"Éramos niños Ritalín y también muy buenos alumnos". La casa en que crecí: Polett Body

disfrazadas



Mi mamá y sus hermanas tuvieron hijas en la misma época y todas se fueron a vivir

cerca de la casa de sus papás, que está en una villa muy pequeñita llamada René

Escauriaza, detrás de la autopista Libertadores. Yo viví en dos casas ahí, donde

hicimos la mudanza a pie, llevando las cosas en la mano. Pero la importante siempre

fue la casa de mis abuelos, no las nuestras: la casa original era de cemento, grande, de

un piso, pero ellos mismos le hicieron ampliaciones de madera. Tenía un antejardín

con un limonero y un gran patio trasero en el que había un parrón.

Mis primas, primos, mi hermana y yo jugábamos mucho en el pasaje. Al tombo, a las

escondidas, a la pinta, lo que fuese. Siempre estábamos nosotros cinco, pero si

llegaban otros niños los sumábamos. También salíamos a comprar con nuestros

papás, quienes nos llevaban a hacer una ruta en bicicleta que consistía en pasear por

todos los pasajes de la villa hasta llegar a una plaza. Por eso nunca he entendido a la

gente que no salía cuando chica y solo veía tele. A mis papás les gustaba que

jugáramos afuera o adentro con juegos de mesa. No nos dejaban quedarnos pegados

en la televisión.

Para mí el pasaje era muy grande, libre y seguro, excepto por un potrero con choclos

que estaba a un costado de la villa. Ahí no podíamos ir, porque era como El Infierno.

Era el lugar donde nos podía pasar algo, donde te podían robar la bici o donde iban las

parejas que no tenían un lugar donde estar. Pero por el pasaje sí podíamos andar

tranquilos, hasta que llegó una redada: el hijo de uno de nuestros vecinos era

drogadicto y al parecer vendía droga, la que tenía escondía en el potrero, detrás de la

pandereta. Recuerdo haber visto a un PDI detrás de un arbusto, con pistola, ¡y al lado

todos los niños andando en bicicleta!

Después de esa redada, mi mamá nos coartó las salidas. Y no pudimos volver a jugar a

la calle. Un furgón nos iba a buscar y a dejar del colegio a la casa de mi abuelita, y ahí

pasábamos la tarde. Teníamos de todo: un Nintendo 64, una piscina tiburoncito, un

columpio de neumático, bicicletas y mucha ropa de muñecas. Todos los días a qué

jugar. Una vez fuimos con mi papá al Sodimac y llevamos, caminando, maderas para

que nos hiciera una casa de muñecas rosada. Como vivíamos cerca del outlet de

Mattel, mi papá también nos llevaba a comprar autos a control remoto y pistas. Nos

decía "esto lo compré para mí, pero lo podemos usar todos".

Éramos niños ritalín, muy activos. También muy buenos alumnos, los que tenían los

mejores lugares de su curso. En esas tardes en la casa de mis abuelos inventábamos

coreografías y canciones, nos tirábamos piqueros. El patio siempre estaba lleno de

cosas: mi abuelo es chef y trabaja haciendo eventos, por lo que atrás había muchas

sillas. Mi abuela, por su lado, cose, entonces tiene telas. También tienen un mueble con

miles de herramientas que nunca usan, pero ellos dicen que "un día" las pueden

necesitar. A veces ayudábamos a mi abuelo con su trabajo: nos poníamos delantal y

gorros y preparábamos juntos unos canapés gourmet. A todos nos gustaba trabajar, y

él nos pagaba luca o dos lucas por nuestra ayuda.

Nos fuimos de esa villa cuando yo tenía doce años. Pero antes de irnos, vivimos un año

con mis abuelos, en el departamento interior. Lo primero que pasó fue que, un día,

llegando a la casa con mi tío, vimos que venían saliendo unos ladrones con el calefont.

No teníamos nada de valor, no había nada más que sacar que las bicis y un calefont, y

al parecer alguien ya se había llevado las bicis. Al poco tiempo pasó otra cosa: salimos

de vacaciones y volvimos antes de lo previsto. Cuando llegamos, nos dimos cuenta de

que alguien había corrido una plancha de zinc del techo. Ahí sentimos que la casa era

insegura, y mis papás decidieron cambiarse inmediatamente al departamento de atrás

de mis abuelos, para que mi hermana y yo no estuviéramos solas nunca. Después,

justo al otro año, les salió la casa en Quilicura.

Mi infancia fue una muy bonita, muy compartida. De grande me ha dado pena

enterarme de amigos que no tuvieron personas con las que jugar cuando chicos. Yo lo

pasaba muy bien. La villa de mis abuelos no ha cambiado en cuarenta años. Hasta el

potrero sigue siendo potrero. Pronto van a abrir cerca el metro Los Libertadores, y no

sabemos qué va a pasar, si van a subir los precios o si van a expropiar. A mí me

gustaría quedarme con esa casa. Creo que falta mucho para que lleguen los edificios a

ese barrio.

Polett Body tiene 25 años y estudia Licenciatura en Letras.

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