En la cabeza de Siri Hustvedt

Estuvo de paso en Santiago y dictó una conferencia brillante dentro del ciclo La ciudad y las palabras, de la UC. Novelista y ensayista norteamericana, casada con Paul Auster, autora de La mujer temblorosa y Vivir, pensar, mirar, habla con pasión de neurociencia, sicoanálisis y filosofía cuando intenta explicar cómo funciona la cabeza de un escritor de ficción.




Paula 1147. Sábado 10 de mayo de 2014.

"Cuando joven pensaba que todos los escritores eran intelectuales, quizá porque mi padre era profesor, pero luego descubrí que no era así. Hay escritores geniales como Tolstói, por ejemplo, con ensayos pésimos. Yo tengo una doble trayectoria, siempre me han fascinado las ideas y a dónde pueden llevar, y eso es parte de mi obra de ficción. Me mata la curiosidad. Mi orientación tardía hacia la ciencia viene de mi deseo de entender la parte biológica de lo que somos. Me di cuenta de que había leído mucha filosofía, literatura, sicoanálisis, siquiatría, pero había prestado poca atención al funcionamiento de nuestro cuerpo: a la carne, al hueso, a cómo funciona el cerebro".

"Cuando escribí La mujer temblorosa (un ensayo sobre sus padecimientos de dolores de cabeza infinitos) hacía años me había metido en la neurociencia. Desde joven tuve migrañas con aura, que luego descubrí que tenían un origen neurológico. A los 20 años me interesaba el misticismo católico de Hildegarda von Bingen o Santa Catalina de Siena, esas aventuras mentales salvajes, y al mismo tiempo leía sobre migrañas o epilepsia. Lo fascinante es cómo hay una realidad fisiológica inseparable de lo sicológico, además de una lectura cultural de tales experiencias que forman parte de esas mismas experiencias".

"Integrar las enfermedades crónicas tiene un efecto terapéutico tremendo. La cultura de la guerra contra ellas, de la diabetes al asma, la batalla sin fin por lograr una cura puede arruinar la vida. No se puede entender la enfermedad sin incluir lo que los científicos llaman 'reporte subjetivo'. Mirar desde fuera la narrativa de la persona con una enfermedad –porque una enfermedad siempre le pertenece a alguien–, muestra cómo interfieren la vida familiar, el mundo dinámico, la codificación cultural. Se puede hacer un escáner, ver lesiones cerebrales y prescribir medicamentos. Pero en cualquier tratamiento la relación entre el paciente y el médico debe incluir la mirada objetiva de la tercera persona y la narrativa existencial. Sin eso, algo se pierde".

"Pertenezco a un grupo de neurosicoanálisis. El sicoanálisis es un tipo de diálogo que investiga la primera persona, intenta llevar los patrones inconscientes, ilusorios, a la vida consciente. Freud también fue un investigador científico, de laboratorio durante ocho años. Es bueno tener una base biológica, física, para ver lo que pasa en el sicoanálisis y la teoría".

"Virginia Woolf dice que hay que matar en la mujer el ideal del 'ángel de la casa'. Y es verdad, la noción de una mujer que todo lo acepta, esa fantasía victoriana, es corrosiva. Pero no significa que la maternidad pueda suprimirse, ni que los primeros años de una madre con su hijo, el dar a luz, alimentar, no sean vitales para todos. En mi última novela (The blazing world, que se publica en noviembre) hablo del miedo que esto provoca en la cultura: todos nacemos del cuerpo de una mujer y hemos dependido de él, y ese cuerpo es tan vital que crea pavor. Para enfrentar ese miedo se sentimentaliza el rol de la mujer, pero el hecho es que la maternidad es gigantesca".

"Neurobiológicamente estamos hechos para reflejarnos unos a otros, pero en la cultura occidental persiste la idea del ciudadano ilustrado que parece nacer de la nada. La evasión del cuerpo que implica esta fantasía domina nuestra tradición. Y ocurre que no solo dependemos de nuestra madre, sino también de los otros. No existe un ser independiente capaz de crear su propio ser, esa es una mentira".

"He visto –ya no soy así, soy lo suficientemente vieja (59 años)–, a mujeres pedir perdón antes de dar una charla brillante. Y he visto a hombres hablar estupideces como si dijeran los diez mandamientos. La falta de confianza de las mujeres puede ser dramática. Hace poco di una conferencia en Berlín y una señora de 70 años que había trabajado con pacientes desde hacía mucho, me dijo algo genial: 'cuando las cosas salen mal, los hombres culpan a los otros y las mujeres se culpan a sí mismas'. ¡Hay maneras de cambiar eso! (carcajadas). Entender que no tienes que perdonarte, que en ciertas circunstancias tienes que ofender a la gente, es básico. Los hombres lo hacen todo el tiempo, como si nada, porque sienten el poder de hacerlo".

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