El viaje a la Luna de Elisa Araya, la nueva rectora de la Umce

Foto: UMCE

La profesora de Educación Física se transformó en la primera mujer que asume la cabeza de dicha casa de estudios. Antes, eso sí, debió vender helados y telas, limpiar baños y vivir el "maltrato", como lo relata, de un parto en un hospital público. Una historia de excepción que ella misma busca que ya no existan.


Elisa Araya sabe que es una excepción a la regla, pero eso no le gusta. Piensa que historias como la suya no debieran ser minoría, menos aún hacer noticia. Que el abrirse paso a la adversidad y llegar a lo más alto tendría que ser una posibilidad abierta para todo el que se lo propusiera. Especialmente si el esfuerzo es a punta de trabajo y estudio.

La gente me llama y me dice que es bonito lo que ha pasado en mi caso, pero me deja pensando que esto no debiese ser una excepción: cualquier niño o niña debería poder desarrollar su propio proyecto”, relata la recién electa rectora de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (Umce), la primera mujer en la historia de esa casa de estudios.

Las elecciones, en sí mismas, ya se habían transformado en un hito, pues solo mujeres compitieron por el cargo en la Umce.

La profesora de Educación Física, nacida hace 59 años en Estación Central, cuenta que no fue fácil el camino al cargo que ocupará desde el próximo 7 de julio. “Mi padre Óscar y mi madre Elisa son personas mayores, hijos de campesinos que vinieron a la ciudad a comienzos del siglo pasado”, cuenta. Y en esta parte de su vida es donde empiezan los trazos que, como ocurre muchas veces, pudieron haber llevado a la académica muy lejos de su realidad actual: “Mi mamá completó apenas la enseñanza básica y ejerció como modista. Mi padre tiene bajísima escolaridad y fue obrero; también trabajó en el transporte público como mecánico”, detalla. Pero advierte, eso sí, que a pesar de “ser personas con muy poca escolaridad, son amantes de la música clásica y la lectura”. Y cree, de hecho, que el gran regalo de sus padres fue la afición a la lectura.

Sus estudios escolares los hizo en el Liceo 9, hoy conocido como Liceo Augusto D’Halmar de Ñuñoa. “Soy hija de la educación pública. Tengo muy claras las imágenes de la reforma de Frei Montalva, cuando se construyeron escuelas. Fui con un banco a la escuela, nos regalaban esos cuadernos verdes que decían ‘República de Chile’. También tengo vivo el recuerdo de la política del vaso de leche de Allende que me daban en la escuela”, rememora.

Agrega que fue en ese periodo cuando escuchó una oda de Gabriela Mistral que la marcó para siempre: ‘El Placer de Servir’. “Empecé a conocer su historia y eso me hizo pensar que ser profesora era un camino muy bonito, de mucha importancia”, dice. Y a eso apuntó, no sin problemas: “Me costó entrar a la universidad porque no teníamos recursos. Estudié con crédito fiscal”, asevera.

Y fue así como empezó a generar dinero de lo que viniera: “Trabajé vendiendo telas por kilo en Bandera y helados en casatas en la calle, con un carrito”.

‘El viaje a la Luna’

La nueva rectora de la Umce dice que siempre supo dónde ir en términos profesionales: “A mis padres les fue privada la educación, por lo que la valoraban enormemente. Mi papá compraba libros a crédito y desde ahí mi camino siempre fue claro”, señala con orgullo. Y agrega: “Cuando con mi hermana entramos a la universidad (ambas a pedagogías, en la misma Umce), mi mamá sentía mucho orgullo, pero lo no natural es que la gente no tenga la posibilidad de un camino de educación”.

Sus estudios (de 1980 a 1985) coincidieron con la dictadura. Dice, de hecho, que participó en la educación popular de organizaciones y en movimientos sociales, “pero nunca en partidos”, según aclara. “Ahí formé mi convicción de cómo se debe hacer la pedagogía”.

Y en esos momentos también fue cuando más sintió su red de apoyo. Así lo rememora su hijo, Pablo Sáez: “Cuando estaba chico, amigos y familiares me cuidaron para permitirle a ella estudiar, o cuando tenía que ir a trabajar fuera de Santiago, esos días yo los pasaba con mi abuela”.

Sáez, hoy cineasta, cuenta que hasta sus cuatro o cinco años vivieron de allegados donde una abuela antes de lograr la independencia. Y que su recuerdo más vívido siempre es el mismo: la presencia de los libros. “Aun estando apretados había un librero lleno”. La humildad de su madre también la mantiene latente: “Debe ser la única rectora de Chile que vive en un cité en Santiago Centro”.

La Educación Física fue la carrera escogida por la nueva rectora de la Umce. ¿Por qué? “La buena Educación Física es pedagogía total”, asegura. Ese mismo amor por el ejercicio físico, de hecho, lo refleja cada vez que corre. “Me gusta mucho trotar. Corrí tres o cuatro veces los 42 kilómetros del Maratón de Santiago y en otras oportunidades he corrido los 21K”, dice. Y es que para ella, esa actividad “es una experiencia de meditación muy interesante. Más que la distancia es prepararse para esa tarea, el proceso es potentísimo”.

Y así, entre trotes y libros, Araya vuelve a su historia universitaria: “Éramos repobres y cuando logré terminar mi carrera tuve a mi hijo Pablo y viví maltrato de la sala común del Hospital del Salvador”, añade. Cuenta que para desinfectarse “había botellas de agua tibia con cloro y te tenías que tirar eso encima”.

Su doctorado en Ciencias de la Educación lo hizo en Bélgica, gracias a una beca. A ese periodo de su vida lo denomina ‘Viaje a la Luna’, “porque mi abuela era analfabeta y, dos generaciones después, una nieta estaba haciendo un doctorado en el extranjero, escribiendo en otro idioma”.

“Eso me terminó por convencer de que las capacidades humanas son increíbles y que como país podemos llegar a desperdiciar grandes talentos si no cambiamos el sistema escolar a uno de derecho”, cuenta.

A Europa se fue con sus dos hijos (la otra es Alejandra) y su marido Rafael, pero el dinero que les entregaban solo alcanzaba para costear la vivienda y los gastos básicos. Para todo lo demás, había que buscar más plata. “Allá trabajé limpiando baños y haciendo aseo en la casa de mis profesores”, revela, algo que, de todas formas, considera que le sirvió mucho, “porque es como compartir elementos culturales”.

La vida laboral

De su paso por Bélgica surgió uno de sus trabajos que guarda con más cariño. Los contactos hechos en ese país la llevaron a desarrollar e impartir un programa de formación de directores y supervisores en pedagogía de la integración en Angola, África, entre 2009 y 2013.

“Me invitaron a participar en ese proyecto por mis características, porque estaba formada en una perspectiva de desarrollo de competencias ligada a la pedagogía activa. Armamos un programa de formación que duró cuatro años, en el que viajaba dos veces al año por un mes, aunque a veces era más”, cuenta. La idea de ese proyecto era colaborar con las escuelas formadoras de ese país.

También asesoró a la Junji y fue directora del Departamento de Educación Extraescolar del Ministerio de Educación, hasta 2010, cuando cambió la administración. “Me dijeron que mi perfil no cumplía con el proyecto que tenían ellos”, explica. Habiendo trabajado al interior del Mineduc, Araya cree que actualmente a la cartera “le faltan profesionales que tengan experiencias más variadas, porque generalmente vienen de colegios privados, que está bien, pero falta lo otro, porque esa realidad no tiene nada que ver con un escolar que vive en una población, en una localidad alejada, o lo que le pasa a un profesor en un colegio municipal”.

En ese momento postuló a un concurso público de la Umce, su excasa de estudio. “Era una oportunidad de volver y devolver lo que me había entregado la universidad, ahora formando a nuevos profesores”.

Y ahora, en su próximo puesto, quiere marcar un antes y un después. “Hay que escuchar”, dice, además de asegurar que tienen “un modelo que ofrecer al país que tienen que ver con la contextualización”.

Estamos pensando para esta nueva gestión y aprovechando el momento constituyente que vive el país, aportar a pensar en la educación que necesitamos, quizá menos estandarizada, pública, realmente pensada para forma al ciudadano del siglo XXI. Fundamentalmente, una educación que se haga cargo de los problemas que tenemos, sociales, climáticos, entre otros. Hay que pensar en una gran reforma educativa”, asegura.

Su hijo Pablo, en tanto, dice que este cargo no debiese ser el techo. “No sé si es una culminación, porque va a seguir en esto incluso después de que jubile. Este es el zenit de su carrera hasta ahora, pues su proyecto de vida siempre ha sido la enseñanza”.

Y cierra: “Una vez me dijo que deseaba que en su lápida se escribiera “maestra de maestros”, no por ser la mejor; por ser una persona que se dedicó a enseñar”.

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