Papa critica divisiones internas en el clero dos días después de renuncia

El Pontífice condenó también la "hipocresía" religiosa y algunos "comportamientos".




Muchedumbre, ovación, aplausos y lágrimas. El día de la reaparición en público de Benedicto XVI, tras el anuncio de su renuncia, fue un día de conmoción. En su última audiencia general y en su última misa celebrada como Papa, Joseph Ratzinger pareció emocionado y afectado por la calurosa cercanía de los fieles. Sin embargo, durante la homilía del Miércoles de Ceniza, condenó con severidad los males que aquejan a la Iglesia actual, como "la hipocresía" religiosa y "las divisiones dentro del cuerpo eclesiástico".

En el oficio, celebrado en San Pedro en lugar de la basílica de Santa Sabina, como es habitual, para que más gente pudiera asistir, el Pontífice condenó los comportamientos que buscan aparentar y "sólo persiguen el aplauso y la aprobación". El mensaje rebotó fuerte y claro en la nave de la catedral que representa el corazón de la cristiandad.

Vestido de la casulla violeta, propia de la temporada de Cuaresma, el Papa hizo referencia a una cita bíblica para llegar a su acto de autocrítica: "Reúnan al pueblo, convoquen una asamblea solemne, llamen a los ancianos, junten a los chicos, los niños, los bebés: salga el esposo de su habitación y la esposa de su tálamo". Los versos le sirvieron para introducir el tema sobre el que quería insistir: la unidad.

Un mensaje directo a los cardenales, obispos y miembros del cuerpo diplomático del pequeño Estado Vaticano que se sentaban en las primeras filas del templo.

"La dimensión comunitaria -dijo- es un elemento esencial de la fe y de la vida cristiana. Cristo vino para volver a unir a los hijos de Dios que se habían dispersado". Este concepto, según expresó el Pontífice, debe centrar los días que separan de la Pascua, ya que "el camino de la penitencia no se recorre solo, sino con muchos otros hermanos y hermanas. Cada uno de nosotros tiene que testificar dentro de su comunidad para enseñar el verdadero rostro de la Iglesia, ya que a veces viene desfigurado. Pienso en las culpas contra su unidad y en las divisiones". Benedicto siguió hablando claro. Su última estocada, antes de salir del escenario: "El verdadero discípulo no sirve a sí mismo, ni a una audiencia, sino a su Señor, en simplicidad y generosidad".

"Fue una frase muy fuerte. Pronunciada en el final de un pontificado que él quiso interrumpir, su sermón sonó como una especie de testamento espiritual del Papa renunciado", comenta Marco Torniello, experto vaticanista del diario italiano La Stampa. La primera prueba que superar para la última voluntad del Papa alemán será el próximo cónclave. Se va a celebrar a partir del 15 de marzo, precedido, como quiere el derecho canónico, por 10 días de consultaciones, oraciones y discusiones entre todos los cardenales. Sólo los que tengan menos de 80 años se encerrarán en la Capilla Sixtina para votar el nombre del nuevo Pontífice. Las opiniones son muy discordantes: hay analistas que imaginan unas elecciones rápidas, para dar esa señal de unidad que pidió a voces Benedicto XVI ayer, mientras hay otros mucho más escépticos, que piensan que el sorpresivo paso atrás de Ratzinger cogió desprevenidos a los cardenales que aún no están organizados en corrientes.

Desde que en la mañana del lunes el Papa alemán reveló su histórica decisión, "por falta de vigor y fuerzas", la Plaza de San Pedro había vivido como suspendida en una irreal atmósfera de espera. Los fieles y los turistas sacaban las cámaras como siempre, pero la pregunta que corría de boca en boca denotaba preocupación: "¿Qué pasa ahora?".

Sin embargo, los fieles llenaron por la mañana la sala Pablo VI, donde cada miércoles Ratzinger celebra su audiencia general, y por la tarde, la Basílica de San Pedro. Hasta los cardenales lo aplaudieron durante más de dos minutos. Algunos sacaron el pañuelo del bolsillo, otros se taparon los ojos, todos se quitaron la birreta como muestra de respeto. Mientras, llegaban gritos de "¡Que viva el Papa! ¡Que viva Benedicto!".

"Queridos hermanos y hermanas -empezó en el Aula Pablo VI-. Como saben, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me ha confiado el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios", dijo, como percibiendo que la gente allí reunida necesitaba escuchar de su propia voz alguna explicación por un gesto tan rompedor. Benedicto admitió estar "muy consciente de la importancia de este acto, pero al mismo tiempo sé que ya no estoy en condiciones de desempeñar el ministerio de San Pedro con la fuerza que éste requiere. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla". Con la voz ondulada por la emoción agradeció: "En estos días, nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, su oración".

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