Los actores mayores

Un taller de teatro de la Fundación para la Familia transformó la vida de 19 abuelos. Venciendo la timidez, y cumpliendo viejos anhelos, estrenaron una obra ideada por ellos mismos.




En su vida, Pedro Araya ha ejercido varios papeles: trabajador de una textil, aprendiz de zapatero, vendedor de fierros y, aunque dice que tenía un buen cabezazo, hizo de árbitro en una liga de fútbol amateur en Recoleta. Cuando niño contaba chistes y de joven le gustaba imitar a Gardel o cantar canciones mexicanas, pero nunca pisó las tablas. Hasta ahora. Con 81 años se transformó en uno de los actores principales de la obra Cartas para no olvidar, que el martes pasado se estrenó en el Centro Cultural Espacio Matta de La Granja.

"Llegué al grupo sin que me invitaran y tuve gran acogida, pues no había más hombres", dice riendo.

El es uno de los 35 integrantes del taller de teatro que impulsa la Fundación de la Familia desde hace cuatro años, 19 de ellos miembros de la tercera edad. Aunque el objetivo del taller -dirigida por la actriz María Ignacia Bouchon- es fortalecer la autoestima y promover la participación social, también ayuda a superar depresiones y aliviar dolencias que aparecen en la vejez. Araya, por ejemplo, padece de Parkinson. "Hago lo imposible para aprenderme los parlamentos, a pesar de que tengo problemas de fonoaudiología", cuenta.

El olvido y el recuerdo 

La trama de la obra, estrenada ante 300 personas,  prueba el sabor de la nostalgia. Un hombre de avanzada edad, interpretado por Pedro Araya, regresa al pueblo nortino que dejó hace años por falta de trabajo, cargando en su maleta las cartas que su difunta esposa le escribió cuando estaba lejos.

Al llegar, es recibido con alegría por un grupo de mujeres: hace años no ven hombres pues todos han partido buscando una mejor vida. Entonces leen las cartas y aprovechan de reconstruir la historia del pueblo, marcada por una lucha contra el abandono y el olvido.

"El libreto es lo que ellos mismos han vivido y la obra produce una especie de catarsis, pues al momento de contar sus historias se percatan que otros han vivido situaciones similares. Todo apoyado por psicólogos, monitores y asistentes sociales", dice Ana María Zaldívar, directora de la fundación.

Aprender

"Cuando llegué...". Juana Fresia Meza, ex enfermera, de 85 años, toma aire y espera unos segundos antes de proseguir su dialogo. "Cuando llegué acá tenía una depresión terrible. Recién había perdido a una hija de 45 años", relata. Ella también es una de las actrices principales de la obra, pero, además de la pena por la muerte de su hija, cargaba con una gran timidez. "Antes si me hablaban, me ponía roja como un tomate. Pero desde que estoy aquí perdí la timidez", cuenta.

Dice que llegó al taller por una amiga que la invitó luego de pasar semanas en su casa sin salir, deprimida. "Doy gracias al teatro que me ha levantado", agrega Meza.

Según Zaldívar, uno de los objetivos de la fundación es, mediante distintos talleres, fortalecer los vínculos familiares. "Se dan herramientas para que ellos mismos se fortalezcan, fomentando la autoestima y la vida sana", comenta.

La compañía trabajará en una próxima obra que estrenarán a fin de año. Y ellos mismos construirán el guión de la nueva historia que contarán.

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