Sergio Ramírez, nuevo Premio Cervantes: "Entré y salí de la revolución como escritor"

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Ex vicepresidente sandinista de Nicaragua, recibió el Nobel de la literatura en español.




A su regreso a Nicaragua, se entregó en cuerpo y alma a la oposición a Anastasio Somoza. Sergio Ramírez (1942) procedía de Berlín, donde estuvo becado como artista en residencia, y en su país fue uno de los líderes intelectuales que apoyó al Frente Sandinista (FSLN). Tras el triunfo de la revolución, se integró al gobierno y, así, la política lo mantuvo lejos de la literatura por 10 años. En 1984 fue elegido Vicepresidente con Daniel Ortega como líder de gobierno. "Entonces yo sabía que pasaría otros 6 años sin escribir, y ya serían dos décadas, y con dos décadas sin escribir pues ¡adiós mis flores!, ya no hay escritor posible", recuerda. "Decidí entonces que debía escribir cualquiera que sean las circunstancias y comencé a levantarme a las 4 de la mañana".

Así concluyó su novela Castigo divino, que se publicó en España en 1988. Tras renunciar al FSLN y postular a la Presidencia por el Movimiento Renovador Sandinista en 1996, se alejó de la política activa.

Desde entonces ha publicado una docena de libros, entre ellos la novela Margarita, está linda la mar, Premio Alfaguara 1998, y Adiós, muchachos, sus memorias sobre la revolución sandinista. La vida y la historia de Nicaragua están en el corazón de toda su obra, como lo reconoció el Premio Cervantes la semana pasada.

La figura del escritor político, que participa de una revolución, parece muy lejana hoy.

Esa figura de ese tipo de escritor comprometido se la llevó el siglo XX. Yo soy un sobreviviente del siglo XX. Hoy vivimos otra perspectiva de la política, de la escritura y me parece que quizás el mayor de estos sobrevientes es Mario Vargas Llosa. El sigue ocupando en sus artículos de América Latina, como se ocupó Carlos Fuentes, José Saramago; es una tradición volteriana que el siglo XXI no ha recibido en sus nuevas generaciones de escritores. Yo siento que pertenezco a esa generación que vio el compromiso como algo natural y necesario. Yo podría ser un escritor en silencio, pero expresarme como ciudadano lo siento como una necesidad, sobre todo en mis artículos de prensa.

¿Es cierto que Fidel Castro le regalaba trajes?

Bueno, no es que me mandara una valija de trajes todas las semanas. Aquí todos los comandantes usaban traje verde olivo y yo nunca pretendí ponerme uno porque yo nunca combatí con las armas, me habría parecido una farsa. En ese tiempo en Cuba estaban muy de moda unos trajes tipo safari, y una vez el sastre de Fidel Castro me hizo algunos. Uno era de color beige, otro era celeste, y yo en ciertas funciones aquí los usaba. Pero yo siempre vestía de civil, me alejaba del uniforme militar.

¿Aún los conserva?

No, jajaja, se los comieron las polillas hace tiempo.

Ud. terminó enemistado con Daniel Ortega, que lo calificó de traidor.

Dentro de su política del partido único, del viejo credo marxista apolillado igual que mis trajes, el que disiente o no está de acuerdo con la línea del caudillo se convierte automáticamente en un traidor, porque no hay espacio para pensar de una manera distinta. ¿Traidor a qué? ¿A unas ideas obsoletas? Yo lo acepto con todo gusto. Traidor a mis ideales, a lo que fui y a lo que soy, de ninguna manera. Yo sigo comprometido con mis ideales de una sociedad justa y democrática. La separación vino por esto, porque yo siempre creí que la democracia era un resorte indispensable en la vida de Nicaragua, y que regresara al viejo caudillismo, cualquiera que fuera la ideología, era un retroceso del que nunca hemos salido.

La política lo alejó de la literatura. ¿Se arrepiente de ello?

Es que yo entré a la política porque se trataba de una revolución, y entré como escritor y salí como escritor. No es que cuando terminó la revolución me dije qué hago ahora. Yo era un escritor que estaba allí y regresó en cuanto pudo a escribir.

Ahora tiene una novela nueva.

Sí, es parte de una saga. La primera es El cielo llora por mí (2009) y el personaje es un policía que viene de la guerrilla, y cuando el Frente Sandinista pierde las eleciones se queda perdido; es un idealista y lo va transformando todo en humor negro. La segunda es Ya nadie llora por mí y aquí lo hallamos retirado, más viejo, dedicado a los vicios de investigador privado, que ve casos menores, hasta que le encargan encontrar a la hija de un millonario que ha desaparecido y es entonces donde estalla la novela: vamos a ver cómo funciona este país, cómo los intereses de los nuevos ricos están imbrincados con el poder político, los subterráneos por donde circula la corrupción.

¿El personaje recoge su mirada sobre Nicaragua?

Sí, es una especie de conciencia crítica del país, con humor negro, siempre librándose de las tentaciones de la corrupción y siempre dudando, porque tampoco es un santo. Aquí hay una red tendida sobre la gente, de la cual es muy difícil salir, una red muy fuerte, y hacer roturas no es fácil.

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