Unidos para sanar

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El mes pasado, Eduardo Pérez cedió una parte del hígado a su hijo Ignacio, tras una fulminante enfermedad y una infructuosa espera de donante. Hoy, se recuperan juntos.




No ha sido fácil. Cada uno enfrenta riesgos e incertidumbres clínicas y ambos han debido sortear las amenazas que han ido apareciendo. Pero están juntos y sanando. Esa es la historia de Eduardo Pérez y su hijo Ignacio (6), el pequeño que protagonizó una de las últimas campañas en redes sociales, tras convertirse, a fines de noviembre, en prioridad nacional de trasplante hepático.

Su cuadro, una hepatitis fulminante, no dio tregua. Hubo sólo 48 horas para buscar un donante, hasta que el pequeño se agravó y obligó a tomar una arriesgada decisión: uno de sus familiares directos debía convertirse en donante en vida, es decir, cederle un trozo de hígado para permitirle seguir con vida.

Así, el pasado 3 de diciembre se programaron dos pabellones simultáneos en la Clínica Sanatorio Alemán del Biobío, y el médico Franco Innocenti, jefe de la Unidad de Trasplantes del recinto, lideró las cirugías junto a un equipo multidisciplinario. Once horas después, padre e hijo se encontraban en recuperación. Se trata del primer implante de este tipo que se hace fuera de Santiago.

"La operación salió bien, pero Ignacio sigue siendo un paciente de cuidado. Hoy presentó un cuadro febril y hubo que hacerle exámenes. Uno se preocupa, aunque hasta acá va todo bien", cuenta Cristián Torres, tío del pequeño, quien añade que "su papá, Eduardo, ha bajado harto de peso. Días después de la cirugía tuvo que volver a pabellón por una infección, pero se está recuperando. No se arrepiente en absoluto, al contrario, como papá uno toma esta decisión sin pensarlo, es instintivo hacer lo que sea por salvar a tu hijo y confiamos en que los dos saldrán adelante".

Innocenti, dos semanas después repitió el procedimiento. Esta vez fue Catalina, una pequeña de ocho meses que presentaba una hepatitis neonatal. Nuevamente fue su padre quien le cedió parte del hígado y ambos han evolucionado favorablemente.

"La opción de donante vivo reviste ciertas particularidades. Lo ideal es que se produzca con donante cadáver, porque así no se pone en riesgo la vida de la persona que entrega el órgano, ni se la expone a riesgos de complicaciones", dice Innocenti, quien explica que cuando la donación es de un adulto a otro, se requiere el 50% del hígado, lo que eleva la complejidad; en cambio, cuando se dona a un niño, se necesita entre un 20% o 30% del órgano, dependiendo del peso del receptor.

"Dar parte del hígado es una cirugía compleja y reviste riesgo de mortalidad, pero la donación cadavérica en Chile es muy baja y hay casos extremos en que no hay otra opción y se debe optar por esta alternativa", añade.

Esta cirugía se realiza en el país hace casi dos décadas, con pocos casos cada año: en 2016, hasta noviembre, fueron nueve. Con todo, tiene buenos resultados, en la mayoría de los casos el hígado del donante se regenera entre seis a ocho semanas, mientras el receptor recupera su salud y la funcionalidad del injerto.

"En Chile, este tipo de trasplantes sigue siendo excepcional, porque es de alto riesgo, pero las listas de espera crecen y esto es una alternativa. Sin embargo, lo principal es seguir promoviendo la donación, que las personas informen a sus familiares su deseo de ser donante y que ellos respeten su decisión", dice José Luis Rojas, coordinador nacional de Trasplantes del Ministerio de Salud.

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