La electrónica confirma su arrastre y rebalsa el Movistar Arena

dj who

El escenario dedicado a los DJs estuvo repleto desde un principio y a ratos debió cerrar sus accesos.




En ediciones anteriores, el escenario electrónico situado en Movistar Arena funcionaba como una suerte de oasis, casi un remanso que ofrecía refugio mientras afuera el mundo parecía tumbarse por el calor y el ruido. Ahora, en parte, los roles se invirtieron.

Desde que se abrieron sus puertas, a las 14.15 horas, la cancha del recinto estaba repleta, casi como un pequeño trozo de Creamfields trasladado al Parque O'Higgins, vorágine que inauguró el dúo local Román & Castro, uno de los más consistentes y prolíficos representantes del género en el país. De hecho, la imagen de una vorágine resultó literal: casi como si se tratara de un festín rockero o hardcore, en un frenesí que los sonidos sintetizados le hurtaron a los encuentros monopolizados por las guitarras, el público se empezó a abrir en círculos para después volver a juntarse a través de saltos y empujones, como una centrífuga que gira y gira hasta el límite de la velocidad.

No fue la única secuencia que regaló intensidad. Cerca de las 16.30 horas, cuando saltaba a escena otro número local, el aplaudido DJ Who, el Movistar Arena estaba colapsado y los responsables de seguridad optaron por cerrar todos sus accesos. Ahí, en otra postal que semejan esas avalanchas de público que parecen arrasar con todo en los conciertos metaleros, varios de los presentes empezaron a forcejear con los guardias, con puñetazos, patadones y uno que otro mártir de la electrónica que caía en medio de la trifulca.

Pero en rigor, los paralelos con el rock, a estas alturas, no son necesarios y resultan estrechos. Desde hace largo tiempo, y ayer como elocuente muestra, la música electrónica se graduó como el otro gran género que domina Lollapalooza, rasguñando el podio ostentado por la veteranía del pop y el rock.

El segundo invitado a la fiesta, el DJ brasileño Alok, también se encargó de sellar esos pergaminos. Desde que se asomó por las tarimas fluorescentes e iluminadas del reducto, el chillido fue atronador. Manos al aire, cuerpos agitándose, griterío en constante ebullición: la reverencia al músico ya estaba servida. Su fórmula es simple: sus mezclas se inician con las voces desnudas de Icona Pop, Red Hot Chili Peppers o Coldplay, para luego fluir en una marcha frenética hacia el estallido, sin misericordia con los oídos débiles o los cuerpos cansinos.

El ritmo y la multitud no daba tregua y, al cierre de esta edición, se esperaba aún más agitación con los shows de Marshmello (muchísimos portaban una réplica de la máscara de golosina que utiliza el DJ) y Diplo

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