A 40 años de la guerra de las Malvinas: las memorias de cinco veteranos

Soldados argentinos en Malvinas, el 13 de abril de 1982. DANIEL GARCIA / AFP)

El 2 de abril de 1982, militares argentinos desalojaron a las autoridades británicas de las islas, "ocupadas" desde 1833. La disputa por este territorio en el Atlántico Sur duró poco más de dos meses, dejó 649 soldados argentinos muertos y a Argentina sin la soberanía de este archipiélago. A cuatro décadas del conflicto, La Tercera conversó con cinco protagonistas transandinos de la guerra.


Jorge “Beto” Altieri, salvado por su casco

“Estuve en el Servicio Militar Obligatorio durante un año y fue la única preparación que tuve previa a la guerra, nada más. Era un entrenamiento poco detallado”. Jorge Altieri, conocido por sus cercanos simplemente como “Beto”, perteneció al Regimiento de Infantería Mecanizado 7 de la ciudad de La Plata. Justo cuando había retomado su vida como civil para practicar artes marciales, recibió un llamado para formar parte del contingente que irrumpió en Malvinas (Falklands para los británicos). Argentina estaba gobernada por una Junta Militar y “Beto” tenía apenas 20 años.

El 13 de abril Altieri partió a las islas. Once días antes, la dictadura argentina comandada en ese momento por Leopoldo Galtieri había puesto en marcha una ofensiva para recuperar el control del archipiélago, “ocupado” por Reino Unido en 1833. En un comienzo, los soldados argentinos lograron “recuperar” el territorio, pero tras 74 días de conflicto se debieron rendir ante una fuerza muy superior. Fue en los últimos días de la guerra, el 12 de junio, cuando la vida de “Beto” Altieri cambió para siempre. Los soldados argentinos habían estado apostados ahí durante 64 días, en una suerte de antesala de lo que fue una de las más cruentas batallas antes del fin de la guerra, el 14 de junio.

Durante ese enfrentamiento, una bomba lanzada por los británicos hirió a todo el pelotón de “Beto”. “Cuando explotó la bomba, me impactó en la frente, pero me protegió el casco. Entonces, empecé a sentir cómo la sangre iba pasando por mi rostro, hasta quedar inconsciente. Después de unas horas, llegaron otros compañeros a rescatarnos y nos llevaron al hospital en Puerto Argentino, para hacernos curaciones. Ya en ese punto no tenía idea dónde había quedado mi casco. Posteriormente, el 13 de junio, me regresaron al continente y me llevaron al hospital Comodoro Rivadavia, donde me hicieron una operación porque todavía tenía una esquirla dentro de mi cabeza. Lamentablemente la herida del impacto me produjo pérdida de masa encefálica en el hemisferio izquierdo, perdí el ojo izquierdo y quedé con parálisis en el lado derecho. Estuve internado 11 meses”, cuenta.

Jorge "Beto" Altieri junto a su padre, tras ser herido en la batalla de Monte Longdon en 1982.

Pasaron los años y Jorge Altieri estuvo en rehabilitación y tuvo dos hijos. Fue entre 2015 y 2016 cuando se enteró a través de un periodista de Infobae que su casco, el cual lo había salvado de la muerte, figuraba en un remate en Inglaterra. En un comienzo dudó que fuera cierto, pero una vez que le dijeron que el casco tenía inscrito “Beto Altieri” en su interior, supo que era de él.

Se organizó entonces con un cercano que estaba en Europa para comprar el casco por 450 libras, pero lo perdieron ante un inglés que lo adquirió en 800. “Fue en 2019 cuando me enteré que el mismo comprador lo estaba ahora subastando por 13.000 dólares y que lo había comprado un empresario argentino anónimo que me lo quería entregar. Entonces un día fui a las oficinas de Infobae sin saber de qué trataba y me entregaron el casco. Sentí como si me hubiera caído un balde encima y me puse a llorar junto a mi hijo. Desde ahí que mi vida cambió un montón y ahora las lágrimas me caen por cualquier cosa. El casco me lo llevé a mi hogar y ahora lo tengo donde lo veo todos los días cuando entro a la casa”, cuenta Beto.

Casco de Jorge "Beto" Altieri.

Jorge Altieri tiene ahora 60 años y es presidente del Centro Argentino de Heridos en Malvinas. “Formé este centro porque siempre piensan que los soldados que llegaron vivos estaban sanos, pero de nosotros, los heridos, no se recuerdan. Desde el centro luchamos por los heridos en lo que se pueda. Por ejemplo, tener los mismos beneficios que las personas con discapacidades o tener una mejor obra social para pedir las prótesis de la pierna o brazo”, explica el veterano.

Juan Carlos Sosa: “Reintegrarme a la vida civil fue difícil”

“Había cumplido recién 20 años y estaba a punto de terminar el Servicio Militar Obligatorio para seguir con mi vida de civil, cuando me llamaron para ir a la guerra”. El veterano Juan Carlos Sosa cuenta que los dos meses que estuvo en Malvinas (Falklands), junto a otros 15 mil uniformados, modificaron su existencia.

Con tan solo un año de entrenamiento como soldado, Sosa llegó el 16 de abril a Malvinas y se dedicó a transportar en un camión alimentos, armamentos, municiones y más tarde soldados caídos en el frente de batalla o heridos, a Puerto Argentino/Stanley, donde estaban desplazados los militares de la primera línea. El camión lo transformó en su hogar.

Sosa recuerda que un día, cuando iba en uno de sus viajes transportando alimento por el camino principal, escuchó el ruido del motor de un avión, el cual por un momento pensó que era de las FF.AA. argentinas. Un par de segundos después, sintió cómo una ráfaga impactó a pocos metros del camión. Ese fue el mayor susto que pasó en los primeros días del conflicto.

Oficial Alan Ward, de la Real Armada Británica (a la izquierda), y Juan Carlos Sosa (a la derecha), durante una ceremonia.

“En otra oportunidad, un misil impactó un destacamento policial. Yo estaba a 50 metros de ahí, por lo que el impacto fue muy grande y una de las situaciones más complicadas. La incertidumbre de ser bombardeado en cualquier momento era terrible”, agrega. Por estas situaciones y muchas más, Sosa apunta a que “reintegrarme a la vida civil fue difícil y muy traumático. No salí de mi casa por seis meses”.

“Cuando empecé a buscar trabajo y mencionaba que había estado en la guerra en las Malvinas me rechazaban. Pasado un año de que no podía conseguir trabajo, me dediqué a la venta en la calle, después fui a locales y finalmente llegué a vender vehículos. Ahora me dedico completamente a trabajar por los derechos de los veteranos”, cuenta.

Sosa es el secretario de la Federación Nacional de Veteranos de Guerra, la cual fundaron en 1994 y tiene como objetivo que se cumplan las leyes que los amparan, poder asistir a los veteranos que están en problemas, tratar de ayudar a las familias que han perdido a su pariente veterano y dar charlas informativas.

Relata que durante los primeros años después del retorno, “hubo un abandono que ha derivado en una serie de problemáticas para los veteranos muy graves en algunos casos. Muchos se han suicidado, se han convertido en alcohólicos, drogadictos. De hecho en los primeros 10 años tuvimos más de 800 suicidios a causa del estrés postraumático”.

“Todavía continuamos peleando, porque no tenemos una buena atención médica como corresponde. Estamos tratando de que el Estado realmente nos reconozca por lo que significó el sacrificio que hicimos en Malvinas. Desde el primer gobierno democrático hasta hace un par de años, manifiestan su apoyo a los soldados de las Malvinas, pero en lo pragmático no hacen nada”, plantea Sosa.

Juan Carlos Sosa, a la izquierda, durante una ceremonia.

Juan Carlos tiene ahora 60 años, está casado hace 25, tiene cuatro hijos -entre ellos una niña de 4 años- y vive en Florencio Varela, Buenos Aires. Explica que gracias a su trabajo con los veteranos ha podido ir sanando poco a poco sus demonios provocados por la guerra.

“El hecho de poder dialogar con mis compañeros, intercambiar diferentes situaciones que vivimos, me ha ayudado a sanar mis heridas. Aun así tengo algunas que no cierran, como el de rescatar a ese adolescente que dejé allá en Malvinas”, reflexiona.

Pedro Pierre: “Pasamos hambre y frío”

Pedro Pierre partió a la guerra con apenas 18 años. Dos años antes había ingresado por voluntad propia a la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. Cuenta que entre el 17 de abril y el 1 de mayo la actividad dentro de la isla era “tranquila”, ya que se dedicaron a consolidar el grupo, conocerse y preparar las bases militares. “Una cosa era la instrucción en zona de paz en el cuartel y otra era estar en combate”, dice.

Uno de sus recuerdos más nítidos son las condiciones que enfrentó durante esos dos meses en las islas. Relata que cuando llovía, muchas veces los camiones que transportaban las provisiones de alimentos a los soldados no podían llegar hasta donde se encontraban ellos porque era imposible transitar por los caminos con barro.

“Del 1 al 10 de mayo comimos relativamente bien, pero después no fue así y bajamos de peso. Fue muy terrible la hambruna que pasamos”, dice Pierre.

Pedro Pierre, a sus 58 años.

“Además, la ropa que teníamos la llevamos el día que salimos. Era una vestimenta común y corriente, porque estábamos acostumbrados a los 20 o 25 grados, pero en las Malvinas hacían 10 grados bajo cero. Entonces pasamos mucha hambre y frío”, agrega el veterano.

Si para muchos veteranos de guerra el regreso fue complejo, para Pierre lo ha sido más. Esto, porque en 2007 fue acusado, junto a otros 94 militares, por 105 casos de tortura cometidos en distintas unidades militares. La causa judicial por torturas tiene a cuatro veteranos procesados, entre los cuales no figura Pierre. “Fue una acusación televisiva y una novela inventada. La justicia me ha declarado inocente. Lo demás, todo mierda, todo porquería, es lo que me tocó”, señaló.

Jorge Zanella: “En las guerras nadie gana”

“Cuando tenía 22 años y era subteniente, participé con mi batería de tiro en apoyo a una infantería el 28 y 29 de mayo de 1982 en el combate de Darwin”, relata el excoronel Zanella. Este fue el primer enfrentamiento terrestre entre ambos países, tras lo cual el Ejército británico conquistó el istmo de Darwin, imponiéndose sobre una fuerza argentina de 600 hombres. Esta batalla le costó la vida a 50 soldados argentinos y 19 británicos.

Jorge Zanella, a sus 21 años, en 1981 en la Brigada Paracaidista antes de la guerra de las Malvinas.

Zanella recuerda que en su grupo había 45 soldados, con tres oficiales y siete suboficiales. “Lo que más rememoro es el coraje que tenían nuestros soldados y el equipo que hicimos con esos 45 hombres. Fue maravilloso cómo logramos superar ese miedo, porque cuando empieza el combate, ese sentido te hace consciente de lo que ocurre, pero uno tiene que sobreponerse y combatir con ese miedo para mantener la misión”, dice.

Cuenta que al finalizar la batalla fueron tomados como prisioneros -hasta que terminó la guerra- y un oficial de artillería británico incluso los felicitó por la acción que tuvo su pelotón. “El reconocimiento más importante que uno puede tener es el del enemigo”, dice el coronel.

Desde que volvió de Malvinas, Jorge Zanella continuó su carrera de militar y en 2015 se retiró con el grado de coronel. Actualmente trabaja en la oficina de Coordinación de Veteranos en el Ministerio de Defensa.

Jorge Zanella, en una visita a Malvinas en 2015.

Zanella cuenta que todos los años se reúne con su pelotón en Córdoba para compartir historias. “Las Malvinas no es algo perdido, creo que es un impasse y estoy convencido que el derecho soberano sobre las islas es nuestro. Lo que sí no estoy de acuerdo es que se haga una guerra al respecto, en las guerras nadie gana”, concluye Zanella.

Ignacio Arcidiacono: “Hubo muchas bajas en ambos lados”

El 2 de abril de 1982, Ignacio Arcidiacono estaba en su trabajo como piloto de la policía federal cuando a través de la radio se enteró de que tropas argentinas habían irrumpido en Malvinas. “Había mucha alegría, porque mi generación y las cercanas, crecimos en nuestros cuadernos escolares con las Malvinas. Entonces hubo mucha conmoción por esa recuperación”, cuenta.

Ignacio Arcidiacono, a sus 37 años, junto a su avión en 1982.

El 28 de abril, Arcidiacono fue llamado para unirse al Escuadrón Fénix -dependiente de la Fuerza Aérea- y defender las islas. Tenía 37 años. “Nuestras misiones se consideraban de combate, aunque nuestros aviones no estaban activados, ya que muchas veces teníamos que desviar a los aviones enemigos”, narra.

De la guerra, Arcidiacono tiene muchos recuerdos, pero hay un día que no olvidó: el 7 de junio. En esa jornada, el jefe de más alta graduación estaba volando junto a otros tres tripulantes a 12 mil metros de altura cumpliendo una misión, cuando fue derribado por un misil. “Fue un golpe directo a nuestro corazón y fue una de las cosas que más nos afectó durante la estadía en las Malvinas”, cuenta. Los restos de la tripulación fueron encontrados recién en 1994.

Al momento del conflicto, Arcidiacono tenía dos hijos, de 8 y 11 años, quienes no comprendían lo que estaba haciendo su padre. El veterano explica que cuando se lograba comunicar con su familia, “sólo les decía que iba a cumplir una misión de la Fuerza Aérea, de manera que pasó desapercibido para mis hijos”.

Ignacio Arcidiacono, hoy en día junto al mismo avión con colores distintos.

Al igual que los otros veteranos, Arcidiacono recalca la falta de reconocimiento de las autoridades, tanto al momento de su retorno como de los años posteriores. “Recién después de ocho años el Congreso Nacional otorgó medallas y diplomas”.

“Ninguna guerra es buena y, lamentablemente, hubo muchas bajas en ambos lados. Dios nos da vida para vivir la vida en armonía y no para matarnos entre todos”, concluye.

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