Las aventuras y anécdotas de los chilenos que viven como misioneros

El sacerdote Felipe Berríos, quien anunció su partida a Burundi, se sumará a los 177 chilenos que están en lejanos lugares del mundo. Algunos son jóvenes recién ordenados y, en algunos casos, religiosos mayores con deseos de partir de cero.




Ocurrió en Angola, a la salida de Luanda. La camioneta Land Cruiser del sacerdote mercedario José Antonio Leiva vibraba y tenía que acelerarla, como mínimo, a 80 para que dejara de sonar. El camino era de asfalto, pero llovía y en una curva perdió el control. Se encontró con un camión que venía en sentido opuesto y lo siguiente que recuerda es que despertó atrapado entre los fierros. 

Si no es por una excavadora que hacía trabajos cerca y que arrancó la puerta con la pala mecánica, no logra salir.

Se juntaron decenas de personas y entonces ocurrió algo que el sacerdote chileno (32 años y que partió a Africa recién ordenado, en 2006) no esperaba: el conductor de la excavadora empezó a pedirle al "cura blanco" un pago por el rescate. Llevaba provisiones, tubos de gas, teléfonos para instalar un sistema IP en un poblado y un maletín con dinero. Mientras repetía que era misionero y pedía ayuda por celular a unos curas locales, empezaron a robarle. Los curas locales alcanzaron a sacar su maletín antes de que saquearan su Land Cruiser. Después la camioneta se incendió.

Pasó dos meses hospitalizado. Contrajo cinco veces malaria. Compartió con feligreses que tenían dos o más esposas, y cuenta que supo de sacerdotes locales que se emparejaron y dejaron el sacerdocio, pero no de casos de pedofilia.

Leiva escuchó confesiones en kikongo de las que no entendió una palabra, por lo que repetía la palabra ituchi (pecado) para darse a entender. Finalmente, confiaba y les entregaba la absolución. Procuraba ser coherente no pagando coimas a los policías corruptos. Pero no era fácil.

Cuenta que un día uno lo paró y le dijo que lo multaría, porque no se distinguía un número de la patente (que se había roto en la selva). "Me dice: 'Usted va a pagar 5.000 kwanzas ($ 35.000) en el banco y, si no, 2.000 aquí conmigo'. Le dije, 'no. No voy a pagar'". El policía empezó a hablar con su copiloto angoleño, quien finalmente le dice: 'Padre, démosle mil kuanzas' ($ 7.000). Le respondí: 'Dale tu los mil kuanzas'. Pero uno tiene que tratar de dar testimonio".

Casos como el de Leiva -quien regresó hace unos meses a Chile tras contraer nuevamente malaria- forman parte de las experiencias de los 177 misioneros chilenos en el mundo, a los cuales se sumará el sacerdote Felipe Berríos, luego que se anunciara su partida a Burundi.

Muchos son jóvenes recién ordenados, aunque también hay mayores. Comparten una gran capacidad de adaptación, y también deseos de partir de cero. Aseguran que quienes viajan lo hacen por motivación y no como castigo. La violencia y la corrupción son parte de su vida cotidiana y, a veces, la encuentran en sus propias misiones.

MOZAMBIQUE Y PROSTITUCION
La mayoría de estos chilenos está en América (102), seguido de Africa (31), Europa (25) y Asia (13). Se los denomina misioneros ad gentes, ya que han sido enviados por diócesis o congregaciones. De los 177 chilenos, 160 son religiosos y 17 son laicos.

La entidad que recopila esta información, impulsa los viajes y coordina tres fondos para su financiamiento, es la OMP (Obras Misionales Pontificias), que dirige el sacerdote Jorge Vega, quien entre 1985 y 1999 también estuvo en Angola. De esos días, Vega recuerda haber estado en medio de emboscadas, aunque nunca fue herido. Dice que, salvo un cura que murió este año en Colombia por un problema al corazón, no ha habido decesos de chilenos en misiones. Tampoco acusaciones de ningún tipo en contra de los enviados del país.

Más al sur de Angola, en Mozambique, vive desde 1997 el sacerdote salesiano Ricardo Cáceres (41). Está junto al teléfono porque las várices lo han tenido inmovilizado las últimas semanas y ya se está coordinando su regreso a Chile. Primero estuvo en Maputo, la capital, pero desde 2006 está en una localidad llamada Moatize, en la provincia de Tete.

Es el párroco y encargado de la pastoral juvenil y lo sigue asombrando la prostitución infantil y la corrupción que incluso se ve en las salas: "Si un alumno quiere que lo pasen de clase, muchas veces tiene que pagar al profesor".

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