Fuga a la victoria

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El Deportivo se desplaza al parque Bernardo Leighton de Estación Central para vivir el duelo entre el Cruz Azul, un equipo formado sólo por inmigrantes haitianos, incluidos dos futbolistas profesionales del país isleño, y el Caimanes de Venezuela. Un partido de fútbol como alegoría de la integración, como vía de escape y salvavidas.




Cuando a Valentin Ace (46), un profesor de artes marciales haitiano radicado en la República Dominicana, le dijeron que en Chile su proyecto tenía muchas probabilidades de prosperar, no lo dudó ni siquiera una vez. Recibió una carta de invitación de manos de un amigo, se subió a un avión junto a tres de sus jugadores y sobrevoló en silencio los 5.778 kilómetros que separan Santo Domingo de Santiago. Corría el año 2014 cuando arribó a la capital chilena.

Son las 13.30 de la tarde en la olvidada Población Los Nogales de Estación Central y en la castigada cancha del Parque Bernardo Leighton está a punto de comenzar un partido de fútbol. Valentín Ace se encuentra detenido en uno de los laterales del terreno de juego. "Este club tiene seis años, tres años de vida en Santo Domingo y tres años en Chile. Yo lo fundé allá, pero el gobierno en República Dominicana no le daba muchas oportunidades a los inmigrantes para hacer deporte. Nosotros jugábamos los partidos escondidos, porque la inmigración es un asunto problemático allá", comienza a relatar para El Deportivo el fundador y presidente del Cruz Azul de Haití, el primer equipo amateur del país formado íntegramente por inmigrantes de aquella nación caribeña. Un equipo con nombre mexicano, sangre haitiana y filiación chilena. Una auténtica oda al multiculturalismo y la integración social.

El Cruz Azul de Haití, bautizado así por la apasionada devoción que Valentin siente por el conjunto mexicano del mismo nombre (en el que hoy militan hasta cuatro jugadores chilenos) compite semanalmente en el Campeonato de Inmigrantes de Santiago. Hoy, sin embargo, como cada sábado, se dispone a disputar un partido de entrenamiento, pero su rival, el Caimanes FC, está formado también en su totalidad (ironías de la vida o de la globalización) por futbolistas extranjeros. Se trata de un club 100% venezolano, nacido también de la fuga, de la evasión. O al menos es así como da en definirlo su arquero, Giovanni Barragán, un administrador de empresas de 30 años que aterrizó en Chile hace 20 meses, escapando del clima de galopante inseguridad en que se halla inmerso el país. " Yo te puedo decir que tengo 20, 30 ó 40 amigos que han sido víctimas de la delincuencia en mi país, y cuando te digo víctimas es que fueron asesinados. Y obviamente también está el tema de la escasez y la situación política. Todos los que estamos acá salimos huyendo", explica, antes de agregar: "Y esto nos ayuda a mantenernos un poco más unidos la comunidad venezolana y a integrarnos con el resto de inmigrantes que están en Chile".

El irregular estado del césped, la ausencia de líneas para delimitar los márgenes del rectángulo de juego y la desnudez de los arcos, no favorecen en exceso el espectáculo, pero a las 13.30 horas de la tarde y bajo el nublado cielo de Santiago, la pelota echa a rodar. Y el partido es una auténtica fiesta, dentro y fuera de la cancha. Transcurridos diez minutos, llega la apertura de la cuenta por parte del cuadro venezolano. Y Francois Kerlin, arquero del Cruz Azul que sigue el desarrollo del encuentro desde la banda, realiza un gesto de fastidio. Y emite algún improperio en kreyol, la lengua criolla de los haitianos.

Kerlin lleva un año y cuatro meses viviendo en Chile, trabaja como ayudante en una empresa de camiones, vive en Independencia junto a otros cinco compatriotas en una casa que lleva sin suministro eléctrico desde junio y juega en la Máquina Celeste haitiana desde el mismo día de su llegada. La semana próxima lo operarán de los meniscos, por lo que su presencia en la cancha está descartada. En su Haití natal, el guardameta militaba en un equipo de Segunda, pero no se plantea ahora tratar de ganarse la vida con una pelota de fútbol. "Acá trabajo de 9 de la mañana a 7 de la tarde, todos los días. Cobro 320 lucas, pero son muchas horas de trabajo como para pensar en vivir del fútbol", explica sonriendo.

El conjunto haitiano, que se encuentra hoy sin entrenador debido a la ausencia de su DT, Jude Louis, por motivos laborales, realiza algunas sustituciones en el entretiempo. Y es entonces cuando entra en escena Simon Jean Gardy, un escurridizo delantero de 19 años que hasta hace poco más de 15 meses militaba en un equipo de la Primera División haitiana. "En mi país jugaba en Primera División, pero aquí no tengo equipo porque no sé dónde buscar una prueba. Soy joven todavía, tengo capacidad y dentro de cinco meses voy a tener también el carné definitivo. Todavía puedo mejorar mucho", proclama el futbolista, que trabaja como jardinero en el Parque O'Higgins, vive con su hermano en una diminuta vivienda de la Población La Victoria y consigue ahora empatar el choque desde el punto penal tan solo cinco minutos después de su ingreso.

Con tablas en el tanteador, uno de los ayudantes de Ace, envuelto en una bandera haitiana que reza en francés: "L'union fait la force" ("la unión hace la fuerza"), enciende su gigantesco parlante para amenizar con música autóctona (una suerte de mezcla entre hip-hop, reguetón y sonidos tribales) la recta final del duelo. Y los suplentes del Cruz Azul bailan por pura y vital inercia.

Cuando el reloj marca ya las 14.30 y el duelo ha vuelto a reanudarse luego de que la presencia en el área vinotinto de un niño de unos cinco años elevando un volantín forzase su detención momentánea, el equipo haitiano-cementero logra el tanto del triunfo. El autor de la conquista es, además, un antiguo jugador del Ajax de Haití, otro equipo amateur de Estación Central 100% haitiano. Como el Mónaco de Haití, el tercero de la lista y el de más reciente creación, que amenaza ahora la hegemonía en la comuna del Cruz Azul, el embrión de todos ellos. "Ajax de Haití y Mónaco de Haití salieron de dentro del Cruz Azul de Haití. Y somos amigos, no rivales, pero creo que juntos avanzaríamos más rápido", reflexiona Valentin Ace, quien comenzó a amar el fútbol en los años 90 -dice- "por el mexicano Jorge Campos y el chileno Iván Zamorano", y que hoy, aunque no ha logrado todavía vivir de ello (como un día le habían prometido) sí que tiene la sensación de que su proyecto ha prosperado.

"Marc Crosas, un jugador del Cruz Azul de México, conoció nuestra historia y nos entregó camisetas del equipo para jugar. Y ahora tenemos que trabajar para devolver el cariño. Aquí hay jugadores que eran profesionales en Haití, que tienen nivel, pero tenemos que trabajar en otras pegas para tener equilibrio. Yo trabajo como auxiliar de aseo en un hospital, pero es mejor que vivir en Haití, porque allí siempre el pueblo va a tener una tormenta en la cabeza", explica el presidente. Y después sentencia: "Yo vine por el fútbol a Chile, el fútbol me trajo, tengo un primo aquí, pero estos jugadores son mi familia". A las 14.40 suena el pitazo final. El Cruz Azul de Haití se ha impuesto por 2-1 y el sol brilla ahora con fuerza en la Población Los Nogales de Estación Central.

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Un lance del encuentro entre haitianos y venezolanos.

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Valentin Ace, fundador del Cruz Azul, sonriente al término del partido.

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