El más grande

Como pocos atletas, Muhammad Ali rompió las fronteras del boxeo y del deporte. Su resonancia alcanzó al arte, la literatura y el cine. Con su personalidad carismática y su extraordinario orgullo racial, su influencia fue más allá: encarnó una nueva forma de ser en la década de Malcolm X, Los Beatles y Vietnam.




¿Sabes pelear?". Joe Martin, un policía de pelo canoso y andar calmo, escuchaba las amenazas de un chico negro de 12 años. Era una tarde de octubre de 1954 en Louisville. El niño se llamaba Cassius Clay, y estaba furioso. Había ido en bicicleta con un amigo a una feria  benéfica de comerciantes negros en el Columbia Auditorium. Los amigos querían pasear y Cassius además quería lucir su bicicleta nueva, una Schwinn roja y negra de 60 dólares. Pero después de recorrer la feria, cuando volvieron por sus bicis, la suya ya no se encontraba.

Llorando, Cassius fue a hablar con Joe Martin, un policía que en sus horas libres entrenaba niños en el gimnasio del Columbia. Le exigió que organizara una búsqueda de su bicicleta y le aseguró que cuando encontraran al ladrón lo molería a golpes. Martin sonreía.

-Muy bien, pero ¿sabes pelear?

-No, pero pelearía –dijo Cassius.

-¿Por qué no aprendes un poco a pelear, antes de ir por ahí desafiando a la gente?

Joe Martin sería su primer entrenador. Y aunque al principio el chiquillo era "incapaz de distinguir entre un gancho de izquierda y una patada en el culo", según Martin, tenía pasta de campeón: en seis años conquistó el oro olímpico en Roma.

Todos los mitos tienen un origen y ese parece ser el de Muhammad Ali, el boxeador más grande de la historia, tres veces campeón mundial. El chico nacido en Louisville en 1942, en años de segregación racial, hijo de un pintor de carteles alcohólico y fanfarrón, y de una mujer que hacía aseo en casas de blancos y le transmitió la devoción por la Biblia, llegaría a convertirse en un púgil sin paragón. No sólo por su estilo liviano y estilizado entre las cuerdas, su simpatía y sus movimientos de cintura, ni por sus notables triunfos deportivos, sino por sus batallas y victorias fuera del ring.

"Alí fue el más grande. Y punto", dijo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tras la muerte del campeón.

La frase de Obama evoca la dimensión de gigante que construyó Ali: como ningún otro atleta, incluso como ninguna otra estrella de la cultura popular, la admiración y resonancia de Ali atraviesa disciplinas, desde el arte y la literatura al cine. Pero acaso lo más gravitante haya sido su aporte político: con su personalidad carismática y arrogante, con su extraordinario orgullo racial, Ali –dueño de una inteligencia ágil como sus pies- representó un nuevo estilo de ser negro en la América de Malcolm X y Martin Luther King. Cambió su nombre heredado por sus abuelos en los años de la esclavitud, y cuando estaba en la cúspide, arriesgó su carrera y la posibilidad de ir a la cárcel por negarse a ir a Vietnam.

La leyenda

Encantador, bromista, charlatán. Ali poseía una personalidad magnética y un rápido sentido del humor. A sus excepcionales dotes atléticas, Ali sumaba alegría, ingenio, espectáculo.

Desde luego, bajo esa apariencia había mucho más. Creció en una ciudad segregada. Creció escuchando historias de resentimiento de su padre, y observando con dolorosa curiosidad las diferencias en la calle. "Papá, voy a la tienda y el dueño es blanco. Luego voy a la farmacia y el farmacéutico es blanco. El conductor del autobús es blanco. ¿Qué es lo que hacen los negros?", le dijo a su padre a los cinco años.

Pero lo que más lo afectó, según su biógrafo David Remnick, fue el asesinato de un muchacho negro de 14 años, en Chicago, por un blanco que se sintió ofendido porque el chico le habló a su esposa. El rostro del muchacho quedó desfigurado, pero el tribunal dejó libre al asesino y a su cómplice. Eso reforzó su idea de que todo joven negro se enfrentaría luego a un mundo hostil.

Y para eso se preparó con una disciplina temible y una confianza desbordante. Cuando aún era un adolescente, se asomaba al camarín de su rival y le gritaba que se preparara porque iba a recibir una paliza. Así, buscaba intimidar a sus contrincantes y llamar la atención sobre sí mismo: estaba inventado su leyenda.

Él era así 

Antes de partir a los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, le dijo al jefe de deportes de Newsweek: "Voy a ser el más grande de todos los tiempos". Uno de sus compañeros de delegación acotó: "No se lo tome a mal. Él es así".

Clay volvió de Roma con la medalla de oro. Fue recibido como héroe en Louisville y él agradeció rapeando: "En mi deseo de contribuir/ a la grandeza de mi país,/ al ruso le zurré/ y al polaco también./ Luego por Norteamérica conquisté la medalla/ y en Italia con Casio me comparaban".

A partir de entonces comenzó su carrera por llegar al título del mundo profesional. Pronto concentró las miradas. Era un boxeador distinto. Un payaso, sin pegada, según la vieja guardia que fumaba habanos en primera fila. Un tipo cool, para muchos otros.

En sólo tres años, Clay se convirtió en el gran aspirante al título. El match quedó fijado para el 25 de febrero de 1964, en Miami. Como en sus días de adolescencia, se dedicó a provocar al campeón, Sony Liston. Suerte de Mike Tyson de los 60, Liston era el boxeador más temido desde Joe Louis; tenía antecedentes carcelarios y vínculos con la mafia. A diferencia de Clay, quien secretamente se había acercado a la Nación del Islam y proclamaba que su cuerpo era un templo. Para casi todos los entendidos, Cassius no terminaría en pie.

Una semana antes de la pelea recibió una visita en el gimnasio: los Beatles estaban en Miami y fueron a saludarlo. "Hola, Beatles. Tendríamos que hacer una gira juntos. Nos haríamos ricos", dijo, mientras bromeaba con John, Paul, George y Ringo.

La imagen ya es un ícono: la banda de Liverpool y el joven retador eran la expresión de su tiempo y de un mundo que vivía profundos cambios sociales y culturales. Clay como el quinto Beatle.

El púgil le hizo creer a Liston, a apostadores y a la prensa que no era más que un bravucón. Por eso cuando lo derrotó gritó a todo pulmón: "¡Soy el rey! ¡El rey del mundo! ¡Ahora tráguense sus palabras!". En la platea, entre las primeras filas, lo observaba Malcolm X, su invitado.

Más grande que el orgullo

Con el título en la mano, Cassius proclamó su adhesión al Islam. En los Musulmanes Negros, como se les conocía popularmente, encontró un discurso y un sentido de identidad: "¿Por qué nos llaman negros?", se preguntaba uno de sus predicadores. "Es el modo que tienen los blancos de suprimirnos la identidad. Cuando vemos a un chino, sabemos que es de China. Cuando vemos a un cubano, sabemos que es de Cuba. Cuando vemos a un canadiense, sabemos que es de Canadá. Pero ¿hay algún país llamado Negro?".

El campeón adoptó ese discurso, así como nueva firma: cambió el Cassius Clay -"era nombre de esclavos"- por el de Muhammad Ali. Con esta identidad alcanzó sus victorias más brillantes a mediados de los 60 y tras tumbar a Floyd Patterson, quien se negaba a llamarlo por su nuevo apellido, le gritó: "¿Cómo me llamo? Di mi nombre".

"Ali era un hermoso guerrero, y reflejaba una nueva postura para los negros", afirmó la escritora Toni Morrison. "A mí no me gusta el boxeo, pero él era una cosa aparte. Su gracia resultaba casi abrumadora".

Entonces fue llamado para Vietnam. Y él se negó, aunque sabía las consecuencias. "¿Por qué me piden ponerme un uniforme e ir a 10 mil millas de casa y arrojar bombas y tirar balas a gente de piel oscura mientras los negros de Louisville son tratados como perros y se les niegan los derechos humanos más simples?".

Su rebelión fue más allá de su raza: alcanzó dimensiones nacionales. Perdió el título y se le prohibió boxear durante cinco años. Perdió también el aprecio de muchos ciudadanos, pero ganó la admiración de muchos otros, sobre todo jóvenes. "Cuando no quiso ir, sentí algo más grande que el orgullo: tuve la sensación de que mi honor de muchacho negro –de ser humano- quedaba a salvo", diría el profesor de literatura Gerald Early.

La vida de Ali tendría muchos otros momentos estelares: su contienda con Joe Frazier en 1971, que tuvo a Sinatra junto al ring haciendo fotos para Life; la pelea del siglo contra George Foreman en Zaire, relatada por Norman Mailer en El combate; su lucha contra el Parkinson y su gloriosa y valiente aparición en los JJOO de Atlanta en 1996.

Muchos años después, ya retirado, Floyd Patterson, uno de sus viejos rivales, lo resumiría así: "Al final comprendí que yo no era más que un boxeador y que él, en cambio, era historia".

Ali en el cine: Un actor del ring

Por Rodrigo González

El genio y la figura de Muhammad Ali nacieron para moverse en el ring y, de alguna forma, para llenar una pantalla de cine.  Cassius Clay bien podría haber sido una estrella de Hollywood, pues su carisma y el momento en que apareció eran ideales para brillar en ese terreno: rostro perfecto, estatura considerable, rapidez de mente, habilidad en el verbo, humor de sobra. Los años 60 y la consolidación de la lucha por los derechos civiles le daban además cancha libre.

Sin embargo Muhammad Ali  no estaba hecho para ponerse el traje de otro. Su personaje favorito era él y por eso en el género documental está lo mejor sobre él. El más destacado es When we were kings, que a su director Leon Gast le tomó 22 años de trabajo desde que en 1974 fue a Zaire hasta que en 1996 lo concluyó con entrevistas a celebridades de ayer y de hoy. Por la cámara de Gast pasan los rostros y los testimonios de Norman Mailer, James Brown, B.B. King, el estrafalario promotor Don King, el periodista George Plimpton y muchos, muchos cantantes.

When we were kings nació como un documental musical para registrar el festival previo al combate de Ali y George Foreman en Kinshasa, pero su realizador comprendió que las dimensiones épicas de la pelea eran un filme aparte. Ese es el que conocemos, el que muestra como el boxeador de Kentucky recupera el título mundial en el corazón de África.

Tres años después de este combate, Muhammad Ali se interpretó a sí mismo en The greatest (1977), una película que de cierta manera contaba la historia perfecta: empezaba cuando aún se lllamaba Cassius Clay y terminaba en el  gran combate de  1974.  Esos 14 años de honor y gloria significaron dos títulos mundiales, su conversión al Islam y su negativa a ir a Vietnam. Luego, lo sabemos, vendría la dolorosa decadencia, con varias peleas inútiles y una triste paliza frente a Larry Holmes en 1980. La cinta tiene a actores  del calibre de Robert Duvall o Ernest Borgnine y Ali, como es de esperar, está muy bien haciendo de Ali.

Una época similar recorre Ali (2001), el ambicioso filme de Michael Mann protagonizado por Will Smith, actor que creció con la imagen del boxeador  en su dormitorio. La cinta  ha ganado con el paso de los años y hoy ruge con voz propia, sobre todo por la notable caracterización de Smith.

Finalmente hay que recordar Facing Ali (2009), documental donde el campeón es el fantasma en las sombras. Aquí los protagonistas son los que sucesivamente lo desafiaron, lo sufrieron y también lo derrotaron. Habla, por ejemplo, Joe Frazier, que lo venció en la llamada "pelea del siglo" en 1971, que perdió en Manila en 1975 y que aún guarda sentimientos encontrados. También está Leon Spinks, quien todavía se sorprende de ganarle  en 1978. Y aparece Ken Norton, peso pesado que peleó tres veces con Ali y terminó paralítico tras un accidente de auto. El testimonio más triste es el de Larry Holmes, su sparring en la pelea contra Foreman en 1974 y luego su verdugo en el lamentable combate de octubre de 1980.

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