Columna de Ascanio Cavallo: ¿De qué se trata?

Congreso nacional sesion del senado 25-1-2017
Valparaiso,25 de enero 2017.Congreso nacional sesion del senado- El senado debate el proyecto de ley que crea el sistema de educacion publica,se conto con la presencia de los ministros de educacion,Adriana Delpiano,de la Segpres,Nicolas Eyzaguirre,de ...

La frase "no da lo mismo quién gobierne" debutó en la elección de 1999, como un angustiado argumento para detener la hazaña de Joaquín Lavín. Después de eso se ha vaciado de épica y contenido. Hoy puede significar cualquier cosa.




¿De qué se tratan las elecciones de este año? ¿Qué es lo que el país puede esperar de sus resultados? ¿Qué se juega el ciudadano en el momento de ir a emitir el voto? O, en la línea más baja, ¿se tratan de algo realmente?

Esta es la pregunta esencial de cualquier elección presidencial. Como es altamente probable que un ciudadano no llegue a conocer nunca al Presidente, votar por alguien para que ejerza ese cargo supone entregarle una confianza robusta. Hoy, la mitad de los chilenos mayores de 18 años no quiere dar esa confianza a nadie -cualquiera sea su razón- y, por lo tanto, no vota. Al diablo el Presidente.

La otra mitad se enfrenta a la pregunta sustantiva: ¿De qué se trata? Siempre se puede responder con frivolidad, pero eso no disminuye el peso de la pregunta. Y lo que pasa este año es que, apartada la frivolidad, las respuestas a esta pregunta todavía son inocultablemente pobres, razón por la cual estas elecciones tienen el doble aire de la baja calidad y la ausencia de emoción.

La última elección apasionante fue la que enfrentó a Ricardo Lagos con Joaquín Lavín en 1999-2000, cuando se midieron dos interpretaciones contrapuestas respecto del modo en que Chile había sido impactado por el progreso. Con la frase mágica del cambio, Lavín arrastró a Lagos a la primera elección de la historia de Chile con segunda vuelta. El conjunto de las acciones de Lavín decía: estas elecciones se tratan de impulsar el cambio, porque el cambio ya está aquí. Los mensajes de Lagos respondían: se trata de seguir adelante, porque el cambio lo hemos producido nosotros.

La frase "no da lo mismo quién gobierne" debutó en esa elección, como un angustiado argumento para detener la hazaña de Lavín. Después de eso se ha vaciado de épica y contenido. Hoy puede significar cualquier cosa, incluso un sarcasmo contra el propio gobierno. Hoy se la escucha en boca de los funcionarios de la Nueva Mayoría, pero, en su debilidad de convicción, parece una desagradable confirmación de que simplemente procuran proteger sus empleos.

No siempre es así, pero entonces, ¿de qué se tratan las elecciones para la Nueva Mayoría? Un entusiasta dirá que de profundizar el proceso de cambios, continuar con las reformas estructurales y apuntar sostenidamente contra la desigualdad. Acto seguido, agregará que sí, que hay que corregir los defectos de las reformas -que serán muchos o bastantes, depende del interlocutor- y que no, que no se trata de retroexcavadoras y patines, que esos fueron tropiezos verbales, palabras fuera de contexto y así, ad nauseam. El entusiasta ha de tener problemas naturales para defender a un gobierno con más del 70% de desaprobación, donde la única indemnidad está reservada para la Presidenta.

Y el entusiasta, que hasta hace dos semanas fustigaba a la DC por la decisión de llevar candidata propia, ahora dirá que la competencia es refrescante y que lo que importa es reunirse todos "contra la derecha", por lo menos en la segunda vuelta. Este cambio de discurso lo produjeron las primarias, que con el millón y medio de votantes de Chile Vamos expandieron la tembladera por la Nueva Mayoría.

Nunca se sabrá si una primaria en la Nueva Mayoría habría sido positiva o negativa para sus participantes. Pero podría haber sido un lujo frente a lo que se vio en las de Chile Vamos y el Frente Amplio: por ejemplo, Guillier, Lagos, Goic, Teillier. Los cortitos ojos del actual PS segaron esa posibilidad, y la Nueva Mayoría siente los escalofríos de dos meses de ausencia. En 1999, Lagos gastó tres meses en su agotadora primaria con Zaldívar, y Lavín los aprovechó en un intenso activismo territorial que le permitió cubrir el país con su "Viva el cambio". ¿Qué estarían haciendo Guillier y Goic mientras sus adversarios bailaban sobre el escenario?

Y a todo esto, ¿de qué se tratan las elecciones para la DC? De recuperar la identidad, frenar la fuga de votos del centro, parar la aplanadora de la izquierda, dirán los militantes del grupo hegemónico. Cosas menores, pero si se va más al fondo: rescatar el espíritu de la Concertación antes de que fuera asaltada por los "autoflagelantes". Y al día de hoy, se trataría también de dar la sorpresa, lo que significa lograr que la antiépica Goic, más que marcar en las encuestas, represente algo. Después de todo, la DC es dueña de cerca de un 12% que no se ha exhibido alrededor de Goic.

Curiosamente, por esta vez, para la derecha es mucho más fácil decir de qué se tratan estas elecciones: de frenar el rumbo irresponsable en que va el Estado, corregir las reformas mal hechas, reimpulsar el crecimiento (¡qué mal le cae esta palabra a la parte flagelante de la izquierda, qué endemoniada resistencia ha opuesto a incorporarla en su repertorio político!) y mejorar las expectativas de empleo. Son ideas simples, pero encajan con las ansiedades comunes: empleo, salario, estabilidad. Lo que compone el horizonte del "precariado", que hoy por hoy es la mayoría del país (incluyendo a la submayoría de quienes trabajan para el Estado). Materias que la Nueva Mayoría dejó de comprender y ha tendido a despreciar.

Lo que da la ventaja a Chile Vamos no es el resultado de su primaria, sino la ausencia de razones para seguir apoyando a la Nueva Mayoría, una entelequia de Michelle Bachelet que, bueno es recordarlo, sólo nació para que ella le arrebatara el gobierno a quien se lo había entregado, la misma persona a la que quizás deba devolvérselo, en lo que sería la más sardónica jugarreta de toda la historia de Chile.

¿Y qué son las elecciones para el Frente Amplio? Un entusiasta diría: un paso para la renovación de la política, la introducción de la tercera fuerza contra el duopolio, el comienzo de la construcción de la nueva hegemonía, el primer día del resto de nuestras vidas. Sobre todo, de las vidas de Giorgio Jackson y Gabriel Boric. Ah, y desde luego, la radicalización de todos los cambios, que hasta ahora han sido sólo cosméticos, incluso aquellos que quemaron las pestañas de un par de generaciones.

Así, entre la proyección (pero no mucho, corregida), la contención (pero no tanto), la reconstrucción (pero de algunas cosas, no todas) y la refundación (pero no todavía), ¿de qué se tratan estas elecciones? Parece que de nada, de no mucho, de un poco de poco. De pronto, la política parece haberse desplomado, no porque carezca de épica -a veces esa es la madre de los peores desastres-, sino porque ha perdido aliento, respiración, aire de futuro. La política se consume en los problemas de firmas, comandos, listas y voceros, que es lo que con toda justicia no debe importar un comino. Los supuestos jóvenes hablan de cosas viejas y los manifiestos viejos intentan dar lecciones de juventud. El país del 2022, el que resultará de esta competencia, permanece como un hoyo negro. Quizás se trata de eso.

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