Enrique Murillo: "Me fastidia la actitud adulatoria hacia la cultura"

El español participa hoy en las Jornadas de Edición de la 34° Feria Internacional del Libro de Santiago.




Hay un subgénero en el subgénero de las memorias que son las escritas por editores. Entregan reflexiones sobre la industria cultural y chismes acerca de escritores. Si Enrique Murillo (1944) escribiera las suyas, tendría mucho que contar. Y cortar. Ha sido de todo en el mundo del libro español: estuvo en Planeta, Alfaguara y Anagrama, y fue director literario de Plaza & Janés. También de las revistas El Europeo y Playboy en español, y uno de los fundadores del suplemento Babelia. Además, informó con entusiasmo La conjura de los necios (1980), de John Kennedy Toole, y tradujo a Martin Amis, McEwan, Nabokov, Tom Wolfe y Sam Shepard. Hoy es director de Los Libros del Lince (distribuido por Catalonia), que mezcla ensayos de debate público y ficción.

¿No ha pensado en escribir sus memorias como editor?

Las empecé a escribir, pero voy muy despacio y no avanzaré hasta que deje de publicar. También me espera una novela, 100 páginas que no están mal y una historia que me apetece contar. No seguiré mientras la edición se lleve todo mi tiempo.

En Anagrama, ¿fue el primero en leer La conjura de los necios?

El señor Herralde, que no la había leído, me contó la historia de la madre con el manuscrito del hijo suicidado y las negativas de publicarla en muchas editoriales. "Léelo y dime si es tan bueno como cuenta su editor norteamericano, pues es larguísima y la traducción saldrá cara", dijo. Recomendé publicarla.

¿Es Herralde tan tacaño como dicen?

No sé con los demás. Yo leí para él por años, seleccionando manuscritos que postulaban al premio de novela. Luego me pidió que llevara la prensa de la editorial y aumentó las horas hasta tres tardes a la semana. Pero seguí sin contrato ni sueldo. Cuando me ofrecieron ser director de una revista, le dije que me quedaba por la mitad de lo que me ofrecían si me hacía contrato. Se enfadó conmigo, y me fui, claro.

¿Cómo resumiría su paso por las multinacionales?

Vi y oí cosas lamentables, mucha gente metida en el negocio de los libros que no sólo no lee, sino que detesta a los escritores. También hay algún editor de verdad, pero no suelen tener poder.

Un libro bueno y uno que venda bien, ¿pueden coincidir?

Claro. Shakespeare era popular y bueno. Marías también. Bolaño terminó vendiendo mucho y es grande, pero no es lo corriente. Cormac McCarthy y Jonathan Franzen también, pero Updike no vendió así nunca.

¿Qué opina de quienes ven el libro como objeto de veneración?

Me fastidia la actitud adulatoria hacia la cultura, tan propia de los políticos y de los que están en la cultura por las subvenciones. Leer es apasionante, entender mejor la desdicha que es el destino humano te hace algo mejor. Eso me interesa.

¿Cree en los agoreros del fin de la lectura?

En las culturas latinas y mediterráneas nunca se ha leído mucho. Ahora vuelve a leerse poco. Es una pena, pero se seguirá leyendo. Por los siglos de los siglos.

Como editor, ¿hay algo de lo sienta particular orgullo?


Descubrir autores desconocidos y ayudarles a crecer hasta que se ganan la vida con ello. Es el oficio más bello del mundo. Me hace feliz haber descubierto a una narradora como Marina Perezagua, tan original, intensa y sabia contando historias, que no parece española.

¿Y alguna vergüenza?

En las multinacionales soporté más de lo que debería haber soportado.

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