Viajar sola

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No soy Reese Witherspoon encontrándose a sí misma en un sendero en la mitad de la nada, ni tengo ganas de serlo. A mí me gusta salir sin compañía para dormir tranquila y comer con un libro en la mano.




Lo más importante que he aprendido en años viajando sola, por placer y por trabajo, es que hay que pedir, siempre, pasillo. Nunca será Angelina Jolie o Brad Pitt (ambos solteros) el que los o las tenga atrapados contra la ventana, y tener que encaramarse por los asientos para ir al baño no es digno, incluso si tuvieran esa suerte de compañía improbable en clase turista. A menos que viajen en business entonces, viajeros solitarios, siempre pasillo.

Cuando la editora de este suplemento me pidió escribir sobre mis aprendizajes de viajera solitaria, le advertí que no soy Comer, rezar, amar. No he ido a explorar la India mochila al hombro, ni me he metido en el sudeste asiático sin compañía. No soy Reese Witherspoon encontrándose a sí misma en un sendero en la mitad de la nada, ni tengo ganas de serlo. En el caso de las mujeres, viajar sola ha sido mitificado en la cultura pop como parte de un rito de autodescubrimiento, en el que siempre parten desorientadas o poco preparadas, impulsadas por problemas/dudas/divorcios/muertes, y terminan felices tras conocer su fortaleza interna y externa.

A mí en cambio me gusta salir sola para dormir tranquila y comer con un libro en la mano. No me he encontrado a mí misma así, pero sí me ha dado paz, felicidad, borracheras, amaneceres, horas de aburrimiento en salas de embarque, cenas de maravilla y muchas copas de vino. He llorado porque me siento sola y he sentido una felicidad infinita por estarlo. No soy ni Julia Roberts, ni Reese Witherspoon, pero enfrentarse a una ciudad o paisaje sin que nadie ahí te conozca tiene su gracia.

¿Datos técnicos? Los mismos de todos: Airbnb es el mejor invento de la humanidad después de la pastilla anticonceptiva; no hay que alojar en lugares peligrosos por ahorrar plata porque finalmente el mundo, desarrollado o no, trata a las mujeres como las trata; es necesario comprar un cargador universal y esa chaqueta que te gustó tanto porque la mereces; alojar siempre cerca de una calle con restaurantes y un bar; ir al cine; tener un Kindle porque caben en todas las carteras; mirar las revistas para encontrar el restaurante del momento e invertir en él porque la vida es corta; hacer siempre un paseo a la naturaleza cuando se visita una ciudad y algo citadino cuando se está en la playa. Sentarse en la barra y aceptar el trago que te ofrece el desconocido.

La primera vez que viajé sola fue a Nueva York, a los 21 años. Estaba de vacaciones donde una prima en Los Angeles, y fui a la otra costa por una semana. Dormí en una pieza para ocho personas, con camarotes, baño compartido, en un edificio del Upper West Side que funcionaba como hostal juvenil, donde inexplicablemente no me dejaban subir la maleta hasta el tercer piso, donde estaban las camas, sino que toda pertenencia debía quedar en un primer piso común.

Una de mis últimas escapadas sin compañía fue a comer y escuchar música a Nueva Orleans, me quedé en uno de los mejores hoteles de la ciudad y sobreviví a la humedad y hastío de la hora de almuerzo con 37 grados de calor leyendo, trago en mano, en la piscina del hotel.

Creo que lo que no ha cambiado en esos 10 años entre uno y otro viaje, es que son oportunidades para dejar de hablar. Soy periodista y me pagan por conversar con gente que muchas veces no conozco, y además soy infinitamente conversadora. Andar sin nadie más es una manera de recargar las pilas, ya sea caminando por Central Park sintiéndome muy chic con un trench coat nuevo y paraguas, o en Nueva Orleans, brindando por el triunfo de Chile en la Copa Centenario en un bar deportivo, donde todos los presentes me invitaron una ronda.

Cuando tuve 29 años y entré en un pánico desmedido por llegar a los 30 fui a conocer París y creo que lloré la primera noche porque no era el momento de mi vida para estar lejos y sin nadie al lado. Por eso creo que no hay que viajar sola cuando uno tiene pena porque puede aumentar el sentimiento de desdicha. Y por favor, no vivan de sándwiches rápidos armados en la pieza de hotel o departamento; la vida es mejor en bares.

Normalmente voy muy poco a bailar por lo que tampoco me interesa hacerlo en otro país; aunque esa noche en la discoteque de Berlín fue una excelente idea. Hay que saber sorprenderse a uno mismo, pero también hay que saber dejarse en paz. No hay que comprar esa tenida caribeña porque les juro que de vuelta no la van a usar y no hay que exigirse cosas con el argumento de que 'lo hago porque en Chile jamás lo haría'. Lo bueno de viajar sola: no hay que convencer a nadie más que a uno mismo.

No tienen que irse a meditar a la India si no son de meditar, pero a veces, hay que escuchar el llamado de la naturaleza: la tercera visita que hice a Isla de Pascua fue sin compañía y salvo para pedir comida en un restaurante o arrendar un jeep, no hablé con nadie en cinco días. Fui hasta el Terevaka, el punto más alto de la isla, y caminar sin música, sin ver edificios ni ver autos me permitió un descanso que pocas vacaciones me han dado. Repetí lo mismo en Edimburgo hace unos días, un fin de semana después de tres semanas acompañada.

legué hasta Arthur Seat, en la cima de Holyrood Park, por el lado menos pavimentado porque soy lesa y no miré el cartel que decía "Comience aquí", y avancé casi volándome en medio de un viento huracanado que se llevaba las nubes y permitía que hubiera sol. Y a veces todo lo que uno necesita, siendo que viaja al otro lado del mundo para encontrarlo, es un rayo de sol en la cara.

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