Estafadas por amor

¿Cómo puede suceder que mujeres exitosas caigan, redonditas, en la trampa de un estafador? La respuesta es simple: porque están enamoradas de él. La peor parte se las llevan quienes se casaron con su victimario, pues el código penal chileno no sanciona los delitos económicos entre cónyuges, dejando a los abusadores impunes. Una situación legal que ya no da para más.




Irene (41) se enamoró de un hombre que terminó estafándola por 150 millones de pesos. Ella lo demandó por giro doloso de cheques y luego de dos agotadores años en tribunales logró recuperar solo la mitad del dinero. Valentina (39) convivió cinco años con su estafador, tuvo dos hijos con él y ya dio por perdidos los 120 millones que le adeuda. Ninguna quiere dar su nombre real. Irene, porque el acuerdo reparatorio que firmó con su ex pareja incluye una cláusula de confidencialidad y Valentina porque quiere proteger a sus hijos. Ambas son mujeres atractivas, de carácter fuerte, exitosas en sus carreras y muy independientes. No parecen el tipo de persona que se dejaría engañar o manipular. Sin embargo, ambas fueron chantajeadas emocionalmente y traicionadas por el hombre en quien más confiaban.

Irene tenía 36 años y estaba haciendo un diplomado en negocios en la Universidad Adolfo Ibáñez cuando conoció a Felipe, de su misma edad, quien se presentó como un exitoso empresario. "Nos tocó sentarnos al lado y lo encontré demasiado tieso, serio y arrogante. Siempre andaba con el buen traje, el reloj caro, vestido como un yuppie. Su auto era el que más llamaba la atención: un BMW, un Porsche, un descapotable. Cambiaba de auto cada tres o seis meses y hablaba sobre los millones que facturaba su empresa", recuerda Irene. "Yo, en cambio, me iba caminando a la universidad y conversaba con todos. Me carga esa fijación tan chilena por los apellidos y de dónde viene cada cual". De todas formas, conversaban y se juntaban para estudiar. "Muchos de los que estábamos en ese diplomado nos habíamos metido para aprender a administrar nuestros dineros. Yo recién había heredado una plata por la venta de un terreno de mi familia y entonces evaluábamos las formas de inversión más convenientes. Así es que, más o menos, todos conocíamos el patrimonio de nuestros compañeros", cuenta Irene.

Siete meses después de terminado el curso, Felipe la llamó para contarle que se había separado y, a los pocos meses, la invitó a almorzar. "Yo iba con cero expectativa, pero terminé fascinada. Su nuevo discurso era que ya había tenido todo el éxito y el dinero que había soñado y que ahora venía de vuelta. Quería volver a lo simple. Eso me enganchó. Comenzamos a salir y cuando me invitaba a su casa él hacía todo: cocinaba, limpiaba. Lo encontraba tan evolucionado, tan entretenido y amoroso. Y con sus tres niñitas nos llevamos súper bien. Me invitaba a restoranes, fuimos a la Polinesia con pasajes de primera clase pagados por él".

Cuando llevaban casi un año saliendo, Felipe le pidió matrimonio. "En un mail muy romántico me decía que formáramos una familia. Empezamos a usar anillos de compromiso. Todo era perfecto", relata Irene. El mail, además, tenía otra propuesta: "Me pidió que yo comprara una casa a mi nombre y que, apenas terminara sus trámites de divorcio, él pagaría la mitad".

Irene estaba ilusionada y dispuesta a avanzar en el proyecto de vida en común. Fueron juntos a ver casas, y Felipe se obsesionó con una de 800 metros cuadrados y cinco piezas que a Irene le pareció excesivamente grande. "Terminé aceptando. Estuvimos ocho meses remodelando la casa. La idea era que una vez que él se separara, íbamos a pagar a medias también los arreglos. Pero terminó siendo todo a la pinta de él. Íbamos a comprar algo y él elegía siempre lo más caro. Yo le decía que compráramos la piedra pizarra que estaba a 5 mil pesos y él, no, tenía que ser la de 17 mil. Lo mismo con las cortinas, las cerámicas y los vidrios. Quería todos los lujos".

A los cuatro meses de comprar la casa, vino una crisis económica que afectó al producto que Felipe importaba, lo que lo sumió en un severo descalabro. Irene vio a su pareja entrar en pánico porque no tenía plata para pagar ni el colegio ni las pensiones alimenticias de sus hijas. "Se estresó, le vino taquicardia y terminó con un colapso en la clínica, donde estuvo un día hospitalizado", cuenta. Tras recuperarse, Felipe le pidió prestado a Irene el dinero que a ella le había llegado de herencia: 150 millones de pesos "para tener caja y poder reactivar la empresa", asegurándole que la recuperación de su empresa sería muy rápida. "Como teníamos este proyecto de formar familia, acepté prestarle por un año. No podía ser por más tiempo, porque esa plata yo la tenía para invertir en un negocio que ya me había comprometido", cuenta Irene. Felipe le entregó, como respaldo, tres cheques a fecha por 50 millones cada uno y prometió firmar un pagaré con sus abogados. "Pero cada vez que yo le recordaba que no había firmado el pagaré, se irritaba, se ponía idiota o me enfrentaba, muy dolido, con frases como 'Tú desconfías de mí'. Yo le decía: 'Los negocios son negocios y nuestra relación es nuestra relación; separemos las cosas'. Pero él se irritaba y siempre daba vuelta la tortilla: que cómo podía yo pensar mal de él y desconfiar".

Abuso de confianza

Al mes de estar conviviendo en la nueva casa, tuvieron la primera discusión fuerte. Con gritos e insultos, Felipe le reclamó que ella era una desconfiada. "Fue un ataque de ira con un maltrato que te lo encargo. Le respondí que era él quien me había invitado a este proyecto, que él era quien quería todos los lujos, que yo había puesto mucha más plata y que todavía no me pagaba la mitad de la casa. Ahí se calmó un poco. Pero igual me quedó una sensación rara".

Poco después de esa pelea, el mal genio de Felipe se extremó. "Empezó a entrar en cólera por cosas ridículas", recuerda Irene. "Si las niñas peleaban por una muñeca, o si yo lo contradecía, explotaba. Yo no podía tener opinión, tenía que pensar como él; él siempre tenía la razón". Y Felipe era otro: ya no cocinaba, ya no ordenaba. "Me decía que esas cosas tenían que hacerlas las mujeres. Le apareció un lado súper machista".

Cuando ya llevaban cuatro meses viviendo juntos, Felipe le escribió un mail diciendo que no podría pagarle la mitad de la casa todavía, que lo esperara unos meses más. Pero tres semanas después se compró una oficina. "Me cayó como patada en la guata", recuerda Irene, aún indignada. "Ese momento fue un quiebre para mí, porque me di cuenta de que su palabra no tenía ningún valor y que de verdad yo no podía confiar en él". Además, pese a que el acuerdo inicial de la pareja establecía que él pagaría las cuentas, las contribuciones y el supermercado, las cuentas impagas comenzaron a acumularse. Él argumentaba que había hecho los pagos por internet; Irene descubrió que era mentira.

El proyecto común se desmoronaba. Dejaron de hablarse. En una de las últimas discusiones, Irene se atrevió a decirse a sí misma lo que hace meses venía intuyendo: "Me enamoré de una persona, pero esta que vive conmigo ahora es completamente distinta. Tenemos que separarnos". Él demoró una semana en sacar las cosas de la casa. Un mes después, cuando se cumplió la fecha del primer cheque que Felipe le había dado en garantía, Irene fue a cobrarlo. El banco le informó que los tres cheques tenían orden de no pago por extravío. Esa misma tarde, Irene consultó a un estudio jurídico e interpuso una demanda penal contra su ex conviviente por giro doloso de cheques. Era la única figura legal por la que podía demandar. Y, en su caso, lo que le permitió mostrar "pruebas" fueron los e-mails en los que Felipe reconocía la deuda. Fue el comienzo de un largo proceso judicial y también personal, para entender y asumir lo que había vivido. "Es sicológicamente muy fuerte darte cuenta de que tu pareja es un estafador… ¡y que, además, te ha estafado a ti!", afirma.

Vendrían, después, otros descubrimientos desagradables: Felipe tenía deudas millonarias con bancos y financieras. Vivía del crédito, pero no estaba en Dicom, porque mantenía a raya sus deudas pagando solo los intereses.

Irene reflexiona: "No me siento avergonzada. No podía prever lo que me pasó. Es más, me siento orgullosa de haber salido rápido de la situación. Mi siquiatra me felicitó por ser capaz de cortar esta relación sicopática en apenas cuatro meses, porque, me dijo, hay mujeres que llegan a su consulta solo después de muchos años de abusos".

El juicio se resolvió un año y medio después con un "acuerdo reparatorio" por el cual Irene aceptó que se le pagara la mitad. "Así lo propuso el fiscal, y acepté porque en este sistema penal machista, la mujer es vista como una despechada que quiere dañar a su ex. Entonces, si me negaba, el juicio iba a durar eternamente y yo también quería cerrar el tema y sentirme nuevamente libre".

Una semana antes de que diera esta entrevista, Irene recibió el pago. No tiene idea de dónde sacó la plata Felipe.

Total impunidad

Los abusos económicos y los maltratos sicológicos en muchas ocasiones pueden dejar a las víctimas en un estado tal de desamparo, culpa y miedo, que demoran años en denunciar.

La abogada especialista en familia Julia Failla, afirma que los tribunales de familia están llenos de casos en que un cónyuge se queda con la casa o el auto que está a su nombre, pero que pagaron ambos, o incluso de mujeres que, por ser avales de su marido, se vieron obligadas a pagar las deudas de sus cónyuges. "La estafa se da también por un aprovechamiento de la confianza que existe en una relación. Si tu marido te pide plata prestada no se te va a ocurrir firmar un papel en una notaría. Y, al momento de la separación, él dice: '¿Dónde está escrito que te la tengo que devolver?'. Siempre es recomendable firmar un comprobante cuando se trata de sumas grandes", recomienda.

En el caso de Valentina, después de 5 años soportando los abusos de su ex pareja, descubrió que se trataba de un estafador serial, que todavía sigue impune.

Al principio, Jorge parecía caído del cielo. Un abogado exitoso que la invitaba a comer, le decía que era la más linda y que quería tenerla como una estrella de cine. "Apenas nos fuimos a vivir juntos, empezó con el maltrato sicológico. Las papas fritas tenían que estar saliendo del sartén cuando él llegaba, no podía esperar cinco minutos a que estuvieran listas. Yo le tenía terror. Me trataba a garabato limpio, me decía que nadie más iba a querer estar con una mujer separada y con guagua como yo. Y al rato me llamaba: 'Ven mi amor'", relata Valentina.

Quedó embarazada y sintió que ya no había vuelta atrás. Durante los cinco años que estuvieron juntos, Jorge le pidió prestadas sumas grandes de dinero para pagar deudas de su empresa o para invertir en algún negocio. En total, ahora le debe 120 millones de pesos. "¿Por qué aguanté tanto? Pensé que esto es lo que me tocaba porque teníamos hijos y una relación. Además, estaba convencida de que sin él iba a quedar en la calle. Me demoré cuatro años en abrir los ojos y darme cuenta de que todo lo que él tenía lo había pagado yo", reconoce.

Cuando se separaron, después de 5 años y dos hijos juntos, Valentina supo que su ex conviviente estaba notificado de 30 demandas civiles provenientes de bancos y financieras por más de mil millones de pesos. Y el descubrimiento que más la impactó: no era abogado como siempre había asegurado. "Estudió Derecho, pero no terminó la carrera. Ahí me morí, porque me di cuenta de que desde el día uno se presentó como alguien que no era", cuenta.

Valentina ya dio por perdida la plata que le prestó a su ex. "¿Cómo voy a demandarlo si los bancos –que tienen bufetes completos– no pudieron hacer nada y él sigue caminando feliz por la calle?".

Los vacíos de la ley

Ximena Campodónico, socia de Jottar & Campodónico Abogados, especialista en asuntos en familia, informa que en el 10% de los casos de separaciones hay conflictos por dinero que no se resuelven, y acusa: "En muchas partes del mundo es normal llegar a acuerdos económicos en el matrimonio, porque el divorcio es parte de su cultura. Uno escucha que los famosos se casan con acuerdos tremendos, y eso acá no se usa, pese a que en nuestro Código Civil existe una fórmula, el 'contrato esponsal', que muy poca gente conoce, y que permite realizar ciertos acuerdos patrimoniales en el acto del matrimonio. De todas maneras es una fórmula antigua con muchas limitaciones, que habría que reformular".

Según los abogados consultados por revista Paula, los delitos económicos entre cónyuges y convivientes muy pocas veces terminan en sentencias condenatorias para los acusados. "Los acuerdos reparatorios son la salida más común. En los juicios por estafa un 70 u 80 por ciento de las personas terminan sin recuperar nada. Entonces si un tipo te dice 'te estafé en 3 millones pero te voy a pagar uno y medio', mejor pájaro en mano que cien volando", dice Jaime Silva, abogado penalista de Defensas.cl. "La única excepción es cuando el imputado tiene antecedentes penales: entonces el margen de negociación aumenta", afirma Silva.

Sin embargo, como en todas las cobranzas de deudas en el país, si el imputado en una demanda civil por estafa no tiene patrimonio, es imposible cobrar. Y, además, como dice Silva "los estafadores saben esconder muy bien lo que tienen". Samuel Donoso, abogado penalista, corrobora: "Esconden sus bienes armando sociedades y poniendo los bienes a nombre de estas. Para eso resultan muy útiles las sociedades anónimas, donde no hay un registro público de quién es el dueño".

La situación es aún peor para las mujeres que han sido estafadas por sus maridos. El artículo 489 del Código Penal exime de responsabilidad penal los delitos de hurto, defraudación y daños entre cónyuges y parientes consanguíneos. "Es decir, no puedes proceder penalmente y obtener una sentencia condenatoria contra un pariente", explica Donoso. Entre los abogados penalistas hay consenso en que la norma es antigua y que debe ser modificada. En eso está, entre otros, el diputado PPD y miembro de la comisión de Constitución Legislación y Justicia, Felipe Harboe: "El artículo que exime de responsabilidad penal a los parientes data de 1874, es anacrónico. Estamos trabajando en un proyecto de ley para modificarlo, de manera que una persona, al haber sido estafada por su cónyuge, pueda accionar penalmente contra él por el delito que ha cometido y probarlo en tribunales. La violencia económica también es tremendamente dañina y debería ser castigada", plantea.

COLUMNA

Por qué separar el dinero del amor

Por Verónica Gubbins, directora magíster en Sicología Educacional y mediadora familiar, Universidad Alberto Hurtado; consejera ComunidadMujer.

Hay que saber diferenciar entre lo que es la idealización del amor y lo que son las cosas prácticas de la vida. Entonces, ¿a quién elige uno, a un ideal o a un compañero? Si uno elige un ideal, cae en una especie de ceguera, una aceptación incondicional que interpreta inmediatamente como confianza absoluta, como entrega total, poniendo todas nuestras expectativas en una relación de reciprocidad pero, ¿quién garantiza que va a ser así?, ¿el amor? Por lo general, muchas veces sí, pero otras veces no ocurre. Lo que hay que tener claro es que una cosa es el amor y otra cosa son las decisiones económicas en la vida. Hay que ponerle realidad también a las relaciones afectivas. Suena pragmático, duro y frío hablar del matrimonio o de las relaciones de pareja desde el dinero. Es terrible, suena muy mal. Pero la pregunta es: ¿Por qué tenemos que ser tan incondicionales? ¿No existe la posibilidad que hayamos elegido, desde el ideal, una persona que no sabe de reciprocidad y respeto por los compromisos adquiridos?, ¿por qué no podría ocurrir que nuestra pareja también cometiera abusos respecto de los bienes o dinero de su pareja? Podría pedirle un préstamo y nunca devolvérselo o incluso hacer mal uso de ello.

Así como hoy se penaliza la violencia contra la mujer, también debiera hablarse de violencia económica en estos casos. Donde hay abuso de poder y de confianza, lo que allí hay es violencia. Eso no es amor. No porque haya un contrato de por medio, según las creencias de cada cual, o se haya jurado amor y lealtad para toda la vida, se está libre de encontrarse con problemas de carácter económico con la propia pareja. Cuando no media consentimiento de ambas partes por un préstamo, deuda o compraventa realizada, lo común es que a ello se le llame "estafa".

Enfrentarse a ser violentado económicamente por una persona a quien uno ha amado, ha elegido y con quien ha querido construir un proyecto de vida, hace que las mujeres solamos caer en posición de víctimas y asumamos una actitud culposa con mucha facilidad, lo que no corresponde. Las mujeres suelen pensar "Algo habré hecho yo". "A lo mejor las relaciones de pareja son así". En general, las mujeres estamos socializadas para que una vez que hacemos un proyecto de familia seamos capaces de sacrificarlo todo, anular nuestras propias necesidades y olvidar que cuando se trata de decisiones económicas mal informadas, mal tomadas o no respaldadas con la documentación adecuada, el riesgo de abuso de terceros, incluida la propia pareja, puede ser muy alta. No hay nada más protector y preventivo que intentar ser más ordenada con las platas. No cuesta nada tener un cajón con las boletas de las distintas compras que se han hecho para la casa: de la lavadora, la factura del refrigerador que está a tu nombre, imprimir el comprobante de transferencia electrónica que se le hizo al marido, etc. Siempre es importante documentar las decisiones que se han tomado. No es solo para prevenir una estafa, sino que también son útiles a la hora de la separación para respaldar aquello con lo que uno contribuyó. Sobre todo cuando se trata de distribuir los bienes en común. Así como uno se lanza al amor, a sus proyectos, la vida está llena de circunstancias que pueden hacer que ese proyecto se acabe y que el término de esa relación no sea respetuosa o adecuada.

Ser ordenada y precavida no es símbolo de desamor, por el contrario, es símbolo más bien de respeto hacia uno misma, de valoración a la propia capacidad de haber contribuido con bienes propios al proyecto conjunto. Es poner por escrito "este es mi aporte y eso tiene valor".

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