“Hijos pegamento”: ¿No separarse por los niños?




El estigma de que la separación de los padres es lo peor que le puede pasar a los hijos ha perpetuado y normalizado una realidad que muchas parejas viven en silencio, sacrificándose por un proyecto de vida que creen que es más importante que ellos. No se aman y no quieren seguir juntos, pero lo hacen para proteger a los niños. Sin embargo, esta protección del trauma de la separación de los papás, dicen las especialistas, muchas veces no sirve de nada, pues son ellos, “los hijos pegamento”, los que absorben el daño que una unión forzada. Y eso, es mucho peor.

Hace unas semanas, la terapeuta española Rocío López proponía en El País, a partir del lanzamiento de su libro Separada: un acto de amor hacia ti y tus peques, el concepto de “hijos pegamento” que, según explica, es el resultado de cargarles con la responsabilidad de gestionar la unión forzada de sus papás. “Arrastramos la idea de que hay que aguantar por los hijos, creyéndonos que lo que necesitan es una convivencia perenne con sus padres. Pero no puede ser a costa de la salud mental. Muchas veces se mantienen parejas que están juntas, pero no unidas; y se mantienen juntas por los niños, lo que es cargar a estos con la responsabilidad de ser hijos pegamento. Al final lo que los hijos aprenden es que una relación amorosa es eso. Al fin y al cabo, nuestros hijos nos necesitan felices, no conviviendo a toda costa; y no requieren que seamos pareja, requieren que sus necesidades afectivas y emocionales sean cubiertas, seamos o no pareja”, dice.

Relaciones desde el sacrificio

Desde hace muchos años que los papás de Margarita Schulz (35) –que hoy tienen 87 y 71 años– ya no quieren estar juntos, pero lo siguen estando. Dice que en los últimos años se ha hecho más evidente que no se aman y que ahora, la relación de los dos es una de cuidados y no de amor ni atracción. “Mi mamá tiene un trauma. Y es que no conoció a su papá, quien murió cuando ella tenía tres años. Ella se crió en la carencia de un papá que de verdad no estaba y yo me crié en la carencia de un papá que estaba, pero que era como una planta, que no sumaba nada. En una conversación que tuvimos, ella me dijo que quería que sus hijos tuvieran padre. Aunque no me lo dijo, sé que como ella no tuvo papá, pensó que tenerlo, aunque fuera una planta, era mejor que no tenerlo. Y es que para mi mamá era muy importante que él estuviera presente, fuese como fuese”, dice.

Aunque admite que la separación de sus padres probablemente sí hubiera sido traumática para ella, se pregunta qué es más traumático; si su separación o que se mantuvieran juntos. “Durante toda mi niñez y adolescencia no tengo recuerdos de que alguna vez hayan sido una pareja tierna o que su modelo de relacionamiento haya sido algo saludable para mí. No los recuerdo como un modelo de pareja a seguir. Es más, todo lo contrario. Ahora que estuve en pareja también me esforcé en demostrarle a mi hija que las parejas eran otra cosa. Personalmente, soy alguien muy de piel, me gusta mucho el contacto físico, la ternura expresada en caricias, besos, en palabras lindas y nunca tuve ese modelo por parte de mis papás. Finalmente, esta dinámica de dos papás que no quieren estar juntos, pero que lo están para ‘protegerte’, terminó influyendo en cómo entendía las relaciones amorosas: desde el sacrificio”, dice.

Habla de sacrificio pues cree que es lo que hizo su madre: terminó sacrificando su sanidad emocional y mental en pos de la familia que estaba construyendo. “Fue esta idea la que me enseñó a ponerme en décimo plano. Es súper tangible. En mis relaciones lo he visto así”, agrega.

La separación no es sinónimo de trauma

Divorciarse del papá o mamá de los hijos no es intrínsecamente traumatizante para ellos, dice la psicóloga infanto juvenil y perinatal, integrante de la Red Chilena de Salud Mental Perinatal, Magdelana Calvo (@psicoartemagdalena). Sí lo son las dinámicas violentas dentro de una pareja que no quiere estar junta o la confusión que generan las apariencias.

“Algo que sí podría ser traumatizante es cuando existe violencia dentro de la pareja parental porque ahí se expone a los niños a ese tipo de agresión y eso constituye un tipo de maltrato. Aquí los niños pueden sentirse culpables respecto a esas agresiones a las cuales están expuestos por sentir que tienen una responsabilidad en las peleas de los papás. Por otro lado, en algunas ocasiones ocurre que se da cierta parentalización cuando uno de los padres se apoya en el hijo o hija buscando contención. En estos casos, cuando el padre o madre muestra su vulnerabilidad y fragilidad, el niño se siente desprotegido porque ve que la figura que debía protegerle está en una situación permanente de indefensión, por tanto siente que es él el que tiene que cuidar al padre o madre, callar lo que siente, silenciar su malestar y vivir con esas emociones eufóricas o ansiosas que le va transmitiendo el padre o la madre, que le exige implícitamente desempeñar un rol de apoyo. Finalmente, cuando es una familia que cumple con los cánones sociales de estar juntos, convivir, ir a las actividades juntos, pero en el interior tiene muchos conflictos que no se abordan o que no se resuelven o mucha distancia, desconexión de los padres y poco afecto, puede resultar eso confuso para los hijos, que no entienden bien qué está pasando”, explica.

Es mejor una buena separación que un mal matrimonio

La psicóloga experta en crianza, Maribel Corcuera (@maribel_corcuera), asegura que a veces, es mucho mejor una buena separación que un mal matrimonio porque a pesar de que a los niños y niñas no se les diga “seguimos juntos sólo por ti”, es algo que ellos pueden percibir. “El mantener un matrimonio forzado es súper dañino para ellos. Por un lado, los niños son súper capaces de percibir que realmente son un matrimonio, pero no una pareja, eso lo ven. Lo que puede ocurrir allí es que aprendan que eso es un matrimonio o que perciban que esto no es sano, que no les gusta, que no se sienten bien, que la incomodidad de los papás la sienten. Lo triste es que aprenden que esa es la manera de tener un matrimonio. Con distancia, sin hablarse mucho, sino que en definitiva se reduce a cumplir con estar con los niños”, dice.

Hace nueve años, Margarita fue madre junto a una pareja con quien decidió terminar. Por ella y por su hija. “A partir de mi historia familiar he desarrollado la firme convicción de que no sirvo para no ser querida. Entonces, como sentía que el papá de mi hija me rechazaba, pronto entendí que yo no merecía ese tipo de relación. Porque ya lo había visto en mis papás, en mi mamá que fue infeliz porque estaba con un hombre que la rechazaba y sabía que esa no era la forma. En retrospectiva, el que me haya separado del papá de mi hija sí generó sufrimiento en ella, pero no creo que sea peor que vernos mal; creo que el haber tomado la decisión de no seguir en una relación donde era rechazada, es un ejemplo de ser mujer distinto. De ser madre, de amar a mi hija y de hacer todo lo posible por que ella se desarrolle en un marco lo más saludable posible sin dejarme a mí, mujer, de lado. Creo que eso es una tremenda fortaleza y espero que ese ejemplo le muestre que no hay nada en el mundo que la ponga a ella en segundo lugar en su relación. Que no hay nada más valioso que ella misma”, concluye.

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