La ensalada de Lavín

El alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín . FOTO: LEONARDO RUBILAR/AGENCIAUNO

Buscando profitar del movimiento de moda, extremó las normas del acoso callejero e intentó proponer una regulación efectista que le sirviera para plegarse al movimiento. Pero la estrategia del alcalde olvidó un concepto fundamental: el sentido común.


Jueves 24 de Mayo, 4 de la tarde. Joaquín Lavín publica un tweet anunciando el primer parte por acoso callejero en Las Condes: "Coma más ensalada para que conserve su linda silueta", le habría dicho un vendedor ambulante a una mujer en esa comuna.

Y las redes explotaron. Pero explotaron muy distinto a otras veces, al menos para Lavín, ya que el número de respuestas al tweet superó cualquier promedio en las interacciones digitales del alcalde: más de 1.600 respuestas.

¿Qué fibra tocó el alcalde que llamó tanto la atención de su comunidad digital?

Difícil saber. Pero nadie quedó indiferente. A partir de ese momento, el alcalde defendió sus medidas con uñas y dientes, asegurando que los desconocidos no tienen derecho alguno a decirle algo a esa mujer y que, precisamente, la normativa busca evitar que este tipo de cosas pasen. De manera muy categórica, afirmó, que "en las calles de Las Condes no se puede decir lo que uno antoja". Surrealista.

La mayoría de los mensajes ridiculizaban la acusación o criticaban a Joaquín Lavín. Muchos hablaron de una exageración o de un extremismo en considerar esos dichos como ofensivos. Los memes no faltaron y los juegos de palabras respecto de qué otro tipo de situaciones, igual de risibles para algunos, podrían servir como fundamento para futuras sanciones.

Más de 24 horas después, el alcalde agobiado con tanta respuesta cedió ante la marea tuitera y dejó de responder mensajes individuales, resumiendo, en un par de tweets y en un video, el refuerzo de su posición inicial y sus argumentos luego de visitar a la víctima del acoso callejero. Nuevamente, más de 1.200 mensajes de respuestas colapsaron de menciones a Joaquín Lavín y lo dejaron prácticamente mudo, por el resto del fin de semana. Recién ayer, producto de la emergencia eléctrica en la comuna, recuperó la voz y la indudable habilidad tuitera que ha desarrollado en su gestión edilicia.

La democracia tuitera, que tanto ha defendido Lavín, fue implacable en contra del alcalde por usar este mismo medio para exponer estas conductas y el nuevo estándar que busca imponer en la comuna. De cierta forma, el alcalde quiso trasladar los peores horrores del mundo digital a la vida real, a las calles de Las Condes. Cual policía tuitera, hombres y mujeres estarían habilitados para señalar a otros con el dedo y acusarlos de ofensas, agresiones verbales o miradas lascivas, sin opción alguna de defenderse ni contextualizar sus impresiones. Entonces, el espacio público deja de ser público, para convertirse en una prolongación de espacios privados que, si vulnerados, quedan a merced de la sensibilidad de sus víctimas y de la recepción subjetiva de las acciones u omisiones del otro.

¿Cuáles son los límites de la libertad en el espacio público y cuál es el rol que alcaldes, jueces de policía local e inspectores municipales tienen en la capacidad de regular lo que decimos y de caminar por las calles sin ser objetos de sospecha o de acusaciones infundadas?

En este caso, siento que Joaquín Lavín hizo una de más. Buscando profitar del movimiento de moda, extremó las normas del acoso callejero e intentó proponer una regulación efectista que le sirviera para plegarse al movimiento. Pero la estrategia de Lavín olvidó un concepto fundamental: el sentido común. Ni su mensaje inicial, ni sus respuestas, ni menos su video, lograron revertir el juicio que se había hecho la inmensa mayoría de su fanaticada digital sobre este asunto. Su silencio posterior sólo vino a confirmar su derrota.

Es ese sentido común, y no la imposición ideológica, la que debe primar a la hora de juzgar las actuaciones de otro. Lo que el cambio cultural nos está enseñando, en buena hora, es que ciertas prácticas comúnmente aceptadas en otra época no son tolerables ahora y es necesario que todos nos adaptemos. Pero ello no nos puede llevar a regularlo todo y a pretender que las calles y la vida se conviertan en terrenos neutros, donde las personas caminen sin levantar la mirada y sin interactuar con otras, so pena de ser sancionadas y juzgadas por invadir el espacio de otros. Eso es más propio de una novela que de la aspiración a una sociedad libre y responsable que, al parecer, la mayoría de las personas aún dice defender.

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