Ébola: el virus letal que desafía a la ciencia

Este patógeno que causa hemorragias internas y externas es uno de los más peligrosos que se conocen: su tasa de mortalidad es de 90% y, pese a que apareció por primera vez hace ya casi 40 años en el centro de África, todavía no tiene cura ni vacuna. Un reciente brote múltiple en el oeste de ese continente ha reactivado el interés por encontrar su origen y evitar que se propague a otras zonas.




Ante la atenta mirada de 150.000 fieles, el pontífice Francisco I cumplió el fin de semana pasado con la entrega del tradicional mensaje papal de Domingo Santo. Como es usual, el líder de la Iglesia Católica abogó por la paz en el mundo, con menciones específicas a Siria, Ucrania y Venezuela. Pero el cese de la violencia no fue el único tema de su discurso, ya que se dio tiempo para rezar por las víctimas de otro azote, el de una enfermedad que rebrotó hace un mes en África y que es considerada como una de las más letales del mundo: el Ébola.

Su preocupación es comprensible si se considera el sombrío perfil de esta patología, causada por un virus que se propaga mediante fluidos corporales como la saliva, el sudor y la sangre y que provoca fiebre altísima, vómitos y hemorragias internas y externas. Científicos belgas identificaron la enfermedad por primera vez en 1976 en una villa cercana al río Ébola, actual República Democrática del Congo, y el virus todavía no tiene cura ni vacuna. Tampoco hay certeza sobre su origen. Lo que sí está claro es su nivel de peligrosidad: con una tasa de mortalidad que llega al 90% de los casos, es 36 veces más letal que el virus que causó la pandemia de influenza española de 1918 y que mató a unas 100 millones de personas.

Para poner en perspectiva su amenaza, si los más de 16 millones de chilenos contrajeran Ébola, más de 14 millones morirían en 20 días. Afortunadamente, hasta ahora el virus se ha circunscrito a naciones en el centro de África, donde reaparece periódicamente. De hecho, cuando surgió por primera vez en la República Democrática del Congo infectó a 602 personas y mató a 431. Hace un mes se manifestó por primera vez en el extremo oeste del continente matando en los últimos días a más de 135 personas en Guinea, Liberia y Sierra Leona.

Este brote simultáneo en tres países hizo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo calificara como el más "espeluznante" desde 1976. Por este motivo, expertos de esa institución y del Centro de Control de Enfermedades de EE.UU. (CDC) viajaron a la zona en busca de respuestas. Todos intentan averiguar cómo es que el virus viajó hacia el oeste y si existe alguna forma de identificar la forma en que llega a los humanos. ¿Su esperanza? Obtener pistas más claras para crear tratamientos efectivos contra la enfermedad.

Erica Ollmann Saphire, bióloga del Instituto de Investigación Scripps (EE.UU.) y líder de un consorcio de 15 instituciones que intenta desarrollar terapias contra el virus, explica que aunque todavía no hay curas definitivas sí hay avances importantes. Una de las razones es que a una década de que el CDC calificara este virus en la categoría más alta de agentes bioterroristas, junto al ántrax y la viruela, el Departamento de Defensa de EE.UU. y la empresa Tekmira ya iniciaron en enero la primera prueba en humanos de una droga contra este mal.

Además, el Instituto de Enfermedades Infecciosas del Ejército de EE.UU. ha reportado resultados promisorios con vacunas experimentales probadas en simios. "Hoy existen los fondos necesarios para analizar contramedidas médicas. Después de todo no podemos garantizar que este tipo de brotes ocurrirá siempre en villas remotas", explica Ollmann Saphire. Hasta el momento los episodios se han producido en zonas más bien aisladas, lo que ha permitido circunscribir los casos. "Pero el episodio actual involucra áreas urbanas como la capital de Guinea e, incluso, los pacientes rurales terminan siendo transportados a hospitales citadinos, lo que aumenta el riesgo de contagio", agrega la investigadora.

El temor a que se expanda hacia otras zonas del mundo ha crecido. De hecho, Arabia Saudita suspendió las visas a peregrinos musulmanes guineanos y liberianos, y Francia, que mantiene fuertes lazos con sus ex colonias, desplegó médicos en el aeropuerto de Conakri (Guinea) para impedir que el brote llegue a Europa. Las medidas son comprensibles si se considera que en 1976 un trabajador de un laboratorio en Inglaterra se pinchó accidentalmente con una aguja contaminada y hubo que aislarlo inmediatamente para evitar la infección de otras personas.

Enemigo complejo
Una de las mayores dificultades para desarrollar un tratamiento es que el Ébola no es un virus único, sino que se divide en distintas cepas. Hasta antes del brote más reciente se conocían cinco, pero un estudio genético del Instituto de Medicina Tropical Bernhard Nocht, en Alemania, estableció que la nueva emergencia originada en Guinea fue provocada por una nueva variante.

David Sanders, biólogo y experto en Ébola de la U. de Purdue (EE.UU.), dice que tal como ocurre con la influenza o el VIH, cada cepa porta distintas proteínas que son atacadas por el organismo. Por eso, aunque la persona genere una respuesta inmune contra una de las variantes, es muy probable que no lo haga en el caso de las demás. Según el experto, la diversidad genética del virus del Ébola parece indicar que ha evolucionado en su huésped nativo, cualquiera que sea este, durante milenios.

El Ébola genera un verdadero caos en el cuerpo. La explicación es que, según una investigación de 2013 de la Universidad de Texas, el virus contiene genes que alteran el mecanismo de defensa del cuerpo. Para empezar, evitan que las células dendríticas del sistema inmune, presentes en la piel, la nariz, pulmones y sistema digestivo, activen otras que destruyen la infección. Luego de unos 20 días, las células enfermas se separan de los vasos sanguíneos causando hemorragias masivas y fallas en riñones e hígado. "Cuando eso ocurre, cae la presión sanguínea y la persona muere de shock hemorrágico. Es una muerte horrible",  explicó Joseph Fair, vicepresidente de Metabiota, una empresa de EE.UU. que estudia el Ébola, a National Geographic.

Hoy la única forma de evitar la muerte consiste en aislar al paciente y aplicar medidas paliativas como administrar anticoagulantes y fluidos para contrarrestar la deshidratación y esperar que pase. Sin embargo, Albert Brukeyev, experto en Ébola de la Universidad de Texas, señala que esta enfermedad es muy persistente: si un paciente sobrevive, el virus permanece en su semen hasta por tres meses, por lo que los hombres son instruidos a seguir un uso estricto del condón. En el caso de las mujeres, el agente permanece en la leche materna, por lo que se aconseja el destete de los niños.

Pero eso no es todo: científicos de la Agencia de Inspección Alimentaria de Canadá realizaron en 2012 tests con simios y cerdos y probaron que la cepa Ébola-Reston puede transmitirse por vía aérea. Eso significa que en ciertas condiciones no necesita contacto directo con fluidos corporales, y podría bastar estar en una misma habitación con alguien contagiado para verse afectado. Controlar la amenaza es el objetivo de las pruebas clínicas de la droga TKM-Ebola, elaborada por Tekmira gracias a un contrato de US$ 140 millones con el Departamento de Defensa de EE.UU. El medicamento "silencia" los genes del virus que activan la enfermedad y, aunque sus pruebas recién partieron en humanos, tests previos en simios permitieron la supervivencia de todos los ejemplares.

El desarrollo de una vacuna parece más lejano, ya que el proceso suele tardar 15 o 20 años y no existen muchas empresas interesadas. Una de las razones para esta falta de interés es el bajo potencial en términos de ganancias: desde su aparición en 1976 los casos de Ébola no superan los 10.000. Jonathan Towner, experto en Ébola del CDC, apunta a la seguridad que requiere el manejo del virus como otra dificultad: "La investigación de este virus se debe realizar en laboratorios de bioseguridad nivel 4 (el más alto), cuyo número es muy limitado". De hecho, en el mundo no existen más de 60 de estos recintos.

En busca del origen
Pero antes de dar con una cura, todavía queda por descifrar el origen de la enfermedad y su reciente capacidad para desplazarse. En ambos enigmas, las sospechas recaen en los murciélagos, gracias a su impresionante habilidad para albergar virus zoonóticos, es decir, que pasan de una especie a otra. Estas criaturas son huéspedes de más de 60 patógenos que pueden infectar a los humanos, superando incluso a los ratones.

Según el CDC, entre los agentes que ellos transmiten están el del Síndrome Respiratorio Agudo (Sars); el Nipah, que causa fiebres cerebrales letales; Hendra, un cuadro respiratorio mortal, y el Marburg, pariente del Ébola y que también causa hemorragias. Las evidencias circunstanciales de que transmiten el Ébola también inculpan a los murciélagos: fueron hallados en el techo de una fábrica de Sudán en un brote de 1976, repletaban una cueva en Kenia que fue visitada por un danés que murió de la enfermedad y en 1999 al menos 60 mineros que trabajaban en una zona subterránea del Congo, en la que había cerca de 30.000 ejemplares, murieron de Marburg.

Tal como ocurre con esta última enfermedad, estos animales transmitirían el virus del Ébola a cerdos y simios a través de sus heces, para luego pasar a los humanos mediante el consumo de la carne infectada. Considerando el riesgo, el gobierno de Guinea llegó incluso a prohibir el consumo de sopa de murciélago, un plato local muy popular. Sin embargo, hasta ahora encontrar ejemplares que porten efectivamente el Ébola ha sido prácticamente imposible.

Brukeyev señala que nadie sabe con certeza por qué los murciélagos albergan todos estos virus, pero apunta que una de las teorías es que evolucionaron conjuntamente y que eso explicaría por qué estos animales no se ven afectados. "Lo que ocurre es que hasta hace poco, no les prestábamos tanta atención como a los roedores. Ni tampoco nos adentrábamos en sus hábitats. La presión sobre su medioambiente puede estar aumentando el contacto con ellos y con otros animales que suelen vivir a su alrededor. Por eso tal vez nuestro sistema inmune no está preparado para confrontarlos apropiadamente", concluye Ollmann Saphire.

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