La izquierda chilena frente al legado de Ricardo Lagos

El gobierno de Lagos, con sus luces y sombras, demostró que en un proyecto político de izquierda es posible brindar gobernabilidad mediante un espíritu reformista, pero sin perder los ejes del crecimiento y el desarrollo.



Próximo a cumplir los 86 años de edad, el expresidente Ricardo Lagos sorprendió al mundo político esta semana al anunciar su retiro de la esfera pública, aduciendo la disminución de algunas capacidades físicas. Voces del mundo de la izquierda, pero también de la oposición, han expresado su pesar por la noticia, particularmente porque hay coincidencia en el enorme peso intelectual, experiencia y lucidez del exmandatario para iluminar el debate público, cualidades necesarias en momentos en que la fuerte polarización que permea la política demanda justamente la presencia de voces más moderadas.

Pero más allá del vacío que pueda dejar su ausencia pública -si bien en su mensaje hizo ver que no guardará silencio en la medida que estime podrá ser un aporte-, las declaraciones de Lagos también han llevado a revisitar lo que fue su gobierno (2000-2006), y a partir de ahí proyectar un legado para el mundo de la izquierda chilena, considerando que hoy gobierna una nueva generación proveniente de dicho mundo, que ha sido particularmente crítica de los años de la Concertación -simbolizada en los “30 años”- y en particular de la administración de Lagos, a la que muchas veces acusan de haber consolidado el “modelo neoliberal” en vez de haber emprendido reformas que apuntaran a cambiar el sistema vigente.

Lagos fue muy consciente de las circunstancias en que le tocó gobernar al país -entonces todavía en pleno proceso de transición-, particularmente de la carga simbólica que implicaba que su administración, ligada al mundo socialista-PPD, fuera la primera en llegar al poder luego de la traumática experiencia de la Unidad Popular. De allí que su programa de gobierno se estructurara sobre el principio de “crecimiento con igualdad”. Así, si bien se reconocía el alto crecimiento que había experimentado la economía chilena en los años previos, todavía había una serie de situaciones de injusticia que era necesario corregir para lograr una sociedad mucho más justa; a la par se reconocía que sin mayor crecimiento, con más y mejores empleos, no sería posible cerrar la brecha de desigualdad.

Estos dos pilares fueron los que en general estuvieron presentes a lo largo de esta administración, generando un cambio de paradigma que fue trascendental para la política chilena: se había consolidado una centroizquierda capaz de generar gobernabilidad -reformar sin desestabilizar- y a la vez abrir importantes espacios al mundo privado para generar crecimiento. De esos años provienen avances sociales que se mantienen hasta el día de hoy, como las garantías AUGE, el plan de escolaridad completa así como significativos avances en la disminución de la pobreza, que para 2008 ya se ubicaría en tasas de 13%.

En materia institucional, las profundas reformas a la Constitución vigente introducidas en 2005 brindaron un marco de estabilidad que perduró durante mucho tiempo -si bien en los últimos años la propia centroizquierda empezó a renegar de dicho legado-, mientras que en materia de derechos humanos fue muy relevante el rol que jugó la llamada Comisión Valech, que permitió avanzar en reparación a las víctimas de torturas. Y aunque el crecimiento promedio de la economía distó del que se alcanzó en la llamada “década dorada” previa, fue notable el proceso de apertura comercial -firmándose tratados con la UE y Estados Unidos-, así como el vasto plan de concesiones que permitió dotar al país de infraestructura de primer nivel y el marco de estricta disciplina fiscal.

El gobierno de Lagos, con sus luces y sombras, demostró que en un proyecto de izquierda cabe el espíritu reformista, pero sin que ello implique perder los ejes del crecimiento y el desarrollo. Este fundamental legado se ha ido diluyendo en los últimos años, donde las nuevas generaciones de izquierda llegaron al poder con afanes refundacionales, revestidos de aires de superioridad moral que desdeñaron la obra de sus predecesores. Ha sido evidente que esa forma de sustentar un proyecto político terminó en fracaso, perdiendo sintonía con la mayoría del país, erosionando las bases para un crecimiento más vigoroso y volviendo a poner en entredicho las capacidades de sectores de la izquierda para ofrecer gobernabilidad.

Por estos días distintos representantes de esta nueva izquierda -partiendo por el Presidente de la República- han reconocido el importante legado que representó el gobierno de Lagos y han revalorizado su figura. Sería importante que también internalizaran los principios fundamentales que orientaron dicha administración, lo que claramente sería una ganancia para el país.

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