La columna de Guarello: Mirko



Hoy, que no se puede mirar para adelante, solo hay un abismo, para seguir viviendo necesariamente se mira para atrás. Y en este contexto, en el reencuentro con nuestros pasos, cayó el cumpleaños ochenta de Mirko Jozic. Lo que en otro momento hubiera sido un párrafo menor, si es que, ganó más espacio en los medios. Desde la lejanía, la figura del técnico croata ha sido rescatada, al menos resituada, en la historia de nuestro fútbol. Poco se recuerda a Jozic, pese a lo descomunales de sus números dirigiendo a Colo Colo y el hecho de que haya ganado con total justicia la Copa Libertadores. Además, en un equipo de buenos jugadores, con dos o tres que marcaban diferencia, pero en ningún caso se trataba de un plantel plagado de estrellas o con extranjeros de primera línea: Morón venía de Unión Santa Fe; Barticciotto de la B, Dabrowski de Temperley. Fríamente, salvo Yáñez y Mendoza, Colo Colo se quedó con la Copa de 1991 prácticamente con los mismos jugadores de las dos temporadas anteriores.

Mirko le dio una intensidad al fútbol chileno y una aplicación en la marca que era desconocida entonces. Le encontró la ubicación a cada quien, mandando a Vilches como volante central y a Espinoza como enlace cuando, hasta entonces, habían sido defensa central y lateral derecho respectivamente. Enfocó a los jugadores de una forma tan severa, que muchos, en esos años, decían que preferían la cercanía y el paternalismo de Arturo Salah en comparación a la sequedad y exigencia del croata. Pasadas tres décadas, agradecen haber tenido un profesor implacable y de pocas palabras en comparación a un padre comprensivo y perdonavidas.

Pragmático para enfrentar los partidos, trabajador eficiente que exigía lo necesario, lejos de la grandilocuencia y las ideologías para la tribuna, evitaba los discursos y las consignas. Frente al micrófono, en despecho de sus tropezones con el castellano, decía lo justo y necesario. Dejaba que los resultados hablaran por él. Debe ser el técnico con menos blablá de la historia en el fútbol chileno, pero en cuatro años ganó tres títulos nacionales (campeonatos de dos ruedas) y una Copa Libertadores. La Recopa y la Interamericana las pongo en un rincón aparte, no es el lugar para discutir sobre su verdadera valía. Pero esas copas están en la vitrina y las ganó Colo Colo con Jozic en la banca.

Su llegada a la selección chilena era el paso siguiente y lógico. Pero la sangrienta Guerra de los Balcanes le hirió el alma para siempre. Nunca más fue el mismo, no solo perdió a un hijo adoptivo y decenas de amigos, el ver a su país desgarrado y destruido fue un golpe que no pudo superar. Siguió siendo un buen entrenador, un tipo serio y trabajador, pero el fuego sagrado ya no tuvo la potencia y la intensidad que había explotado cuando ganó el Mundial Juvenil de 1987 con esa Yugoslavia plagada de estrellas. La Roja tuvo a un Mirko triste y distraído, que dejó un lindo empate con la Argentina de Maradona y el debut de Marcelo Salas, no mucho más.

Fue una despedida muy silenciosa de Chile de Jozic. Fiel a su temperamento, cuando vio que ya no había más que hacer, tomó sus cosas y partió. El tiempo ha sabido, lentamente, poner las cosas en su lugar.

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