Teatro Huemul cumple 100 años en medio de crisis que podría provocar su cierre

Uno de sus gestores anunció el cese temporal de actividades por falta de financiamiento.




Cientos de anécdotas se tejen durante los 100 años del Teatro Huemul. Los eternos vecinos del barrio Franklin recuerdan que allí cantó Carlos Gardel durante los años 20, que una profesora que se hacía llamar Gabriela Mistral vivió a unos cuantos pasos en 1941, que en 1988 fue una de las principales locaciones del rodaje de la franja del No, y otros más observadores rememoran haber visto a Juan Radrigán salir de su casa a comprar el pan cada tarde. Sin embargo, en tanto la vida se desarrollaba en la más genuina y discreta rutina en las calles del sector sur de Santiago, al interior del llamado "Municipal chico" se ocultaba una nebulosa historia tras el telón. Esta semana, a sólo meses de conmemorarse su primer centenario, el histórico edificio zanjó otro de sus capítulos, cuando uno de sus gestores anunció el cierre temporal de sus puertas. El resto, como dirá más adelante uno de ellos, se sabrá recién el próximo 8 de agosto.

Antes, no obstante, es necesario rebobinar la cinta unos cuantos años. A comienzos del siglo pasado, cuando se decía que los valores morales se deterioraban en los barrios marginales, pareció surgir un oasis en medio de la ciudad gris. La población Huemul, levantada por el arquitecto Ricardo Larraín Bravo, fue uno de los primeros indicios del replanteamiento urbano del Santiago del nuevo milenio. Fue el mismo Ricardo Larraín quien insistió con porfía en que allí, donde la vida obrera sucedía día tras día, debía existir un teatro para la comunidad. Fue entonces la primera ocasión en que se habló de un huemul como una enorme sala con butacas.

El edificio comenzó a construirse en 1914, aunque finalmente fue inaugurado en octubre de 1918, por el Presidente Juan Luis Sanfuentes.

Construido sobre bloques de cemento, reforzado en su interior con pilares de acero traídos desde Europa y techumbre de madera, el teatro se convirtió en toda una innovación arquitectónica para la época. Con 194 metros cuadrados, tres niveles, 214 aposentadurías de platea, 100 en los palcos y 300 en las galerías, el edificio fue decorado de blanco y oro, y su telón de boca fue pintado por el artista e historietista chileno Pedro Subercaseaux. Así, el lugar se convirtió en la escuela cívica del barrio: un espacio que, además de acoger números teatrales, musicales, exhibiciones de películas e incluso actos políticos, fue el escenario de los desaparecidos recreos dominicales. Hoy, 100 años después, un letrero colgado en la parte más alta de su fachada victoriana -obra del artista popular Zenén Vargas- es la única prueba palpable de su centenaria aunque accidentada existencia.

HUEMUL CONTRA HUEMUL

Los problemas comenzaron años más tarde. Hasta 1938, el teatro de la calle Bío Bío perteneció a la Caja de Crédito Hipotecario, y luego quedó en manos del Arzobispado de Santiago, que en 1994 lo pasó en comodato a la Corporación para el Desarrollo de Santiago. En 2007, Luis Marchant, un actor recién egresado, comenzó a arrendarlo a sus verdaderos dueños -la parroquia Sta. Lucrecia- para ensayar. "Fuimos los primeros en llegar luego de 25 años de abandono", recuerda. Para ese entonces, el majestuoso teatro se había convertido en un fino nido de palomas y en el albergue improvisado de uno que otro vagabundo. "Lo limpiamos completamente y empezamos a trabajar. En 2010 se nos unió Matías Acuña -el otro socio, a cargo del área comercial-, ganamos un Fondart para infraestructura y equipamiento en 2013, lo restauramos y estábamos a medio andar. Sin embargo, la falta de financiamiento hizo insostenible todo".

Tras el terremoto de 2010, la dupla de Marchant y Acuña inició un proyecto de restauración estructural y organizacional: contrataron a Carolina Arriagada -actual directora regional del Consejo de la Cultura-, abrieron una biblioteca gratuita para los vecinos e impartieron talleres gratuitos de teatro, yoga, biodanza y pintura. "Aun así, ni el municipio ni el Estado nos otorgaron fondos para continuar con nuestra obra. Esto lo hicimos todo a pulso y con la ciudadanía", reclama Marchant. Pero no es todo: según Matías Acuña -ingeniero de profesión-, la fractura es doble. "El cierre fue una decisión unilateral, yo me enteré por la prensa. Luis (Marchant) hackeó las cuentas que yo administraba en redes sociales para filtrarla. Fue algo que habíamos conversado, pero nunca llegamos a un acuerdo. El se adelantó", señala. Consultado por el cierre, el sacerdote Marcelo Mancilla, de la parroquia Sta. Lucrecia, no quiso referirse al anuncio que puso de cabeza al equipo y que terminó, además, con la renuncia de varios funcionarios. En tanto, Marchant, quien lidera la campaña "Resistencia Huemul", aclara que el quiebre interno es total, aunque seguirá trabajando: "El 8 de agosto cerraremos las puertas en protesta. Queremos ser valorados por el rescate que hacemos. Eso nadie lo ha tomado en cuenta".

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