Útil, indeciso, ideológico, antivotante...: Y usted, ¿qué tipo de votante es?

Puede estar decidido hace meses. O estar expectante a las últimas semanas. Haber cambiado de opinión una o dos veces en lo que va de carrera. Esperar a esa conversación con amigos y familiares, para sondear sus posturas. E incluso asumir que no tomará la resolución más relevante en el ciclo democrático de un país hasta que esté frente a la papeleta misma. Todo eso, claro, sin considerar la otra opción que planea en todos estos casos: no ir a votar.


Las fechas se acercan. En 28 días más -cuatro semanas-, Chile votará por nuevas autoridades. Hay contiendas de Cores, diputados, senadores en algunas regiones y, por supuesto, una elección presidencial que acapara buena parte de la atención. Con entre 20% y 30% de la población sin tener tomada su opción, de acuerdo con las diversas encuestas que se han publicado en los últimos días, solamente hay algo claro: en algún momento habrá que tomar una decisión. ¿Cómo y por qué alguien resuelve apoyar a un candidato sobre otro, o marginarse y no acudir a las urnas? Ésta es una guía que apunta a decodificar las maneras en que cada elector puede llegar a esa decisión, con categorías de votantes de acuerdo con su comportamiento. Ojo: en algunos casos, una misma persona puede pertenecer a varias de las categorías de forma simultánea.

Votante útil

Si hubiera que retratarlo, estaría con una calculadora en mano. Frío y pragmático, analizando escenarios, estimando cuánto apoyo tendría cada opción y proyectando incluso modelos distintos de segunda vuelta. Y, por eso, puede llegar a votar por un candidato que no es el que más le gusta, simplemente porque así su participación rinde más para los fines que él busca.

El “votante útil” se guía por las encuestas y el ambiente de los comicios. Tiene claros ciertos principios que usa como una guía inicial para salir a auscultar su sufragio. En casos extremos, sus motivaciones pueden ser confusas: por ejemplo, votar por un candidato que va tercero para intentar que éste pase a segunda vuelta, simplemente porque lo ve como un mejor duelo para el candidato que va liderando con cierta ventaja en ese balotaje. O porque con eso se da un escenario político que él ve como mejor.

Esto puede darse a partir de una mirada ideológica, buscando aquella opción que maximiza las opciones del bloque con el que se tiene cercanía, o, al revés, desde una perspectiva netamente de consumo electoral. “En la teoría de la elección racional, yo voy a considerar los costos y beneficios que traería para mí y el país cada opción, y decido el voto en torno a eso y no a una definición estructural de identificación partidaria. No tengo problema de cambiar de color político en la medida que tenga beneficios personales”, dice Mauricio Morales, doctor en Ciencia Política de la Universidad Católica y académico de la Universidad de Talca.

Kenneth Bunker, doctor en CienciaPolítica de LSE y director de Tresquintos, agrega otra perspectiva: lo difícil que es jugarse por una estrategia en unos comicios tan impredecibles como los actuales. “Sabemos que las personas votan porque sienten que su voto puede incidir en la elección. ¿Dónde vale más mi voto? Pero el voto táctico también es difícil de tener en momentos tan líquidos como éste: por eso hay tanto movimiento e improvisación”, apunta.

El antivotante

“Cualquiera, menos él o ella”. Si la frase lo identifica, bienvenido: es un antivotante. Una categoría muy cercana al voto útil, que nace sobre todo de la polarización, y que apunta a evitar antes que todo el triunfo de un sector o candidato, sin importar que para ello haya que pasar por un trago que a veces puede ser muy amargo.

El ejemplo internacional más clásico se dio en las elecciones presidenciales de Francia de 2002. Allí, en una segunda vuelta, los socialistas se volcaron en masa a apoyar a quien había sido una de sus némesis históricas, el derechista Jacques Chirac, porque la otra opción les parecía simplemente inaceptable: el líder del Frente Nacional Jean-Marie Le Pen, cuya agenda de extrema derecha apuntaba a la salida del país del Euro y que había hecho declaraciones en la línea de relativizar la dureza de la ocupación nazi de ese país en la Segunda Guerra Mundial.

A nivel local, hay varios analistas que apuntan que algo parecido ocurrió en las primarias de Apruebo Dignidad, con votantes que habrían apoyado a Gabriel Boric pensando en evitar la llegada a la papeleta del alcalde de Recoleta, Daniel Jadue (PC).

En este caso, el trabajo de los candidatos se da en dos espectros: primero, intentar visibilizar los puntos más polémicos de sus rivales, esperando que eso genere un efecto de rechazo. Y, segundo, convencer a quien ya está convencido de no votar por alguien que su candidatura es la que mejor le da una opción, ya sea por perspectivas ideológicas o, simplemente, electorales.

“El voto estratégico no necesariamente significa votar por el mal menor. Es, en realidad, algo así: me gusta A, pero voto B para que no gane C. Puede ser el escenario, por ejemplo, en el que está hoy un votante de centroderecha”, señala Mauricio Morales.

Votante ideológico

Suelen ser el “núcleo duro” de las candidaturas: personas que desde el primer día están definidas sobre cuál será su opción a partir de cuánto cuadra ella con su imaginario político personal, y a quienes además es difícil hacer cambiar de parecer, a lo menos en una primera instancia.

A este nicho no le importa cuánta sea la posibilidad real de que su candidato llegue al poder: las ideas que se defienden están primero. Se dan en todos los sectores del espectro político, pero el ejemplo más notorio en Chile es el Partido Comunista, que, si bien nunca ha sido la colectividad más votada, tiene un piso en torno a 300 mil votos en prácticamente todas las elecciones desde el retorno a la democracia.

Bunker y Morales apuntan a que varias de las teorías sobre comportamiento de los votantes ahondan sobre los motivos para esta afiliación. El académico de la Universidad de Talca apunta que tanto el denominado modelo sociológico del voto como el modelo psicológico apuntan a que el sufragio está condicionado por determinantes permanentes -como el origen social o la religión- o bien de los entornos familiares, en el segundo caso. “Los votantes muchas veces actúan como los hinchas de un equipo de fútbol: yo soy de Colo Colo, y aunque Colo Colo haya peleado por no descender, yo no me voy a cambiar de equipo. Aunque mi gobierno y mi partido lo haga mal, yo voy a seguir votando por ellos”, dice.

Es un grupo que jamás consideraría votar por otro candidato si es que hay uno de su partido o ideología en la papeleta. Pero, aunque son de nicho, sí son relevantes en el sistema chileno por el factor de la segunda vuelta: en un escenario donde hay sólo dos opciones más la abstención, las señales que den los principales líderes que siguen, o las colectividades a las que adhieren, cobran un peso especial. Y, sobre todo, son importantes porque proporcionalmente tienen una alta participación.

“Cuando uno filtra entre las personas que votan y las que no votan, en las personas que votan el eje ideológico sigue siendo un factor preponderante para explicar la intención de voto. Son votantes mucho más estables, más tradicionales y que mueren con las botas puestas”, añade Morales.

Votante tímido

Es fácil reconocerlo, porque expone sus dudas en reuniones sociales, con amigos y familiares. Como perfil, es una persona que valora ir a sufragar y todo lo que ello representa, pero que -por tiempo o interés- no se interioriza demasiado de la disputa en curso. Entonces, se enfrenta con la disyuntiva de cómo decidir su voto ante candidatos que no necesariamente conoce bien.

Este grupo tiende a hacer fe de lo que le plantee el entorno que más confía, y su decisión más crucial es si acude a votar o no. En ese sentido, está más cerca del modelo psicológico del voto, denominado también Escuela de Michigan o de la Identificación Partidaria: es decir, busca los referentes en su entorno cercano. Pero es un grupo atractivo para las campañas, porque tiene disposición a participar y está disponible para escuchar argumentos. Es aquí donde el efecto del “boca a boca” genera más ganancias.

Votante protesta

Es el nicho del “que se vayan todos”, y -tal como el votante ideológico- explica una parte importante de los votos que reciben candidaturas que tienen opciones muy remotas de ganar. La opción de quien sufraga es mostrar su malestar con lo que considera a las colectividades o ideologías más dominantes. No está particularmente en contra de ningún abanderado, pero por ello sus opciones aparecen entre quienes tienen discursos que se desmarcan del “sistema”, o que emergen como una alternativa nueva.

Tampoco es, en un punto inicial, un votante que busca el triunfo. Le parece más relevante la señal que se da con el sufragio que cualquier resultado concreto en términos del poder. Puede incluso no compartir una parte relevante de la ideología del abanderado por el que vota, pero quien opta por esta estrategia entiende que lo más importante es el gesto en sí mismo.

Kenneth Bunker marca otra mirada. En la literatura de la ciencia política, se relata el denominado underdog effect: es decir, que la gente apoya a un candidato que no sea el favorito por simpatía y oposición a las principales cartas. “Una elección donde eso fue muy claro fue en 2009, con Marco Enríquez-Ominami, que era un underdog completo: antisistema, el candidato joven y sexy de 36 años. Y uno podría decir que en la primaria de Apruebo Dignidad Gabriel Boric era underdog, pero ahora ya lleva más de tres meses como el líder, es otro escenario”, dice.

Votante a ganador

Es uno de los casos más estudiados en las ciencias sociales y los análisis de votos. Y siempre se llega a una conclusión similar: más allá de los factores políticos, hay un grupo de la población que en las elecciones más relevantes apuesta por quien ven como la carta con mayores posibilidades de triunfo. De hecho, es este grupo el que puede ser más influenciado por las encuestas y los sondeos previos a los comicios, y las tendencias que éstos muestren.

Bunker relata que en los estudios de conducta del voto se ha descrito el denominado bandwagon effect, algo que -en traducción directa al chileno- sería como “subirse al carro de la victoria”, lo que puede generar movimientos en la medida que la carrera avanza: “Uno puede tener sus gustos, pero también va mirando el escenario político, y sobre todo en escenarios líquidos como el de hoy”.

El no votante

Proporcionalmente es el grupo más alto: en cada una de las elecciones presidenciales desde la incorporación del voto voluntario ha correspondido a cerca de la mitad de la población con edad para sufragar. Y lo más probable es que, otra vez, entre siete a ocho millones de personas no participen en los comicios venideros. Pero de este nicho se pueden marcar diferencias relevantes, sobre todo en una segunda vuelta.

Un ejemplo: entre la primera y la segunda vuelta de 2017 hubo 352.857 votos más, pasando de 6.680.021 a 7.032.878, lo que equivalía a cerca del 5% de los sufragios totales de la elección. La urgencia del balotaje, en especial si está disputado, puede generar un escenario similar. En este caso, se puede diferenciar en dos grupos: los que no van a ir a votar en ningún momento, o los que podrían considerarlo.

En muchos casos, sus patrones exactos son un misterio. “Hay muchas personas que no votan, y que también es un fenómeno que está poco estudiado. Miramos mucho los votantes, pero no tanto a quienes no votan. Y nadie se levanta un día y dice: ‘ya, no me va a interesar más la política’”, es el análisis de Kenneth Bunker.

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