Encontrando a Rafael Garay

El analista económico estrella de la televisión. El experto en artes marciales. El candidato a senador. El hombre que conmovió con su confesión de que tenía cáncer, y el hombre cuyo registro se pierde hoy en una lejana capital de Europa del Este. ¿Cuál es la historia tras el personaje que marcó la jornada?




Todo el mundo habla de Rafael Garay (40), el economista que en junio pasado hizo público que padecía de un cáncer cerebral terminal y que se encontraba en proceso de liquidación de su compañía de asesorías Think & CO, devolviendo el dinero a sus clientes luego que decidiera cerrar la empresa.

"Este es un comentario muy duro para mí", posteó en su cuenta de Facebook quien en 2013 fue ex candidato senatorial por Biobío Costa apoyado por el PRO. Y luego, escribía: "Hace un tiempo atrás me fue detectado un glioblastoma. Esto es un tumor, una suerte de cáncer cerebral (...) Antes de 21 días renunciaré a todas mis actividades laborales y profesionales para focalizarme solo en esto. Mis inversionistas recibirán sus dineros con las ganancias (...) Dejo directorios y medios de comunicación. Dejo todo (...) Es un momento difícil, pero espero poder conversar con cada uno de ustedes en los próximos días".

Antes de que su rastro se perdiera en Bucarest, la capital rumana, el ingeniero comercial se hizo conocido en los medios por explicar dónde invertir dinero o cómo lucran las universidades.

Que es chileno, que es ingeniero comercial de la Universidad del Desarrollo, y que tiene un doctorado de la Universitat de Lleida en España. Que, por años, y en distintas señales de radio y televisión, aterrizó temas de contingencia económica. Que es campeón de artes marciales. Que, alguna vez en pantalla, no pudo hilar sus ideas en un móvil en vivo y fue acusado de borracho en redes sociales. Que, deslizando que se trató de una accidental sobredosis con ibuprofeno, se tomó el tiempo de responder a miles de tuiteos. Que, con apenas 32 años, fue vicerrector de la Universidad Central, además de gerente general de la Fundación Cultural Plaza Mulato Gil, en el barrio Lastarria de Santiago Centro, y del Museo de Artes Visuales.

Les falta calle

Todas esas cosas se saben de Rafael Garay. Estas otras se saben un poco menos: que, a las 5:30 de la mañana, se vestía para salir a correr por una hora y media. Que, a la hora del almuerzo, practicaba box por una hora. Que, al término de su jornada laboral, retomaba el entrenamiento con cuatro horas de kárate. Que, como cinturón negro de la disciplina, compitió en mundiales en Japón, Tailandia y Rusia. Que, antes, en su niñez, se crió en Concepción y creció sin padre. Que su infancia transcurrió vagando entre la casa de su mamá, su tío y su abuela. Y que la quiebra económica de su papá dejó a la familia en la ruina. "No tenía ni para pagar la micro", contó el economista a la revista Paula en 2011. "Durante seis años comí todos los días, almuerzo y comida, lo mismo: tallarines". Que, en esa adolescencia, sus amigos fueron todos de la población La Candelaria en Concepción. "Cuando digo que a los ministros les falta calle, estoy diciendo exactamente eso: que hablan de lo que ven en televisión, pero no lo han vivido. Vivirlo hace la diferencia", dijo Garay.

Alguna vez Garay explicó que "podría vivir en La Dehesa, pero me siento cómodo en Patronato. Si pertenezco o no a la elite, me importa un huevo". Por el contrario, su época universitaria fue más bien de escasez. Pudo estudiar Ingeniería Comercial en la Universidad del Desarrollo, donde obtuvo una beca casi total con la condición de no reprobar ningún ramo.

Tal vez lo más desconocido del economista es un tatuaje que se hizo en el brazo. "Una leyenda japonesa", como le contó a la periodista Sofía Aldea. "Cuenta que en el año 1500 hubo un incendio en un templo budista. Los monjes trataron de apagarlo con agua, pero, como era de madera, todo ardía. Entonces se fueron a la playa y se pusieron a rezar. Y la leyenda dice que desde el mar emergieron tres remolinos: agua, viento y lluvia, y apagaron el fuego. ¿Cuál es la enseñanza? Que hay una fuerza que a veces no sabemos que la tenemos, que surge en un momento y que nos ayuda. Y el tatuaje me recuerda eso todos los días".

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