Pablo Larraín: "El tema de El Club es cómo la Iglesia vive en la impunidad"

El jueves se estrena la cinta ganadora del Pemio del Jurado en Berlín. Trata de un grupo de sacerdotes en una casa de retiro.




En Fábula, la compañía productora de los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín, todo el mundo se mueve con una rapidez inhabitual. Hay gente repartida en cada esquina, algunos hablan de un misterioso paso a caballo por la cordillera, otros se refieren a escenas en Valparaíso en los años 40 y nadie descansa. Estacionados en los computadores de las oficinas, tecleando sobre notebooks en los pasillos o a papel y lápiz en el patio, los hombres y mujeres de Fábula tienen que terminar luego con la tarea de la preproducción de Neruda, cinta sobre la fuga del poeta en 1949 y que comienza a filmarse en junio.

En medio de este ordenado caos, Pablo Larraín espera el estreno de El club y en un despacho conversa sobre la película que le dio el Premio del Jurado en el Festival de Berlín. Lo hace mientras respira aire y humo de cigarrillo. Bebe café, arranca rápido una galleta de una mesa, mira los mensajes de su teléfono, se toma la cabeza.

El club describe la historia de cuatro sacerdotes y una monja reunidos en una casa de reposo y expiación en la costa chilena; es protagonizada por Alfredo Castro, Alejandro Goic, Jaime Vadell, Alejandro Sieveking y Antonia Zegers. También hay un cuarto cura interpretado por Marcelo Alonso, un jesuita que viene a examinar las cosas y, tal vez, cambiarlas.

¿Le ayuda el estreno previo de El bosque de Karadima?

Creo que sí. Es una bonita coincidencia, porque se crea una sinergia positiva. Se produce un efecto no planificado que es el de volver a poner este tema en la discusión pública, en los medios y en la gente. Ya que la Iglesia no quiere reconocer nunca nada, con esta película pudimos entrar a la cocina de ella y ver lo que hay adentro. Es  como estar con la Iglesia en el confesionario, desnudándose. Y el tema acá, a mi juicio, es cómo la Iglesia vive en la impunidad.

¿Cómo surgió la idea del filme?

Después de ver en la prensa la imagen de un sacerdote de la congregación de Schoenstatt saliendo de una casa muy hermosa en un paisaje idílico, con praderas verdes. Al tipo se lo llevaban a Alemania para sacarlo definitivamente de circulación. Era un poco lo que le pasó al cura Gerardo Joannon cuando se descubrió su caso. Inmediatamente me pregunté qué diablos hace un sacerdote en un lugar de retiro como ése. Investigando un poco, me di cuenta que esas casas son habituales en Chile y en todo el mundo. Ahora bien, hay dos niveles de sacerdotes en estas residencias. Están los curas de la elite, los Karadima, Joannon u O'Reilly, que son mediáticos porque se mueven en el barrio alto y salen en los diarios. Pero están los curas de pueblos de 3 mil o 5 mil habitantes que nadie conoce. Tipos que pueden violar niños, pero antes que todo se sepa son enviados lejos. Nuestra película se trata de esos curas.

¿Qué sacerdotes conoció Ud.?

De los tres tipos. Estudié en colegios católicos y los conocí a todos: los que actualmente están presos o procesados, los que siguieron el camino de la santidad o como le llamen, y curas que no sé dónde fueron a parar.

En la película, los sacerdotes son bastante diferentes entre sí.

Sí. Es como un pequeño Chile: hay un ex capellán del Ejército (Vadell), un abusador de menores (Castro), un cura que dio guaguas en adopción (Goic), otro que nadie sabe por qué está ahí (Sieveking), uno que llega a  arreglar las cosas (Alonso).

¿Qué representa el personaje de Marcelo Alonso?

El padre García es una nueva Iglesia. Quiere eliminar este tipo de casas, pero todo le resulta demasiado difícil porque la vieja Iglesia representada por los curas recluidos se opone absolutamente. Es bueno que sea un jesuita: el papa Francisco también lo es y se enfrenta probablemente a lo mismo.

¿Le gusta trabajar con personajes moralmente reprobables como en Tony Manero o Post Mortem?

Más allá de los hechos, los personajes siempre tienen un lado humano. Lo que yo hago es tratar de quererlos antes que entenderlos. Me producen compasión. Es una de las razones por las que los coloco cerca de la cámara, en planos cerrados: produce proximidad.

También usó un tipo de lente especial en la filmación….

Utilizamos unos lentes anamórficos rusos de los años 60, que son los que usaron todos los grandes cineastas soviéticos, empezando por Tarkovsky.  Tienen una nobleza y una calidez única. Son difusos, están lejos de la nitidez de hoy, pero eso es lo que yo busco. Con el HD y las cámaras digitales, las cintas actuales lucen todas igualmente plásticas y falsas. Antes uno era capaz de distinguir si un filme era francés, ruso o americano sólo con el tipo de imagen que tenía.

Tomarle esa foto a monseñor Javier Errázuriz con el Oso de Plata provocó reacciones en contra. ¿Lo haría de nuevo?

No. Me trajo muchos problemas. Veníamos en avión desde Berlín a Chile y justo estaba monseñor Errázuriz en el mismo vuelo. El es a mi juicio uno de los grandes encubridores históricos de los crímenes de la Iglesia. Y él estaba consciente de que la película había ganado en Berlín, y tomó el Oso, porque resulta que el  premio tiene un efecto de manzana prohibida del paraíso: es grande, pesado y brillante, todo el mundo lo quiere tomar. Asintió y tomamos la foto. Pero después me trajo complicaciones, porque no es lo que yo hago. Pero no pude resistir tomar la foto al verlo tan cómodamente  ahí, viajando en primera clase del avión. Conversamos con él y siempre sostiene que está todo tan bien, que la Iglesia ha colaborado con la justicia, con su voz tan cansina, bajita y amable. Tiene un cinismo demasiado irritante y me pasó lo que pasó.

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