El verano sin hombres

La nueva novela de la norteamericana Siri Hustvedt es divertida, profunda y cercana. Habla de relaciones amorosas y filiales, de mujeres, de poesía, de volverse loca y de recuperarse. Y, sobre todo, de cómo amar a un hombre sin perder la vida en eso.




Paula 1085. Sábado 17 de diciembre de 2011.

Es una observadora tan buena que al leerla uno parece meterse detrás de los ojos clarísimos que muestra la solapa del libro. Se comprende, al conocer su biografía, que la mirada de la estadounidense Siri Hustvedt (1955) está fogueda por diversas perspectivas: primero fue poeta, luego ensayista, y finalmente novelista. Sus narraciones tienen la soltura de quien maneja las palabras con solidez y con afecto, lo que va mucho más allá de la eficiencia de la ficción tan en boga en estos tiempos entre los prolijos escritores de narrativa, que suplen con efectos lo que les falta en talento afectivo. Hustvedt habla de cuestiones complejas, como la repetición existencial en Kierkegaard o los detalles clínicos de una enfermedad mental –cuestión que ha explorado con pasión dadas las migrañas y problemas que sufre y fueron tema de su espléndido ensayo La mujer temblorosa–, y logra que sean simples de entender, pero sin simplificarlos. No, ella sabe que no hay soluciones fáciles, y eso es lo que le da fuerza para escribir y contar estas historias donde el dolor más aterrador y normal se trata con agilidad y mucha paciencia.

Primero fue Todo cuanto amé, luego Elegía para un americano, y ahora El verano sin hombres, el relato de Mia, una poeta cincuentona de poca fama cuyo marido de toda la vida la deja. Él le dice que es un pausa (una colega francesa veinte años más joven), pero ella se vuelve literalmente loca. Para curarse se va al pueblo de su infancia, donde vive su anciana madre en un hogar junto un grupo de amigas muy activas y un poco deschavetadas, como suelen ser las señoras de edad. Ahí le ofrecen dictar un taller de poesía de verano para quinceañeras. Entre esas dos edades femeninas opuestas Mia empieza a revisar su vida, mientras conversa a la distancia con su siquiatra sobre la figura de su padre fallecido, sus pulsiones sexuales, sus amistades, su calidad como poeta, su papel como hija y como madre. Y, sobre todo, su existencia como esposa. Se trata de revivir un mundo sentimental que la normalidad había dejado anquilosado, y que irrumpe con fuerza en un magma de emociones que Mia/Siri (la ficción se parece demasiado a la realidad) logra contener y comprender hasta aprender a ser una mujer que viene de vuelta. Asistir a su relato, lleno de inteligencia y humor, es más que recomendable.

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