se trata de una persona desconocida, cuyos riesgos de estar contagiada son desconocidos.

Estábamos sin mascarilla, en una terraza, a menos de 50 cm de distancia. El virus, potencialmente, podría estar aquí.

-Por temas de confidencialidad de las personas, no hay reportes de contagios durante citas. Pero lo más probable es que hayan ocurrido -agregó el infectólogo.

Con Paula nos miramos. Quedaba el último mensaje del médico.

-Deben ser pocos en todo caso, porque las personas se han estado cuidando bastante.

Con Paula nos reímos.

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