Los contrastes del albergue de Hualañé

albergue

El Liceo Hualañé es el lugar donde han llegado los damnificados, unas 200 personas, de la comuna perteneciente a la provincia de Curicó.




El Liceo Hualañé es un lujo en tiempos de guerra. Tiene un patio amplio, grandes salas, rampas para sillas de rueda y baños que incluyen duchas que, como si fuera poco, tienen agua caliente a todo evento. Tienen 600 matriculados. Es un colegio con integración que incluso tiene a dos alumnos con discapacidad entrenados por Margarita Jaña, kinesióloga y trabajadora del colegio, que fueron convocados por el Centro de Alto Rendimiento (CAR) para capacitarse. Hoy, el enorme cubículo funciona como el principal albergue de la localidad que acoge a quienes perdieron su casa en Hualañé y para los que arrancaron de la toxicidad del humo que dejó el roce del fuego en sus viviendas.

Al ingresar por la parte de la cocina, hay una organización perfecta entre quienes preparan la comida, la sirven y los que se encargan del lavado de las fuentes -clásicas de casino escolar- para alimentar a las 200 personas que transitan por ahí. Hay otro cuarto especial donde tienen seleccionada la comida en grupos, otra para la ropa que llega y dividen en tallas y un espacio pequeño que se arma entre esas puertas y un pasillo angosto donde se alcanzan a mirar las caras antes de seguir ayudando.

Al salir, hay una inmensidad. Incluso, los albergados parecieran ser menos de lo que realmente son por lo amplio del espacio. Es en ese patio donde se entretienen los ancianos. También la única niña que hay, que tiene cinco años. Los adultos juegan brisca y una señora de casi 80 años está bailando "La Bicicleta" de Shakira y Carlos Vives. Antes de este anochecer, cuenta Jaña, un anciano se despidió llorando de los coordinadores del albergue y los compañeros de emergencia. Sus hijos partieron a buscarlo para llevarlo a un lugar seguro y propio donde pasar la emergencia.

Los funcionarios, que son mayoría municipales, se conmovieron con el anciano. Jaña, que es de las pocas que no tiene vínculo público más que el Liceo Hualañé, está acostumbrada a estas pequeñas pérdidas. "Yo ayudé para el terremoto y para el incendio grande de Valparaíso. A veces sacando escombro, pero otras en lo mismo que hago ahora que es ayudar de manera más directa a las personas", cuenta. En esta ocasión, arrastró también a su hermano.

El resto de sus compañeros prefiere guardar silencio y no identificarse. Una amiga de Jaña, que trabaja desde hace años en la municipalidad de Hualañé, dice que entró a las redes sociales esta mañana y que leía con desazón que ellos, los funcionarios públicos, según algunos mensajes anónimos, se estaban llevando las donaciones para sus casas. Esta historia la cuenta mientras va junto a los hermanos Jaña en una camioneta repartiendo el pan que les facilitaron y que alcanzó para la mañana y la noche en el albergue. Ellos decidieron repartir lo que quedaba entre las casas que quedaron en pie tras el incendio y que no quieren abandonar sus dueños, pese a la humareda y los cortes de suministro.

Tras la repartija, se percatan que luego de haber recorrido todo Hualañé, aún les quedan bolsas de pan. El albergue está abastecido, el pueblo también. No saben qué hacer. la solución la da una funcionaria: "Entrémoslo, porque son capaces de sacarle foto al auto y decir que lo guardamos para nosotros". Los Jaña se ríen y le hacen caso. Llegan al liceo, entran las bolsas y son recibidos por la parte de la cocina por tres señoras que tienen sus casas intactas y quisieron ayudar a la comunidad.

El resto llega a atender a los ancianos y coordinan las ayudas a bomberos, que también están en el lugar. Hay seis sentados en un mesón comiendo y viendo las noticias, los desastres, los otros focos de incendio y a sus compañeros combatiendo fuego en distintos lugares del país. No se ven ni fatigados ni exhaustos. "Allá afuera tienen su carpa. Es enorme", dice Jaña. duermen ahí pese a que en las salas hay colchones, frazadas y almohadas. "Ellos no quieren molestar", asegura.

A los bomberos y a quienes pasan por el albergue los reciben con comida, té, ensalada y fruta, y los despiden con una bolsa de colación contundente. Jaña les repite a los funcionarios municipales: "¿Están conformes?". Ellos contestan que sí y se dan la vuelta larga para explicar por qué tienen recelo con las fotos, con hablar, con dar sus nombres. El trabajo se ve, a simple vista, colaborativo y bien hecho. Pero los funcionarios no se lo creen. Si bien la tarea está cumplida, en provincia no conocen la artimaña capitalina de hacer oídos sordos a las críticas. Por muy anónimas y lejanas que éstas sean.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.