Francis Bacon se obsesiona con los clásicos

El pintor británico que hizo del cuerpo y la deformidad el motor de su obra es uno de los artistas mejor cotizados en el mercado. Un tríptico desconocido se subasta en julio y una muestra en Inglaterra revela sus constantes guiños a los cuadros de maestros como Velázquez, Cézanne y Picasso.




Era una constante búsqueda de intereses, de algo intangible y fascinante que desplazara su mano de forma natural sobre el lienzo. Francis Bacon (1909-1992) era un adolescente cuando decidió ser pintor, pero en esos primeros años no le fue fácil encontrar los motivos para su pintura. Diez años más tarde, admitiría que su falta de inspiración fue la culpable de que su carrera artística se retrasara. Recién a los 35 años dio el salto, con Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión. Fue en un momento clave: pintado en 1944, su tríptico mostraba  una figura antropomórfica retorciéndose sobre un brillante fondo anaranjado, que terminada la II Guerra Mundial, fue leída  como una cruda reflexión sobre la condición humana. Bacon cimentaba su sello como un pintor audaz y visceral, que encontraba en lo monstruoso y deforme el motor de su obra.

Claro que detrás de esas pinturas no todo era espontáneo. Para echar andar su carrera, desde los años 30, Bacon recurrió al obsesivo estudio y reversión de  clásicos. Primero fue Picasso, creando a partir de la observación del trabajo del cubista español, sus personajes biomóficos. Luego, en los 40, vinieron las interpretaciones a las furias griegas y la Crucifixión. Los 50 fue la década del grito de los Papas, como su famosa reversión del Retrato al Papa Inocencio X de Diego Velázquez; mientras que en los 60 se volcó a retratar a sus amigos y parejas, tomando como referentes cuadros de Rembrandt, Matisse y Gauguin, pero siempre tiñendo sus versiones de un halo inquietante y con desgarrados personajes, que le hicieron ganar el título de "pintor del horror".

Lo cierto es que aunque no es novedad hablar sobre los guiños que el británico hizo durante toda su carrera a obras de la Historia del Arte Universal, ver en vivo esas comparaciones sí lo es. La semana pasada se abrió en el Sainsbury Centre of Visual Arts de Inglaterra, Francis Bacon and the Masters, una inédita exhibición que por primera vez reúne 13 obras del británico pertenecientes a la colección de Robert y Lisa Sainsbury, matrimonio fundador del centro de las artes, con más de 60 otras piezas prestadas por el Museo Hermitage de San Petersburgo, que incluye también, cuadros de Bacon contrastados con obras de Vélazquez, Rembrandt, Picasso, Miguel Angel, Van Gogh, Rodin, Gauguin y Tiziano.

Así, por ejemplo, Head of man (1960), y Portrait of Lisa (1956) del británico son enfrentado a Autorretrato con gorra (1873) de Cézanne; y Portrait of Old Woman (1654) de Rembrandt.

Pintura trágica

Paralelo a la muestra, se acaba de anunciar en Londres la subasta el 1 de julio de un desconocido tríptico,  Tres estudios para un autorretrato (1980),  perteneciente a un coleccionista privado y que hasta el día del remate será exhibido en la sala de arte de Sotheby's.   En 1989, Bacon se convirtió en el artista vivo mejor cotizado por uno de sus trípticos, vendido por US$ 6 millones. Tres años después, el artista fallecía, durante unas vacaciones en Madrid, agravado por su asma crónica. Tras su muerte, los precios de sus obras en el mercado se dispararon, hasta hoy. En 2013 rompió todos los récords, cuando Tres estudios de Lucian Freud se remató en Christie's por US$ 142 millones. Por eso, ahora,  la casa londinense espera que cada obra, supere los US$ 20 millones. Sin embargo no es cualquier obra: además de inédita, fue realizada luego del suicidio de su amante George Dyer, episodio del que nunca se repuso.

Nacido en Dublín en 1909, Bacon no tuvo una infancia fácil. Antes de los 10 años  ya había perdido a dos hermanos y conocido la tragedia de la Primera Guerra Mundial. A los 16 fue expulsado de la casa por su padre, debido a su homosexualidad. Fue entonces que se volcó al arte de forma autodidacta. Pasó por Berlín y París, antes de radicarse en Londres, donde comenzó su obsesivo estudio de los clásicos.

La exposición que ha causado gran expectativa en Europa, parte con una serie de fotografías de la casa/taller de Bacon, ubicado en el número 7 de la calle Rees Mews, tomada en 1961 por el fotógrafo Perry Ogden. En ellas se refleja el caos visual en el que vivía y creaba el británico: pintaba rodeado de fotos de obras maestras, así como de recortes de accidentes de autos, fotos de cuerpos humano, detalles de bocas abiertas, carnes al rojo vivo y animales salvajes. Todo se mezclaba en sus pinturas. Pareciera que entre la belleza trágica y la decadencia de esas imágenes, Bacon no sólo encontraba la inspiración sino también el cobijo de un lugar que el llamaba hogar.

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