Los nuevos votantes

Esta semana el Senado aprobó el voto de chilenos en el extranjero y, después de años de discusiones, cerca del millón de personas que actualmente viven afuera podrán participar en las próximas elecciones generales de Chile, su país. El grupo incluye desde antiguos exiliados hasta estudiantes de posgrado, y hay distintos niveles de interés y entusiasmo ante la medida.




"QUÉ buena noticia, llevamos años luchando por eso", dice desde Suecia, Manuel Albornoz, el padre del futbolista chileno-sueco Miiko Albornoz cuando se entera de que el martes el Senado aprobó el voto de los chilenos en el extranjero para elecciones presidenciales, primarias y plebiscitos. Actualmente son 894 mil chilenos los que según estimaciones de Cancillería podrán hacer uso de este nuevo derecho, muchos por primera vez, en las elecciones del 19 de noviembre de 2017.

Es una masa diversa que se concentra principalmente en Argentina, país donde se cree viven más de 363 mil chilenos. También hay muchos en Estados Unidos y España. Más atrás aparecen dos países tradicionalmente asociados a la diáspora chilena: Suecia y Canadá. Los 10 destinos más importantes de las colonias nacionales se cierran con Brasil, Venezuela, Noruega, Australia y Francia. Todos grupos que se han formado en distintas fases y por razones variadas.

Según Andrés Solimano, economista y presidente del Centro Internacional de Globalización y Desarrollo, la primera gran oleada migratoria chilena fue en los 70 y tuvo dos etapas: primero un pequeño grupo de empresarios y profesionales que se fueron durante la Unidad Popular y luego un gran flujo de gente tras el Golpe de Estado. "Hubo una migración de clase trabajadora, profesionales, profesores universitarios y después muchos se establecieron en los países con sus familias", dice Solimano.

Según los archivos de la Vicaría de la Solidaridad, entre 1973 y 1987 se dictaron más de 260 mil ordenes de exilio. Otros aunque no fueron formalmente expulsados, tuvieron que dejar el país por razones políticas pero no se sabe con certeza cuántos fueron: "No tenemos fuentes para evaluarlo", dice el demógrafo e investigador de la Cepal Jorge Martínez.

De esto ya han pasado más de cuatro décadas y hay gente como Martha Vásquez (52) que hizo su vida lejos. En 1974 cruzó la cordillera en una secuencia que terminó cuando llegó a Francia cuatro años después como refugiada política y con prohibición de volver a Chile o Argentina. En Europa estudió, se casó con un francés, tuvo cinco hijos y se quedó.

Pero Jorge Martínez también explica que en esos años también hubo gente que salió por "la búsqueda de oportunidades económicas o las redes existentes en el exterior". José del Pozo, profesor de historia de la Universidad de Quebec en Montreal y coordinador del libro Exiliados, emigrados y retornados: chilenos en América y Europa, dice que en muchos casos partieron a Canadá y Australia, que tenían políticas diseñadas para atraer inmigrantes, especialmente de ciertas áreas o profesiones. Mientras, países como Suecia y México acogieron a refugiados políticos. "Muchos de estos países tuvieron una política de puertas abiertas, los ayudaron a insertarse laboralmente, a encontrar viviendas, a que sus hijos estudiaran en los colegios", agrega Del Pozo.

A partir de los 90 y con el retorno de la democracia inevitablemente el perfil del migrante chileno tenía que cambiar. Los flujos inicialmente cayeron y la salida de personas empezó a tener que ver con los tratados de libre comercio y convenios de integración firmados por Chile. "Antes era una migración económica por mejores sueldos y condiciones laborales, ahora es más una migración de perfeccionamiento, estudios y asociada a negocios", dice Solimano. Empresarios, jóvenes profesionales y sobre todo profesionales que van a hacer posgrados a universidades extranjeras. Esa última tendencia ha aumentado y, en buena parte, gracias a los programas de becas y apoyos estatales, en la última década Chile ha duplicado el número de estudiantes en el extranjero. Ellos desordenan la cosa. "Están cambiando los patrones hacia una migración circular donde la gente va, trabaja fuera, vuelve, se establece y circula más que hacer una migración permanente. Eso es un cambio importante", agrega el economista.

Esto ha delimitado dos grupos claros en la diáspora chilena: las comunidades avecindadas en los 70 y los jóvenes recién llegados y muchas veces de paso. Hay un momento del año en que la diferencia entre ambos grupos se hace muy patente: el 18. Carolina Pinto, investigadora del departamento de sociología de la Universidad de Chile, estuvo entre 2009 y 2011 estudiando becarios chilenos de posgrados en París, Boston y Nueva York y explica que, por ejemplo, para las Fiestas Patrias, en París los migrantes de la "vieja ola" se reúnen con el embajador en una emotiva ceremonia para recordar a la patria. Los estudiantes en cambio festejan con una gran fiesta y un gigantesco asado en una escuela politécnica de ingenieros. "Ahí hay banderas chilenas, pero no tiene el sentido profundo del inmigrante que siempre está añorando", explica la socióloga.

Los dos grupos rara vez se cruzan. "No tienen punto de interés", dice Pinto. Los estudiantes hacen su vida dentro de los campus y se relacionan entre ellos, están más encapsulados. Mientras que las comunidades chilenas están vinculadas al trabajo, en actividades de servicio de personas, salud o llevando sus propios negocios, y están mucho más incorporadas en las sociedades que las han recibido. Son dos mundos.

Pero las dinámicas de las colonias que se han avecindado en otros países también han ido cambiando. De la cohesión de los 70 no queda mucho. "Poca gente hace vida comunitaria, son apenas 100 o 200 personas que participan de grupos organizados", dice Del Pozo. La excepción es lo que ocurre en Suecia donde "tienen sus asociaciones, sus colectivos, sus peñas, se relacionan principalmente entre ellos, y se apoyan al buscar trabajo", explica Fernando Camacho, investigador del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago y profesor de la Universidad de Uppsala en Suecia.

Leonora Torres, profesora de migraciones internacionales en la Fundación Henry Dunant, acaba de realizar un estudio sobre agrupaciones extracomunitarias chilenas en Europa. Ahí concluyó que en general los chilenos que viven en esa zona no están muy articulados ni funcionan en redes institucionalizadas. Las comunidades más activas son las de España: las une la causa de los derechos de los migrantes y por eso también trabajan en alianza con agrupaciones de otras nacionalidades, como los marroquíes y peruanos. Lo más novedoso es la aparición de redes de investigación académica y científica de estudiantes en países como Alemania y Gran Bretaña. De los grupos antiguos lo que más encontró fueron datos desactualizados.

La demanda por el voto ha sido una de las pocas cosas que ha unido a los chilenos de distintas partes y realidades, según Torres. En los 90 aparecieron las primeras demandas, pero en los últimos años se han coordinado más. Por ejemplo, para las primarias presidenciales del año pasado, agrupaciones chilenas instalaron urnas en ciudades como París, Madrid o Sídney, y utilizaron en Twitter el hashtag #hoynopudevotar para visibilizar su demanda. Para la segunda vuelta de diciembre, en tanto, Voto Ciudadano y la Fundación Democracia y Desarrollo, lanzaron la iniciativa "Todos somos chilenos" donde hicieron la votación simbólica pero por voto electrónico a través de Internet.

Ahí los estudiantes han jugado un rol importante porque muchos de los beneficiados en programas como Becas Chile o Fulbright eran o son "personas políticas": dirigentes universitarios, militantes de partidos o gente que ha trabajado en el gobierno. "Hay una elite que son los que están haciendo más ruido con el tema del voto porque les importa. Están comprometidos en partidos políticos, y no necesariamente de izquierda. Ellos son los que han llevado este tema", explica Pinto.

También los ha ayudado la tecnología, tal como reconocen dirigentes de "Haz tu voto volar", movimiento creado en marzo del 2013 por jóvenes chilenos en Berlín, Sídney y Washington. "La gran diferencia que tenemos nosotros con los primeros grupos que pedían voto en los 90 es que el medio de comunicación de ellos era básicamente la manifestación pero no tenían algo como las redes sociales para hacer llegar el mensaje", dice el coordinador Francisco Fuentealba quien vive en Berlín y trabaja en la Volkswagen.

El primer intento para que los chilenos votaran en el extranjero lo hizo el diputado Carlos Dupré, quien en 1991 presentó un proyecto de ley que la Cámara aprobó por unanimidad en marzo de 1994. Dos años después la comisión de Constitución del Senado lo rechazó y lo mandó "a dormir" por casi una década.

El principal argumento para no aprobarlo durante todos estos años era la falta de vínculo. Que la persona que está afuera no va a sufrir las consecuencias de su elección y que probablemente no tiene suficiente información y elementos de juicio porque no está en Chile. "Toda la evidencia sobre los procesos migratorios contemporáneos indica que los inmigrantes están siempre vinculados a sus países de origen. Así se hayan ido 50, 30 o dos años", explica Jorge Martínez, el demógrafo de Cepal. Esto sin embargo, puede variar en el caso de segundas generaciones y por eso Camacho cree que sólo un 10% de los 15 mil hijos de chilenos que hay en Suecia, por ejemplo, participaría de las elecciones. "La mayoría de estos jóvenes tampoco se interesa en la vida política sueca", dice el historiador.

En general, muchos chilenos que viven el extranjero están contentos de poder votar. Sin embargo, Fuentealba, de Haz tu voto volar, dice que lo aprobado el martes pasado les dejó una sensación agridulce: solo se permitirá participar en elecciones presidenciales, primarias y plebiscitos lo que deja afuera el sufragio parlamentario. Leticia Calderón Chelius, doctora del Instituto Mora en Ciudad de México y experta en temas migratorios y electorales, lamenta que Chile no se atreviera a promover la participación en todo tipo de elecciones tal como en Francia o Italia donde tienen representantes de su diáspora en el Parlamento.

Ahora las miradas apuntan al Ejecutivo que deberá enviar un proyecto de modificación de ley orgánica para definir temas como la forma de inscripción, el mecanismo de votación y el presupuesto para implementarlo. Al diputado UDI, Arturo Squella, por ejemplo, le preocupa que sea por carta, el método más utilizado en el mundo para estos casos. "La Constitución dice que el sufragio será 'personal, igualitario, secreto y voluntario', habría que modificar este artículo para hacerlo por correspondencia", dice y propone un mecanismo presencial. Eso significa constituir locales de votación en embajadas y consulados, idea criticada por los chilenos en el extranjero porque es complicado y costoso para los que viven lejos de las grandes ciudades.

En esta cancha estará el debate de ahora en adelante. Ante esto Calderón Chelius propone que Chile, dado el perfil más calificado y disperso geográficamente de su diáspora, debiera apostar por un sistema de voto vía Internet como el que usan en los países escandinavos. "La aprobación del voto es un paso fundamental pero lo que se ha visto en todos los casos es que el modelo se puede volver una forma de exclusión", dice la experta mexicana.

Alejandra Díaz, Catar

Hasta la promulgación de la ley de voto voluntario, Alejandra Díaz no podía votar porque no estaba inscrita en los registros electorales. "Nunca me interesó la política". La chilena de 33 años se fue en 2008 al país árabe a trabajar como azafata de Qatar Airways, donde conoció a su marido, un argentino con quien tuvo a Catalina de dos años. Dice que Catar es un buen lugar para vivir, pero que se echan de menos "la familia y las comidas ricas". Por esto se mantiene permanentemente conectada a través de plataformas como Whatsapp y Facebook, lo que dice "ayuda un montón" Nunca le había llamado la atención votar, pero dice que ahora lo considerará. "Cuando te obligan no estás ni ahí, pero cuando es voluntario, uno lo piensa".

Catherine Rojas, Irlanda

"Estoy muy emocionada", les dijo Catherine Rojas con las manos temblorosas a las vocales de mesa el 15 de diciembre de 2013. Las mujeres no entendían mucho la razón pero a sus 39 años era la primera vez que votaba. La profesora de inglés que vive en Belfast se fue en el año 96 de Chile y se casó con un irlandés con el que tiene dos hijos. Su visita a Chile en el verano coincidió con las elecciones y aprovechó de participar aunque su familia se lo recriminó: "Estaban disconformes con que lo hiciera porque no vivo en Chile. Dicen que me lavaron la cabeza en el extranjero porque soy de izquierda". Le llamó la atención la falta de interés que notó entre la gente: "Me di cuenta de que hay mucha desilusión política. El colegio estaba casi vacío".

Florencio Ceballos, Canadá

"La cuenta @floro_ceballos tiene 3.162 seguidores en Twitter. Desde ahí Florencio Ceballos (42) analiza la política chilena con mucho más detalle que varios analistas, pese a los nueve mil kilómetros que los separan de Santiago. Este sociólogo y "fanático de la política" vive hace nueve años con su familia en Ottawa y trabaja en el International Development Research Centre. Para él, el vínculo con el país no depende de si se está o no en el territorio. "Para mí el compromiso en la última elección hubiera sido levantarme en la mañana para ir a votar con menos 40 grados". A veces lamenta no estar en el país hoy porque cree que es un momento interesante. "Chile, por ejemplo, se está secularizando de manera muy rápida. Me da un poco de envidia no estar allá porque creo que están pasando cosas".

Arturo Escandón, Japón

"Cuando uno vive fuera de su país hay un pérdida que hay que reparar de alguna manera", dice Arturo Escandón (48), profesor de lengua extranjera en la ciudad de Nagoya, a donde se fue a vivir en 1987 y se casó con una japonesa. Por eso piensa que votar podría ser un paso para acercar a su hijo, Shin, chileno-japonés de 13 años a Chile. "Hoy él probablemente ni siquiera entiende qué es ser ciudadano japonés. Tengo que esperar a que desarrolle más conciencia cívica, pero yo creo que le va a interesar votar". Arturo le habla en español y el adolescente toma clases todos los viernes, pero su verdadera conexión con Chile es la comida: salió comiendo galletas chilenas en un documental de Cristian Leighton y goza con las uvas y paltas".

Virginia Salvo, España

Virginia Salvo (50) cuenta con orgullo que su sobrino español y sus amigos hablan de la "paltita" que comen al desayuno y que les duele la "guatita". Salió de Chile exiliada en 1975, a los 12 años, con su mamá y hermana. Estuvo en Suecia, Cuba y finalmente España. Su padre, Camilo Salvo, diputado y presidente del Partido Radical, fue preso político y luego llegó, también exiliado, a Suecia. "Venía con una 'L' en el pasaporte, lo que significaba que no podía volver", cuenta Virginia, quien estudió periodismo en Madrid. "Chile sigue siendo mi país, donde viven mis sobrinos, mis hermanas, mi padre. Para mí votar es darles la posibilidad de que tengan un buen gobierno. Me atemoriza la escasa asistencia sanitaria, el clasismo y el mal sistema educativo. Al vivir en Galicia, tierra de inmigrantes, no me duele el exilio y soy feliz".

Arnoldo Hax, Estados Unidos

"Cuando el año pasado el ex presidente Sebastián Piñera condecoró al profesor emérito de MIT Arnoldo Hax por su contribución al desarrollo de iniciativas tecnológicas y emprendimiento en Chile, el académico de 77 años sintió que se cerraba un ciclo. "Tenía una preocupación de no haber hecho una contribución a mi patria y este reconocimiento me está diciendo que yo nunca me fui. Mi señora dice que le hago mejor al país desde fuera de Chile". Aunque viene permanentemente a dar charlas, Hax dice que la posibilidad de votar como chileno (ya lo hace como estadounidense) le "cae fenomenal". "A personas como yo no nos dejaron hacer patria. Tenemos mucho afecto y poder ejercer nuestra derecho cívico me parece muy positivo".

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.