A la "Gran Guerra", en sus 100 años

Ad portas del centenario de su estallido, en Gran Bretaña y Francia afloran las publicaciones sobre la I Guerra Mundial (1914-1918). Los libros abordan las complejas causas del conflicto, así como las culpas y su presunta inevitabilidad.




Padre de la influyente escuela historiográfica de los Annales, el medievalista francés Marc Bloch (1886-1944) combatió en las dos guerras mundiales y escribió sobre su experiencia en ambas. En cuanto a la primera, de cuyo estallido se cumplen 100 años en 2014, dejó testimonios y reflexiones "en caliente". Un caso excepcional, sin duda, pero que como cualquier otro le suma a la evidencia acumulada y a las nuevas miradas surgidas en décadas de publicaciones.

Ad portas del centenario de la "Gran Guerra", el mercado editorial se sobrepobló en Francia de cuadernos (carnets) que cuentan experiencias de soldados anónimos. En Gran Bretaña, también protagonista del conflicto, los nuevos volúmenes aportan inmersiones en problemas que aún no se zanjan del todo.

Para Eric Hobsbawm fue éste el hito que dio inicio al siglo XX. Para la historiadora superventas Barbara Tuchman, autora de Los cañones de agosto (1964), fue un conflicto que mandó a millones a la muerte por el desvarío de unos pocos. Retrospectivamente, la llamaron la "guerra que terminaría con todas la guerras", dada la cantidad de recursos industriales, tecnológicos y humanos desplegados. Sea por la seducción irresistible de los números redondos o porque la historia nunca deja de formular preguntas ni de interrogar la evidencia disponible, la I Guerra Mundial es nuevamente noticia.

"El continente europeo estaba en paz la mañana del domingo 28 de junio de 1914, cuando el archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía Chotek llegaron a la estación ferroviaria de Sarajevo. Treinta y siete días después, estaba en guerra. El conflicto iniciado ese verano [boreal] movilizó a 65 millones de soldados, derribó tres imperios, cobró 20 millones de vidas militares y civiles, dejando 21 millones de heridos".

Así es como el profesor de Cambridge Christopher Clark da la partida a su libro Sleepwalkers. How Europe went to war in 1914. En la fecha que señala, el heredero al trono del imperio austro-húngaro fue asesinado por un nacionalista serbio, precipitando ello una declaración de guerra de Austria contra Serbia, que dio inició a un conflicto que se extendería hasta noviembre de 1918 y que involucró a las grandes potencias, alineadas en dos bandos: los Aliados de la Triple Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia, que se resta en 1917, poco después de la entrada de EE.UU.) y por otro, las Potencias Centrales de la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia, que terminaría cambiándose de bando).

Los horrores de la Europa del siglo XX nacieron de esta catástrofe, agrega Clark, y el debate sobre sus causas comenzó antes que se disparara el primer tiro, sin que un siglo más tarde tenga visos de terminar. Tampoco el juego de culpabilidades que tiende a cargarle la mano al lado alemán, aun si para el autor más vale prestar atención al modo de funcionamiento de un sistema político opaco e impredecible, dominado por las desconfianzas, la paranoia y los realineamientos inesperados.

Plantea Clark, por último, que lejos de ser inevitable, la guerra era de hecho "improbable". Que no fue fruto de un extendido deterioro internacional, sino de conmociones de corto plazo. Y que sus protagonistas "fueron sonámbulos [los sleepwalkers del título], vigilantes pero perdidos, atrapados por sus sueños y ciegos respecto del horror que están a punto de aportarle al mundo".

Otro autor que propone una mirada desmitificadora es el historiador militar británico Max Hastings, quien, como Clark, se concentra en el primer período del conflicto. Su libro Catastrophe 1914. Europe goes to war parte cuestionando que la primera jornada de la batalla de Somme (1916) haya sido la que cobró más. Los episodios más letales ocurrieron en esos primeros meses de conflicto, aclara. Eso sí, a diferencia de su colega, y en concordancia con tesis como la de Fritz Fischer, plantea que sí hay una responsabilidad que atribuir a los alemanes en el estallido y posterior desarrollo del conflicto.

En esa dirección, Hastings rebate a quienes plantean que una victoria alemana habría sido más bien benigna o que habría adelantado la existencia de la Unión Europea: "Incluso si el régimen del káiser [Guillermo II] no puede igualarse al de los nazis, sus políticas mal podrían calificarse como progresistas".

Cierra esta suerte de trilogía británica un volumen que The Economist califica de "magnífico" y que ya instaló entre lo mejor que se ha publicado sobre este centenario. The war that ended peace es obra de Margaret MacMillan, catedrática de Oxford y bisnieta de Lloyd George, destacado político del período. La autora, para quien pocos acontecimientos históricos son inevitables, afirma que la guerra fue producto de pobres decisiones individuales y que "ninguno de los actores clave de 1914 fueron grandes líderes imaginativos que tuvieran el coraje para rebelarse contra las presiones que conducían a la guerra".

De vuelta a Francia, si bien el rescate de la memoria individual y colectiva se impone en este centenario, queda margen para la mirada del historiador. Aun si varios dirán que no puede compararse con un clásico como La gran guerra, de Marc Ferro (1969), 1914, le destin du monde es un texto para considerar. Su autor es el prolífico ensayista e historiador Max Gallo, miembro de la Academia Francesa y célebre por sus textos biográficos (Napoleón, De Gaulle y Robespierre). Y el volumen se anuncia como el primero de una historia global del conflicto.

Parcialmente en línea con MacMillan y provisto de la ventaja de quien conoce los resultados, Gallo anota: "En 1914, sin que los actores tuvieran plena conciencia, se jugó el destino del mundo".

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