Agustín Squella: "Una sociedad capitalista no siempre garantiza pan para todos"

El Premio Nacional de Humanidades publica el ensayo Igualdad.




A Agustín Squella (1944) le gusta detenerse en las palabras. Prestar oído a ellas, examinarlas, abrirlas como una caja prodigiosa. "Verse la cara con las palabras es vérselas con el pensamiento. Las palabras importan porque el pensamiento es importante", escribe. Abogado y profesor de derecho, en sus últimos libros el ex rector de la Universidad de Valparaíso y Premio Nacional de Humanidades se ha ocupado de palabras como liberalismo y felicidad. Ahora se detiene en uno de los tres principios que empuñaron los revolucionarios franceses hace más de dos siglos: la igualdad.

A diferencia de la libertad y la fraternidad, los otras puntas de lanza de la Revolución Francesa, la igualdad perdió aprecio en las últimas  décadas. Pero ha regresado a conversaciones y debates. Squella la pone en el título de su nuevo libro, un breve ensayo que examina sus alcances y matices.

"Lo que designamos con 'igualdad' se vio dañado porque en nombre de ese valor los socialismos reales (mal llamados de ese modo, puesto que se trató de dictaduras comunistas) aplastaron la libertad, sin conseguir tampoco la pretextada igualdad", dice. "Fue así, lamentablemente, como  'igualdad' se transfomó en una palabra amenazante y en un valor difícilmente deseable. Pero ahora reaparece con nuevo vigor  como parte de un discurso igualitario (todos somos o debemos ser iguales en algo), mas no de un inaceptable discurso igualitarista (somos o debemos ser iguales en todo)".

El ensayo está dedicado a los "jóvenes que repusieron la palabra" en el discurso público. Squella, ex asesor cultural del gobierno de Ricardo Lagos, aprendió a valorar la igualdad en el colegio Seminario San Rafael de Valparaíso, se interesó aún más en la universidad y ha sido una constante en su vida académica,  "sobre todo después de la lectura de los textos de Norberto Bobbio, el politólogo y filósofo italiano del derecho que se presentaba como 'liberalsocialista', es decir, como alguien que defendía, conjuntamente, los valores de la libertad y la igualdad".

La palabra aún despierta oposición y hay quienes consideran que no puede convivir con la libertad. Squella piensa distinto. "A lo que la igualdad se opone es a desigualdad, no a libertad, ni a identidad, ni a diversidad. Buenos niveles de igualdad en las condiciones de vida colaboran a una real titularidad y ejercicio de sus libertades por un mayor número de personas. Mayores posibilidades tiene también cada individuo de ser él mismo y de desarrollarse con autonomía dentro de la sociedad si sus condiciones de vida son a lo menos dignas. Y mayor diversidad tendrá una sociedad en que los individuos tengan cubiertas sus necesidades materiales básicas", afirma.

¿En términos de igualdad, cómo calificaría nuestra sociedad?

De una injusta desigualdad en las condiciones materiales de existencia de las personas, como es visible para cualquiera, con todo lo que eso significa para la propia libertad. ¿Qué sentido puede tener hablarle de libertades a personas que no consiguen comer tres veces al día y que viven en permanente condición de pobreza o indigencia?

Equidad o igualdad

En su ensayo, Squella recorre los contornos de la igualdad y la pone a distancia del igualitarismo. Este último, dice, "propone que nadie coma torta para que todos puedan comer pan; en cambio, el discurso igualitario dice que todos debemos comer a lo menos pan, sin perjuicio de que algunos, o muchos, merced a su mayor capacidad o esfuerzo, puedan acceder también a las tortas".

El autor observa que "una sociedad capitalista no siempre garantiza pan para todos y, cuando lo hace, puede dejar a generaciones enteras sabiendo de las tortas solo porque se las ve a través de las vidrieras de las pastelerías... Con pan no aludo a ese delicioso producto que consumimos todos los días. O no solo. Me refiero a todo aquello que se requiere en materia de nutrición, salud, educación, trabajo, vivienda y previsión para llevar una vida digna".

Los opositores a la igualdad dicen que el Estado subsidia suficiente a los más pobres para nivelar las desigualdades. 

La lucha por la igualdad va más allá de la sola reducción de la pobreza, de manera que no es extraño que los enemigos de la primera se den por satisfechos con la segunda y, cuando más, con la igualdad de oportunidades y con el llamado a emparejar la cancha, sin advertir que a veces lo que está mal es el trazado mismo de la cancha, esto es, que hay fallas estructurales en ella. Uno tiene también la sospecha de que el trazado de la cancha lo han hecho los que marchan siempre en los primeros lugares.

¿Cuán viable es aspirar a mayores niveles de igualdad hoy?

Es viable si se piensa en la igualdad de todos en algo y no en la de todos en todo. Una sociedad decente no es solo una sociedad de libertades, sino una en la que han desaparecido las desigualdades injustas en las condiciones de vida. Pedir mayor igualdad en tales condiciones, como en su hora demandar el sufragio universal, no es una carta al viejito pascuero.

En los 90 se hablaba de crecer con equidad, pero Ud. dice que es insuficiente.

Sin que se enojen mis amigos DC, la palabra "equidad" es democratacristiana, mientras que "igualdad" es de izquierda. ¿Para qué una mayor igualdad? Para que haya también una mayor libertad.

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