Quintín: "Me parece que el cine chileno no arranca y no tiene la nobleza de las películas de Raúl Ruiz"

El intelectual transandino, creador de la revista El Amante, ofreció hace una semana en la UDP una conferencia sobre "cine, literatura y visibilidad".




Se llama Eduardo Antin (1951), pero lo llaman Quintín. Comenzó a escribir crítica de cine cuando ya había cumplido 40 y desde entonces el registro tajante y desinhibido de quien fuera director de la revista argentina El Amante y del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) ha clavado más de una bandera en un oficio que él mismo ve en declive.

Acompañado de su esposa y colega Flavia de la Fuente, junto a quien mantiene el blog La Lectora Provisoria, llegó a Santiago tras asistir al Festival de Valdivia. Ya en la capital, fue conferencista invitado de la Cátedra Abierta UDP en Homenaje a Roberto Bolaño. ¿Su tema? Cine, literatura y visibilidad: los mecanismos de consagración, que "pasan en la literatura por la industria editorial española, en un principio, y en el cine por los productores franceses que dan la carta de visibilidad a directores de todo el mundo, en particular a los latinoamericanos".

¿Cómo entra el crítico en esta lógica de visibilización? 

Es un poco la función del crítico y también del programador del festival: hacer visible algo que estaba oculto, mostrarle al público algunas películas. Creo que todavía la crítica ejerce influencia en ese sentido, aunque cada vez menos.

Ahora que hay tanto cine disponible, ¿no opera el crítico como curador o DJ?

El trabajo de crítico se ha hecho más complicado, por el volumen de cosas que hay para ver y por los distintos formatos existentes. Más complicado y cada vez menos relevante, porque no existen críticos de la web: no veo que alguien diga, bueno, de la cartelera de hoy vaya a ver esto o vaya a tal sitio y baje tal cosa. Porque tiene que haber un universo más o menos acotado. No se puede hacer señalamiento de lo infinito. Entonces, uno cae en una lógica que no es la del crítico, sino la del fan, que sigue y hace campaña por determinado cine, determinado director, determinada serie.

¿Qué lo estimula para hacer una crítica elogiosa? 

Hay muy poco placer en el cine, pero encuentro placer en algunas películas inesperadas. Por ejemplo, me gustó mucho Gravedad. Pero también me gustan películas muy de arte, como Aquel querido mes de agosto, de Miguel Gomes, o Jauja, la última película de Lisandro Alonso. Me parece que últimamente la crítica se reduce a ver si una película está más o menos bien hecha, más o menos bien escrita, más o menos bien actuada, etc. O sea, si tiene eficacia desde el punto de vista profesional. Y eso a mí no me importa mucho: hay muchas películas bien hechas, pero que no me dan ni un placer. Si soy el profesor que evalúa al alumno, le pongo un 7, pero en realidad no me aporta nada. La mayoría del cine que se hace hoy es así, de todas partes del mundo. Las películas tienen piso técnico y artístico aceptable, pero hay muy pocas películas buenas. Hay muy pocas películas que excedan la rutina profesional. No está la cresta de la ola, no están las películas geniales.

¿Es la genialidad una condición?

No digo genial en términos convencionales. Se trata simplemente de películas distintas, que le digan algo a uno, que tengan libertad, que tengan frescura.

¿Los festivales están homogeneizando el cine?

Sí. Hay un cine que se aprobó. Cuando las películas llegan a los festivales, previamente han pasado por los talleres de estructura de guión, las residencias, los fondos, la búsqueda de nuevos directores. Y entonces las películas se construyen a partir de un guión que es perfeccionado en sucesivas entrevistas del director con sus productores, tutores, sus sponsors institucionales. Gracias a eso, se termina haciendo un cine donde todo es parecido, pero todo tiene algo local, personal. Es lo mismo que hace Hollywood, donde las películas se parecen, pero todas son distintas.

Cuando mucho crítico local se entusiasmó con La sagrada familia (2005), de Sebastián Lelio, usted la trató muy mal. ¿Cómo ve el cine chileno? 

La sagrada familia no me gustó nada. No he visto Gloria, pero vi El año del tigre y no me gusta nada lo que hace (Sebastián) Lelio. Y no me gustan las películas que se están haciendo en Chile: me parecen películas muy ligadas a la televisión, a una narrativa muy reaccionaria, muy vieja.

¿Qué películas chilenas ha visto últimamente?

Vi en Valdivia La voz en off (de Cristián Jiménez) y también me parece una película medio torpe, facilista, vieja. Me parece que el cine chileno no arranca. Es un cine donde no hay nobleza, esa nobleza que tenía el cine de Ruiz y que nadie ha retomado. Hay todo un cine sórdido, que festeja el cinismo y, a su vez, es sentimental. La de Che Sandoval (Soy mucho mejor que voh) es lo mismo: está bien, es buena película, es graciosa, pero siempre está la cosa humillante, autohumillante. Tony Manero es lo mismo: ese mundo de gente que merece ser castigada, merecemos ser castigados y al mismo tiempo nos celebramos. Creo que el cine chileno tiene esa impronta, sórdida y cruel, sobre sí mismo, sobre la sociedad y sobre todo. Aunque sean comedias y cosas ligeras, siempre terminan quejándose de algo y haciendo un cine muy vetusto. Me hace recordar el cine argentino de los años 50.

Pero el abanico ahora es amplio.

Pues no he visto tanto. Pero cada vez que veo una, con cierta expectativa, me vuelvo a desilusionar. Además, está la  autocelebración: todo el mundo celebra el cine chileno y todos se festejan entre todos, porque son parte de la misma profesión y no hay crítica ni autocrítica.

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