Análisis: el desafío que enfrenta la Unión Europa tras el triunfo de la izquierda en Grecia

El resultado de las urnas griegas obliga al viejo continente a mirarse al espejo y a tomar decisiones claves que lo pueden impulsar a construir una UE solidaria o un escenario donde los intereses nacionales y una constante pérdida de presencia en la política internacional imperen.




¿Qué Europa queremos construir? Esta es la pregunta de fondo que los ciudadanos griegos han planteado, con rabia y sufrimiento, a los políticos de la Unión Europea, según se desprende de las elecciones de hoy.

El resultado de las urnas, con un triunfo de la izquierda, no deja espacio para las dudas y obliga a Europa a mirarse al espejo y a tomar decisiones claves, en un lapso de tiempo que no admite retrasos.

Desde hace mucho tiempo Europa titubea entre dos posiciones: por una parte tiene frente a sí a la posibilidad de impulsar una UE hecha de solidaridad, confianza y elecciones políticas firmes y compartidas. 

Por otro lado, está el escenario de las sospechas, los intereses nacionales y una constante pérdida de presencia en la política internacional.

Sin duda alguna, Grecia tiene muchas culpas. Sus dirigentes han engañado en el pasado a la UE, alterando las cuentas nacionales, y por otra parte no han sido capaces de mantener sus presupuestos en equilibrio.

Pero es importante destacar que la durísima terapia financiera reclamada por la "troika" UE-FMI-BCE a Atenas logró encarrilar a la economía del país pero al mismo tiempo generó sacudones sociales muy duros para la gente.

El poder adquisitivo de la población cayó un 40%, los salarios han, a su vez, bajado como promedio el 25% y en el país hay un millón de pobres más que en el pasado, sobre una población -vale la pena recordarlo- de 11 millones de personas.

Junto a los aguinaldos, fue cancelada también la esperanza.

La UE deberá ahora evaluar lo que querrá hacer teniendo en cuenta no sólo las decisiones sobre Grecia que serán tomadas en los edificios de la Comisión Europea de Bruselas, sino también escuchar lo que se dice en las filas de los supermercados llenas de descuentos o de las farmacias de Atenas o Salónica.  

Siendo más cínicos, la UE deberá decidir entre la salida de Grecia del euro, o quizás un "default" de Atenas que servirá para tranquilizar de verdad a la opinión pública de Alemania, Holanda o Luxemburgo, que en su gran mayoría le reclaman rigor y austeridad.

La verdad es que Europa no admite que de una u otra manera la construcción de la UE ha entrado en una nueva fase que parece ser irreversible: cuando se está en la mitad del cruce de un río es inútil mirar para atrás, lo mejor es ir rápido y llegar a la otra orilla.

Es probable entonces que la victoria aplastante de Alexis Tsipras en Grecia pueda dar una mano -aunque sea paradójico- a los viejos burócratas europeos.

De una u otra manera, está claro que Bruselas debe cambiar de una vez -y de manera clara- sus terapias marcadas a fuego con el rigor y la austeridad, dando espacio al crecimiento y las inversiones.  

El camino indicado es el que ha emprendido el jueves pasado el italiano Mario Draghi, quien está al frente del Banco Central Europeo, y que ha lanzado un mega-plan de compras de bonos, precisamente par dar un empujón al crecimiento europeo.

También el presidente de la Comisión europea, el luxemburgués Jean Claude Junker, tuvo una posición lúcida, al abrir las puertas de Bruselas a la posibilidad de darle más flexibilidad a los duros parámetros europeos sobre deuda y presupuestos públicos.

Atenas, a su vez, deberá evitar exagerar en sus reclamos, aceptando respetar los acuerdos firmados en los últimos años e ir negociando nuevos pactos con la UE. 

Lo que ha ocurrido hoy en Grecia es, en otras palabras, que los electores lanzaron un desafío que la UE tendrá que escuchar y saber cómo gestionar. Y lo deberá hacer rápidamente, porque en medio del río las corrientes suelen ser muy fuertes.

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