A una década de la fundación de Podemos: de partido que pateó el tablero político español a la lucha por no caer en la irrelevancia

Pablo Iglesias, el entonces líder del grupo izquierdista "Podemos", pronuncia un discurso durante la presentación del partido en Madrid, el 17 de enero de 2014. Foto: Reuters

Con Irene Montero y las próximas elecciones europeas como la carta para mantenerse a flote luego de prácticamente desaparecer del escenario nacional, Podemos celebra sus 10 años desde su fundación en circunstancias grises. Salió del gobierno de Pedro Sánchez, cuenta con solo 22 diputados y muchos de sus fundadores o se retiraron de la política o se pasaron a Sumar, de Yolanda Díaz.


Este miércoles el calendario marca 10 años desde la meteórica y disruptiva aparición de Podemos, el partido político español que, de la mano de jóvenes académicos, activistas de movimientos sociales y políticos situados a la izquierda del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), proponía ser una “palanca del cambio” en el escenario político dominado durante décadas por la pugna bipartidista entre el PSOE y el Partido Popular (PP).

Pero a una década de la inauguración del movimiento, el 17 de enero de 2014, la realidad dista del poder que alguna vez logró cosechar con numerosos asientos en el Parlamento Europeo, el de España, e incluso en el gobierno socialista. Ahora, tras una mala tanda de elecciones en 2023, perdió gran parte de su presencia nacional, fue relegado del gobierno de Pedro Sánchez en desmedro de Sumar, la agrupación de su otrora aliada, Yolanda Díaz, y su futuro –sobrevivencia, plantean algunos medios locales– está atado al desempeño de la exministra de Igualdad Irene Monteros en las próximas elecciones europeas, el próximo 9 de junio.

De pisarle los talones al PSOE, Podemos pasó de lograr 71 escaños junto a Izquierda Unida en 2016, a contar solo con 22 en la actualidad, pero también de fracasar en el gallito frente a Sumar por quién lideraría el bloque en la izquierda, en una lucha que, de momento, parece totalmente perdida. El impulso morado llegó de la mano del descontento ciudadano con la clase política. Con otro sentido, pero no menos curioso, es el hecho de que desde Podemos haya surgido el concepto de la “casta”, el mismo utilizado en Argentina por Javier Milei.

Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, los fundadores de Podemos. Foto: Archivo

Marta Fraile, investigadora y politóloga, dijo a la cadena RTVE que Podemos tuvo la “inteligencia” y la “intuición” de que debía “conectar con el descontento absoluto” de la sociedad que dejó la crisis de 2008. “Supieron ver el enfado, el descontento, el aburrimiento total con la política, que además se había canalizado en las protestas del 15M. Podemos estaba totalmente conectado con el sentir de la sociedad en un momento en el que los políticos tradicionales estaban desconectados”, explicó al medio local.

El descontento, sin embargo, dio paso a las batallas internas y a diferencias irreconciliables en la dirección del partido que, poco a poco, fueron desgastando la cohesión de Podemos. Las corrientes pablistas, anticapitalistas, errejonistas, yolandistas, terminaron por tirar por el suelo lo que alguna vez fue la frase insigne del partido que utiliza el morado como su color: “El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”.

Crónica de una caída

El ascenso de Podemos fue notable. Desde el madrileño Teatro del Barrio, 10 años atrás, un grupo de amigos, colegas y representantes del mundo de los movimientos sociales hacía un anuncio a España y Europa. Se calificaban como un “proceso amplio” que sería una “palanca de cambio”.

Era un grupo de personas desconocidas para el público general, pero, como ejemplo del presente de Podemos, está el hecho de que de la lista de fundadores, ideólogos y pilares del movimiento pocos quedan con vigencia. Meses después se conformarían ya no como un movimiento, sino que como un partido político.

“Los de arriba nos dicen que no se puede hacer nada más que resignarse y, como mucho, elegir entre los colores de siempre. Nosotros pensamos que no es tiempo de renuncias, sino de mover ficha y sumar, ofreciendo herramientas a la indignación y el deseo de cambio. En las calles se repite insistentemente ‘Sí se puede’. Nosotras y nosotros decimos: Podemos”, aseguraba el manifiesto fundamental del partido.

El politólogo y fundador del partido Podemos de España, Pablo Iglesias.
El politólogo y fundador del partido Podemos de España, Pablo Iglesias.

El primer batacazo llegó en mayo de 2014, cuando los morados dieron la sorpresa continental al irrumpir con cinco escaños en el Parlamento Europeo. Luego vendría la asamblea fundacional de Vistalegre I, en octubre de ese año, donde los principales rostros de Podemos ya estaban definidos. Allí destacaba uno de sus líderes, un profesor de ciencias políticas de la Universidad Complutense de Madrid que utilizaba el pelo largo y tomado que, de la mano de tertulias televisivas, se hizo reconocido en poco tiempo. Se trataba de Pablo Iglesias, su primer secretario general. Junto a él estaban “los cinco”, el grupo de ideólogos y fundadores de Podemos, detalló El Periódico. Se trataba de Juan Carlos Monedero –quien fuera el número tres de la dirección morada–, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa y Luis Alegre, además de Iglesias.

De la lista, solo este último sigue tirando los hilos del partido, pero desde afuera, coinciden varios periódicos españoles. El resto, o dio un paso al costado de la primera plana política o se pasó a otros espacios políticos, como Errejón, quien sigue siendo diputado, pero lo hace representando a Más País, partido del que es presidente y que forma parte de la coalición Sumar.

Ya constituido como partido, y solo dos años después de su fundación, Podemos llegó al Congreso de España con 69 asientos tras las elecciones generales de diciembre de 2015, y lo hizo con tal fuerza, que quedó solo a 400.000 votos del PSOE, el histórico partido de la izquierda postransición. De ahí en más iniciaría el rápido declive.

El punto señalado por distintos periódicos como el de inflexión fue Vistalegre II, en febrero de 2018. Eran tiempos en que Podemos contaba con un importante capital político y territorial gracias a sus alcaldías en Barcelona y Madrid, por ejemplo. También fue la época en que surgió la pugna entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, que llegó hasta las últimas consecuencias, con el segundo marchándose del espacio que ayudó a fundar luego de un inapelable triunfo de Iglesias.

La duda era si Podemos debía facilitar un gobierno de Pedro Sánchez y el PSOE junto a Ciudadanos –otro movimiento de explosivo crecimiento que terminó desapareciendo tras las elecciones de 2023–, lo que significaba desbancar al PP, como postulaban los errejonistas. La disputa la ganó el “no”, dando paso a la repetición de elecciones en 2016. Pese a que en la siguiente tanda eleccionaria Podemos logró quedarse con una decena de escaños socialistas, la situación al interior de la tienda morada no volvió a ser la misma.

Pedro Sánchez, jefe de Gobierno de España, y Pablo Iglesias, entonces vicepresidente y líder de Podemos. Foto: Archivo

Luego del incontestable triunfo de Iglesias en Vistalegre II, los opositores a las ideas del académico madrileño denunciaron que todo lo relacionado con Errejón fue “apartado o laminado”, dando paso a su salida de la política o a otros movimientos. También significó que, en las siguientes elecciones, el apoyo popular fuera a la baja, pese a que Podemos estuviera más cerca que nunca del poder.

De 69 diputados nacionales pasaron a 42 en las generales de abril de 2019, y solo 35 durante las de noviembre del mismo año. Paradójicamente, fue con su peor resultado con el que entraron al gobierno de Pedro Sánchez, ocupando cinco ministerios, incluida la vicepresidencia del país, cargo que ocupó Pablo Iglesias hasta marzo de 2021. Ese mes, este último decidió competir contra Isabel Díaz Ayuso, del PP, en las elecciones de la Comunidad de Madrid. Perdió estrepitosamente, dejando en manos de la derecha lo que alguna vez había sido su bastión y punto de inicio.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en septiembre de 2020. Foto: Europa Press

El punto de quiebre ocurrió en Vistalegre IV, en junio de 2021. Pese a la existencia de su documento asambleísta “Mover Ficha”, donde se apuntaba a buscar un “verdadero proceso de unidad”, la disputa con Yolanda Díaz, de Sumar, terminó por reventar al espacio morado. De hecho, fue Díaz quien se hizo con la bandera de la izquierda española, y es ella, desde su puesto de vicepresidenta segunda del Gobierno de España, la que está ahora en el centro del poder.

En las últimas elecciones de 2023 el desastre ya era total. En las municipales y autonómicas de mayo, el bloque pasó de 47 diputados en parlamentos autonómicos a 14, quedando sin chance de entrar a ningún gobierno autonómico. Para las generales del 23-J, sus entonces aliados de Sumar lograron 31 diputados de 350, de los cuales solo 5 eran de Podemos. Riñas internas con Díaz hicieron que los morados decidieran cortar con Sumar, pasando al Grupo Mixto y desquitándose con su exaliada al tumbar el decreto de reforma del subsidio de desempleo de la vicepresidenta y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.

Más de alguno podría argumentar sobre si el proyecto político ha tenido repercusiones tangibles en el quehacer diario de los españoles, el impacto que tuvo su irrupción en el sistema bipartidista que dominaba al país ibérico, o incluso en el tratar temas que la izquierda tradicional había dejado en un segundo plano –lo mismo que se podría decir de Vox y la derecha–. Lo que es innegable es la constante pérdida de arrastre popular en las urnas que ha demostrado la tienda morada. Ahora apelan como su única y última carta a las elecciones del Parlamento Europeo, donde la exministra de Igualdad Irene Montero va como su opción de retener algo del poder que, hace 10 años, empezaron a forjar.

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