Marcela Paz Peña: "Sobreviví a un abuso sexual"

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Fue un hombre que no veía frecuentemente, que nunca denuncié y que partió mi vida en dos pedazos opuestos: la que era antes y la mujer introspectiva y aislada que empecé a ser desde esa vez.




Mi recuerdo más latente de niña es que dibujaba porque era la única manera de entretenerme. Mi nombre es Marcela Paz Peña, tengo 31 años, soy diseñadora y ese gusto por el dibujo culminó en un diplomado de ilustración cuando me pidieron hacer un libro como examen final. Así nació Azul, el libro que publiqué hace un año junto a José Andrés Murillo, presidente de la Fundación Para la Confianza, y que es una historia relatada y dibujada donde cuento la historia de un niño que pasa por todas las etapas del abuso. Cualquier abuso. Pero la verdad es que esos dibujos son mi historia: el abuso sexual que viví a los 17 años.

Fue un hombre que no veía frecuentemente, que nunca denuncié y que partió mi vida en dos pedazos opuestos: la que era antes y la mujer introspectiva y aislada que empecé a ser desde esa vez. Nunca entendí por qué ocurrió y tampoco sé si hay un "por qué". Tampoco sabía qué hacer con las sensaciones y emociones de rabia, pena, asco y vergüenza con las que quedé, pese a que la vergüenza debería estar en el victimario y no en el sobreviviente, pero somos las víctimas las que cargamos con eso. Y creo que tiene cierta lógica, porque cuando te cuentan un abuso sin detalles de lo que pasó, la gente se imagina cosas involucradas con tu cuerpo.

Era tan fuerte todo que en un principio pensé en no contarle nunca a alguien lo que había pasado y, entonces, lo asumí como algo que es parte de la vida. A la gente le sucedían cosas malas y a mí me tocó esto, pensaba.

El silencio duró poco. La primera vez que lo relaté fue a un grupo de amigos muy cercanos que tenía. Solo buscaba contención, pero las formas de ellos para abordar el tema fueron muy raras y sentí un juicio social importante. Después de eso, no lo quise seguir contando hasta que le dije a mis papás. Desde ese día, comenzó un silencioso proceso de recuperación en cada uno. Y yo seguía sola. Ante esos hechos opté por un camino alternativo en el que me aislé y congelé parte de mi vida cotidiana.

Mi forma de relacionarme cuando entré a la universidad era mucho más marginada y silenciosa que antes. Dejé de confiar y dejé de pensar en una sexualidad normal. Tras once años, me cuestioné por qué no puse una denuncia. Me ganó el miedo de exponerme a dar testimonio, a tener problemas más grandes o que me volvieran a hacer algo. Eso me hizo caer en una pena profunda donde terminé asesorándome jurídicamente para por fin denunciar. Pero el delito ya estaba prescrito.

Tiempo después, mientras hacía el diplomado en ilustración, encontré un papel en la calle que hablaba de talleres de apoyo mutuo para personas que habían sido abusadas. Eran de la Fundación Para la Confianza, lugar al que entré en 2014. Azul es mi historia contada con dibujos y con los relatos de Murillo, a quien conocí gracias a esos talleres a los que asistir no fue sencillo. Era un grupo de muchas mujeres y un hombre que contaban sus historias. Una peor que la otra. Fue muy heavy. Yo no me atreví a hablar hasta un mes después, pero antes pasé por la etapa de querer irme. Y empecé a soltar, a entenderme, a ver la pena que tenía contenida y también a tratarme de otra manera.

En ese contexto empecé a dibujar Azul, donde cada hoja es una etapa que efectivamente viví. Quizá la más simbólica es una donde el protagonista aparece rodeado de moscas y con algunas encima suyo mientras él está en posición fetal. Esa descripción es de cuando me sentía tan vulnerable y sucia -aunque no era mi culpa lo que pasó- que ni estar llena de moscas era un asunto que me preocupara. Dibujando empecé a sanar.

Cuando yo no tenía tan procesado lo que me había pasado y escuchaba que a los abusados sexuales les decían "sobrevivientes", encontraba que era una palabra muy determinante. Pero con el tiempo, cuando empecé a hablar con más personas en mi misma situación y tenía que referirme a mí misma de alguna forma, pensé en que de verdad sobreviví y otros sobreviven a esto que te corta y que te hace tener un grado de valentía diario para poder vivir y aceptar esta transgresión. Azul es eso: caerse, tomar la bicicleta de nuevo y volver a andar.

Hoy puedo asegurar que se puede salir de la burbuja oscura y la nube negra que deja un abuso sexual. Se puede encontrar una forma sana de vivir con esto. La mayoría lleva estas historias como una mochila donde la gente tiende a no entenderte o a tener mucha más empatía con los niños que con gente más adulta. Pero esto les puede pasar a todos. Eso es lo más difícil, que te contengan dimensionando lo que significa un abuso sexual.

Han pasado más de diez años y creo que hace dos aprendí a aceptar esto, soltar la pena y hacer el duelo, porque una parte de mí murió. Si me hubiese quedado en la parte más fuerte que es la vulnerabilidad y el no tener justicia, probablemente sería una persona super amarga. Y lo sería con justa razón. Pero decidí darle un giro y hacer de mi vida algo mejor.

Es primera vez que cuento esto. Los detalles los guardo, porque es morbo y porque todavía me duelen, pero puedo asegurarles a personas que han pasado por una experiencia dolorosa como haber sido víctima de un abuso sexual que hay una forma de caer parados. Lo que digo no es fácil. Mi versión más "emo" jamás se habría imaginado que llegué a este momento en que por primera vez puedo contar mi experiencia. Finalmente, con mi relato y el libro sé que contribuyo a visibilizar y hablar de un tema que transversalmente va de la mano con el silencio.

Mi historia termina con el principio de Azul y es una dedicatoria: a todos los sobrevivientes que día a día tienen la valentía de vivir. Yo me quedo con eso.

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