Los errores de la COP25

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REUTERS/Nacho Doce


El domingo pasado se cerró en Madrid la Cumbre Mundial de Cambio Climático COP25, presidida por Chile, que inicialmente se desarrollaría en el país pero que el convulsionado escenario de movilizaciones sociales y hechos graves de violencia de las últimas semanas llevó a trasladarla desde Santiago a la capital española. En el balance final, el encuentro estuvo lejos de alcanzar las expectativas que Chile había generado al momento de decidir aceptar la Presidencia del evento en diciembre del 2018 -luego que Brasil desistiera de llevarlo a cabo-, y tras las palabras del Presidente Sebastián Piñera en la inauguración de la Cumbre donde señaló que esta sería "un punto de quiebre y un salto hacia un planeta más sano".

Las declaraciones de la propia ministra de Medio Ambiente, presidenta de la COP25, de que "no existe voluntad ni madurez política de algunos de los países más grandes emisores" y del secretario general de las Naciones Unidas de que aquello fue un "fracaso", dan cuenta de la insatisfacción respecto de lo alcanzado, en especial por no lograr una definición sobre el artículo 6 del Acuerdo de París relativo al mercado del carbono, lo que constituía uno de los principales objetivos pendientes de ese acuerdo.

Y si bien se lograron algunos consensos, especialmente en lo relativo a la protección de los Océanos y a sumar economías, empresas e inversionistas a un compromiso de carbono neutralidad para el 2050, no poder concluir con éxito las negociaciones en lo relativo a las condiciones de comercialización de bonos de carbono restringe las posibilidades de transferencia de recursos de grandes emisores a naciones menos desarrolladas que permitan ejecutar proyectos para captar emisiones de gases de efecto invernadero.

Desde un inicio las condiciones en que se desarrollaría la cumbre daban cuenta de las dificultades que ésta enfrentaría. El poco tiempo de preparación de que se disponía, la complejidad logística y los costos hicieron, por ejemplo, que la propia Cancillería chilena desaconsejara en un inicio hacer el encuentro en Santiago, y luego, quienes asumieron el desafío de llevarla a cabo mostraron una capacidad más enfocada en la gestión organizativa que en una experiencia de negociación diplomática, clave para hacer converger intereses de bloques de países distintos. Además, los antecedentes de las tres cumbres anteriores permitían prever un escenario difícil. En ellas había sido imposible llegar a cerrar definiciones fundamentales sobre el mercado del carbono y alinear a las potencias que más emisiones generan. Situación aún más compleja si se agrega que Estados Unidos ha iniciado el proceso de retiro formal del acuerdo de París.

Dado lo anterior, haber asumido la presidencia de la COP25 y levantado las expectativas de que se alcanzarían acuerdos trascendentales fue evidentemente un error, más aún si no era posible contar con la anuencia de los grandes actores -emisores de gases contaminantes como EE.UU., China, Rusia e India- en los objetivos centrales. Algo que claramente el Presidente de la República y las demás autoridades de gobierno conocen, pero en las que primó más un voluntarismo por demostrar un liderazgo que tradicionalmente Chile no ha tenido en este ámbito.

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