Entre mangas, animé y cultura: la historia de cuatro chilenas que se fueron a vivir el “sueño japonés”

Fernanda Ortiz es una de las chilenas que se enamoró de Japón y dejó todo para irse a vivir a la tierra del Sol Naciente.

Se enamoraron de Japón en su más tierna infancia, entre el animé, el manga y las películas Ghibli, y apenas tuvieron la edad y los recursos decidieron migrar solas y a la vida a distintas ciudades de la región para vivir su propio sueño japonés. Aquí, cuatro jóvenes chilenas intentan explicar la magia y belleza que las llevó a atravesar el mundo y relatan cómo es vivir y viajar en Japón, uno de los países más desarrollados y tradicionales del mundo.




Es ahora o nunca

La primera vez que la escritora Catalina Jiménez García-Tello pisó Japón, a principios de  2019, se volvió loca. El recuerdo de ese primer crush lo tiene de pie frente a una de las entradas de Kabukicho, el barrio rojo de Tokio; callejones iluminados por millones de faroles, todo el movimiento de gente y ruido, miles de luces y bares y restaurantes. Era una escena que podría haber sido muy caótica, con todos esas estructuras gigantes y modernas sobre ella, pero por algún motivo misterioso a Catalina le pareció hermoso y orgánico. “Ese contraste de híper tecnología y caos, con algo tan sagrado, tranquilo, sereno y hermoso como lo pueden ser los templos que se encuentran por toda la ciudad, me enamoraron. Fue muy sorpresivo e intenso, es algo que no me ha pasado con ningún otro lugar”. Después de ese viaje empezó a consumir mucho material japonés: a leer más libros de autores y autoras japonesas, ver muchas películas japonesas, ver más animé, investigar más de esta cultura. Años después, a principios de 2023, volvió un par de mese, buscando confirmar si lo que había sentido la primera vez había sido efectivamente tan intenso. “Cuando llegué me di cuenta de que este sigue siendo mi lugar favorito en el mundo”. Catalina disfrutó como nunca Japón durante esas semanas, pero cuando volvió a Chile no alcanzó ni a echarlo de menos, porque se pilló con una noticia que la descolocó: la empresa en la que llevaba años trabajando hizo un despido masivo y se quedó sin trabajo. Le iba a llegar un muy buen finiquito y estaba a punto de cumplir 30 años, que es la edad máxima par postular a la visa working holidays, así que era “ahora o nunca”: volvió inmediatamente a Japón a probar si de verdad le gustaba tanto como para quedarse a vivir allí. Ese viaje lo emprendió hace apenas un mes y hoy comienza a armar su nueva vida en Kawasaki, al sur de Tokio.

¿Qué te produce Japón en lo personal y qué te llama de esa cultura?

Me gusta mucho la forma en la que la cultura japonesa se relaciona con el sentido de la belleza, el arte y la estética, y cómo algunas características de la religión tradicional acá, el Sintoísmo, se cuela en la forma en la que las personas se relacionan con su entorno. Pero creo que lo que más me toca de estar acá es sentirme tranquila, lo que es una sensación muy rara y hermosa en mi vida. Soy una persona extremadamente tensa, nerviosa y con tendencia a la depresión, y pierdo mucho tiempo y energía sintiendo ansiedad y tristeza. El último año me sentía un poco a la deriva en Chile y mi salud mental decayó bastante. Cuando viajé por primera vez a Japón el sentirme tranquila y lejos de las presiones que yo misma me impongo, me dio espacio mental para sentir, además de tranquilidad, mucha alegría, inspiración y motivación. Me sentí mucho menos atormentada por mí misma, fue muy fuerte y hermoso. Me llené de energía, me me empezaron a ocurrir cosas nuevas para escribir y crear.

Japón, una obsesión

La historia de la artista visual María Teresa Aravena, otra chilena migrante en Japón, tiene mucha conexión con la de Catalina, no solo porque tienen casi la misma edad y las dos viven en Kawasaki, sino porque Japón ha significado para ambas una especie de bálsamo para su salud mental. María Teresa, de 29 años, conocida en el mundo artístico como Maritei, llevaba años con una depresión importante en Chile, gatillada en la pandemia. “Terminé en una depre muy profunda donde no veía mucha esperanza de vida, realmente pensaba: si me voy a morir luego quiero ir una última vez a Japón”. El porqué Japón, es muy simple: es su obsesion desde los 5 años. Desde pequeña que se quedaba pegada viendo Pókemon, Digimon, Sakura card captor, entre otros animé, los cuales luego la inspiraban para dibujar su propios personajes. Con la llegada de las tribus urbanas en los 2000 se volvió totalmente fanática de la cultura japonesa. Le empezaron a interesar las modas de Harajuku -lugar emblemático para la juventud excéntrica de Tokio- y el Decora kei, ese estilo kawai de colores brillantes y muchas capas de ropa que aún usa hasta hoy. También seguía las bandas Visual Kei de peinados extravagantes que tanto pegaron en los 2000 en Chile.

Maritei aprendió japonés durante cuatro años cuando estaba en enseñanza media, viajó tres veces a Japón por su cuenta y cuando entró a estudiar arte siguió inspirándose en la cultura Kawai para sus creaciones. El amor por Japón ha atravesado todas las etapas de su vida, por eso cuando se vio al borde del colapso emocional, pensó como su último escape ese lugar que siempre le ha traido felicidad. Decidió que era una señal, postuló a la visa, compró su pasaje y se instaló al sur de Tokio. Hoy trabaja freelance haciendo arte digital y también como vendedora y modelo en la tienda kawai 6% DokiDoki, la misma que inspiraba sus look desde que era una adolescente.

No todo es color de rosa, eso sí, porque para sustentarse económicamente en un pais de tan alto costo también debe hacer turnos en una fábrica, donde dice se le va la mayor parte de la vida. El resto del tiempo se dedica a seguir a sus bandas visual favoritas -Rorschach.Inc y Ayabie -y a ser parte en primera línea de esa subcultura que la acompaña desde niña.  “Japón me salvó de la depresion, me llena, me da felicidad. Eso que la vida aquí no es facil, el costo de la vida es carísimo, se sufre mucho siendo inmigrante, se extraña a la familia, pero aun así la alegria que me produce este país me hacen pensar en quedarme aquí para siempre”.

Una búsqueda de independencia

La educadora de párvulos Fernanda Ortiz viajó por primera vez a japón el 2017 a ver a su hermana, quien fue a estudiar Kintsugi, la técnica milenaria de arreglar cerámicas rotas con oro. “Después de ese viaje quedé encantada con el país y la cultura. Al volver a Chile, solo quería volver a estar en Japón. Primero quise viajar nuevamente, pero los pasajes subieron de precio y no pude comprarlos. Luego comencé a investigar cómo venirme a Japón por más tiempo, básicamente a vivir”. Así se enteró de que Japón buscaba profesores de inglés calificados para enseñar, y ella justamente estaba haciendo un diplomado de enseñanza en ese idioma.

Comenzó a buscar trabajo haciendo entrevistas por la noche- tenemos 12 horas de diferencia con Japón- a escondidas de su familia para que no se alarmaran con la decisión. Hasta que consiguió el trabajo y decidió migrar: “Cuando uno emigra sola, te das cuenta que todo depende de ti. Por eso Japón me produce un sentimiento de independencia que me era difícil lograr en Chile. Yo vengo de una familia unida y súper preocupada los unos de los otros, mi mamá, por ejemplo, es de las mamás sobreprotectoras y que todo lo hacen por ti, por eso yo tenía una vida de princesa en Chile. Por eso, al llegar a Japón tuve que acostumbrarme a que tenía que hacer todo sola, desde despertarme, cocinar, lavar, comprar. Entonces Japón me produce un sentimiento de independencia y a la vez de felicidad por todo lo que he aprendido y logrado sola”.

El respeto japonés

Lo que más le llama la atención a Fernanda de los japoneses es el respeto por el espacio personal de los otros, y también la seguridad con la que se vive. “Ellos respetan tu espacio, tu silencio, tu lugar de trabajo… Aquí nadie molesta a nadie, nadie se empuja o come en el tren, nadie habla (ni por celular), nadie pone música fuerte; y solo lo hacen por respeto al otro”.  Catalina también se siente cómoda con ese aspecto de la cultura japonesa, “el respeto por el otro, el orden, la seguridad, la diligencia, la dedicación que las personas le ponen a absolutamente a todo lo que hacen, desde los quehaceres más “mundanos” hasta el arte más complejo”. Pero para Catalina también tiene un lado B el que una sociedad priorice ese tipo de cosas: “Trae también consecuencias negativas para su gente, son ser extremadamente contenidos, formales, y duros/exigentes consigo mismos, de hecho Japón tiene una alta tasa de suicidio”.

La creadora de contenido Francisca Rojas Petrowitsch, conocida como Frabenturas, también tiene esa facinación por Japón desde muy niña, cuando vio el Viaje de Chihiro y todas las peliculas del estudio Ghibli. Se fue buscando esa belleza a Japón y encontró todo eso y mucho más, dice. Hoy recorre el país en bicicleta y documenta su viaje a través de redes sociales. “La gente es muy amable, muy respetuosa, siempre están dispuestos a ayudarte de cualquier forma, a comunicarse contigo, a abrirte sus puertas. Lo que menos me gusta es que aquí hay una cultura que se llama Tatemae, donde las personas no muestran lo que sienten realmente, es una forma de ellos para poder llevarse bien con el resto de la sociedad, y eso a mí me cuesta un poco porque yo soy muy de decir lo que pienso, creo que eso es muy latinoamericano. Me llama la atención también que tienen muchas reglas, asi funcionan bien, pero a mi me dan ganas de saltármelas todas. Pero en general he aprendido cosas muy lindas que creo me llevaré para toda la vida”.

Ser mujer en Japón

Sobre cómo se vive siendo mujer en Japón, tanto Catalina, Maritei, Fernanda y Francisca coinciden en que la seguridad que se siente es insuperable. Y es cierto, Japón es uno de los paises más seguros del mundo, Tokio y Osaka de hecho están entre las 3 ciudades más seguras a nivel global, lo que convierte a Japón en un destino idílico para las mujeres que viajan solas. “Creo que lo que para mí ha sido más liberador y tranquilizador, como mujer, ha sido el nivel de seguridad que existe. En Chile vivo a la defensiva, siempre preocupada de que no me vayan a robar algo, no me vayan a tocar o acosar en el transporte público, no me vayan a atacar en una calle oscura. Acá eso no pasa. El robo casi no existe. Se puede caminar con toda tranquilidad por las calles de noche. El tipo de violencia a la que me expongo es muy distinta de la que podría vivir en Chile”, cuenta Catalina.

Pero en términos de igualdad de derechos entre hombres y mujeres la cultura japonesa es muy distinta a la chilena. “Japón tiene una sociedad sumamente conservadora y, en mi opinión, muy atrasada en asuntos de género y feminismo” señala Catalina. “Las expectativas que se depositan sobre las mujeres japonesas son aún espantosamente desiguales y opresivas en contraste con lo que se espera de los hombres japoneses. Los estándares de belleza son brutales: acá las mujeres son todas preciosas y flaquísimas, para estándares occidentales, pero ninguna mujer japonesa es suficiente para su contexto. Todas deberían ser más flacas, y si son flacas, deberían más voluptuosas o con ojos más grandes, el pelo de un color distinto, piel perfecta, ser más blancas. Acá no existe mucha diversidad de cuerpos. Lo “correcto” es tratar de no destacar demasiado, fundirte con los demás. Y si una mujer japonesa no cumple con algún estándar que se le imponga, se lo hacen notar todas las personas a su alrededor, no solo su familia o sus cercanos. Desde una amiga hasta un jefe le pueden decir “estás gorda”, o “estás flaca”, o “cuándo vas a tener hijos”. Yo lo encuentro violentísimo. Y las mujeres japonesas están socializadas para no responder, no enojarse, no defenderse.

También hay expectativas super opresivas en torno al matrimonio y la construcción de una familia: si cumples cierta edad y no estás casada, te transformas en un fracaso para tu familia. Yo creo que ser una mujer nacida y criada en Japón debe ser muy, muy duro. Creo que estando acá he podido apreciar y agradecer mucho el haber crecido en latinoamérica y en un entorno en el que aprendí a conocer y luchar por mis derechos. En Chile y latinoamérica las mujeres también somos oprimidas y la violencia que vivimos es espantosa, pero creo que en general existe un clima más bien transversal de conformarse menos, con cosas chicas y triviales, hasta asuntos políticos más grandes. Me siento agradecida de que gracias al feminismo ya no me importe tanto el cumplir con las expectativas que se me imponen por ser mujer. Eso me ayudó a sentirme más cómoda en Chile, y también me ha ayudado a sentirme más cómoda en Japón.”, señala Catalina, una visión de género en la que coinciden también Fernanda y Maritei.

¿Se proyectan viviendo en Japón?

“La verdad es que todavía no lo sé”, dice Catalina. “Lo que precisamente ando buscando es encontrar esa respuesta: saber si me gustaría vivir acá de forma definitiva o no. Pero si tuviera que devolverme ahora, lo que me llevaría de aquí sería el haber encontrado espacios, lugares, circunstancias que me hicieron sentir más tranquila. La tranquilidad que conocí aquí es demasiado hermosa para resignarme a perderla y que solo pueda vivir en este país. Quiero poder llevarla conmigo siempre, como sea”.

Para Fernanda también es una disyuntiva si quedarse o no en estos momentos. “Hay una parte personal de mí que ya vive aquí, que ha crecido y aprendido mucho, que le da miedo dejar todo lo logrado para volver. Pero, también hay una parte de mí que echa muchísimo de menos a su familia...si vuelvo quiero llevarme lo que he aprendido: mi rutina más “healthy” y ser puntual; y también algunas tradiciones japonesas como tomar mucho té, quitarme los zapatos al entrar a mi casa (porque encuentro que es muy limpio) y replicar algunos días especiales japoneses en mi casa o en mi futuro trabajo en Chile, como el Tanabata, el llamado Festival de las estrellas.

Para Maritei es más claro: “No veo otro futuro para mí que no sea viviendo en Japon”.

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