A los 106 años muere Manoel de Oliveira, leyenda portuguesa del cine mundial

El más longevo de los realizadores activos empezó a dirigir en tiempos del cine mudo.




El primer filme estrenado por Manoel de Oliveira fue el corto documental mudo Douro, faina fluvial (1931). Ochenta años más tarde, el nombre del portugués aparecería firmando otro corto, uno de los segmentos de la cinta colectiva Mundo invisible (2011), donde entre otros codirigieron Wim Wenders y Atom Egoyan.

No existe otro ejemplo, en la historia del cine, de un realizador con una trayectoria tan prolongada. Pero el cineasta portugués que falleció ayer a los 106 años en su ciudad natal, Porto, debido a un fallo cardíaco, no sólo estaba para récords.

Figura consular de la filmografía lusa, se mantenía activo pasados los 100 y al menos en los últimos 30 años había consolidado un lugar de prestigio en la cinefilia, la crítica y el circuito festivalero, que sin embargo pareció jubilarlo tempranamente: hace ya tres décadas el Festival de Venecia le había entregado, a los 77, el premio a la trayectoria. Lo paradojal es que este galardón a una vida de trabajo se le entregó por una filmografía que contaba ocho largometrajes. Pero después de recibirlo hizo otras 24 películas, la última de ella Gebo y la sombra (2012), en la que intervinieron leyendas de la pantalla como Jeanne Moreau y Claudia Cardinale.

UN CASO APARTE

En su propio país lo llamaron "un caso aparte", sin perjuicio de que haya tenido ascendiente sobre no pocos colegas, así como un prestigio internacional inigualado entre sus compatriotas.

Nacido en 1908, fue hijo del primer fabricante de ampolletas de Portugal y soñó en su juventud con ser galán de cine, participando en la escuela de actores del italiano Rino Lupo. Incluso consiguió un papel en el primer filme portugués sonoro: A canção de Lisboa (1933). También fue un apasionado de los autos de carrera.

Pero en su caso ganó el cine. Inspirado parcialmente en el célebre documental Berlín, sinfonía de una gran ciudad (1927), su filme Douro ofreció señas de modernidad y una vocación por la plástica del montaje que se alteraría drásticamente con los largos planos de otro documental: El pintor y la ciudad (1956). Entre ambas está Aniki Bobó (1942), su primer largo de ficción, dedicado a seguir las correrías de un grupo de niños.

"El rechazo de Oliveira por el naturalismo adoptado por el cine narrativo convencional", anota Michelle Sales en su libro Em busca de um novo cinema português (2010), "se corroboró en la construcción de una estética peculiar que usa todo aquello que no es específico del cine: teatro, literatura, ópera, artes plásticas".

Si hasta la Revolución de los Claveles de 1974 sólo hizo 12 películas, la mayoría cortos documentales, los 80 y 90 lo vieron acelerar dramáticamente la producción y hacerse definitivamente de un nombre en el extranjero, apoyado frecuentemente por su productor y compatriota Paulo Branco, y contando con la bendición permanente de publicaciones como la francesa Cahiers du Cinéma. Francisca (1981) y O dia do desespero (1992), por ejemplo, hablaron con elocuencia de su interés por el Portugal decimonónico, de su ánimo contemplativo, de una sensibilidad romántica cansina y espesa, así como de ciertos tics experimentales.

En cuanto a expandir el territorio temático y expresivo, una de sus cintas pivotales fue No, o la vana gloria de mandar (1990), una personal y arrojada inmersión en el pasado colonial de su país, cotejándolo con un presente exangüe. En palabras del historiador francés Marc Ferro, esta cinta es "la reflexión más profunda sobre las causas del fenómeno colonial y sus diferentes derivados". Agrega el historiador que el cineasta "consiguió un gran éxito cinematográfico con sus idas y venidas entre el pasado y la Revolución de los Claveles, entre Portugal y Guinea Bissau, conjugando el pasado reconstruido y el presente, para así explicar el fracaso de la colonización".

En los años que siguieron, Oliveira se mostró crecientemente inquieto por la historia en general, y en particular con las venturas y desventuras el imperio colonial portugués, directa o indirectamente. Así se aprecia en realizaciones como Palabra y utopía (2000), El quinto imperio (2004) y Cristóbal Colón - El enigma (2007).

VIAJE A LA SEMILLA

Admirador de Kenji Mizoguchi, Roberto Rossellini, Jean Vigo y Luis Buñuel, así como del escritor Camilo Castelo Branco, del que adaptó varias obras, Oliveira fue cada tanto criticado por la ausencia de una trama estructurada en muchos de sus filmes, que normalmente ofrecieron simplicidad en la puesta en escena y que tendieron a un ritmo más bien desafiante.

Viaje al principio del mundo (1997) fue el único de sus filmes que consiguió exhibición comercial en Chile. Protagonizado por Marcello Mastroianni en su último rol, como alter ego del cineasta, es éste un viaje a la semilla que arranca luminoso, con apetitos manifiestos por ver y conocer, y que termina en la penumbra, teñida por la perplejidad y los silencios de la muerte próxima. Un motivo que se reiteraría en cintas como Vuelvo a casa (2001), donde Michel Piccoli encarna a un veterano actor informado de un accidente fatal de sus seres más cercanos.

En su libro de memorias, Mastroianni se quejaría del derroche de energía en el set del que hacía gala Oliveira, por entonces ya noventañero. Acaso un derroche mayor que el suyo propio y que el portugués siguió manifestando hasta 2014, año en que realizó dos cortometrajes. Al momento de fallecer, llevaba 75 años casado con Maria Isabel Brandão de Meneses de Almeida Carvalhais (1918), con quien tuvo cuatro hijos.

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