Historias para imitar




Mientras las noticias transmitían sobre hechos de vandalismo, sabotaje y el suelo seguía remeciéndose estas mujeres se levantaron para comenzar a ayudar.

En el centro de Talca, Fabiola Barrenechea organizaba las primeras 2.000 cajas de alimentos básicos que se repartieron entre los damnificados de la Región del Maule. Asignada como coordinadora de compras y distribución de la Onemi en la zona, a pocas horas del terremoto tuvo que partir desde Santiago a instalarse en el regimiento Infantería 16 de Talca, donde duerme en un catre de campaña y coordina, junto a un contingente civil de emergencia, la reconstrucción de la región. Tres bebidas de fantasía, dos botellas de agua, azúcar, té, dos bolsas de leche en polvo, un kilo de harina, un kilo de arroz, cuatro salsas de tomate, tres paquetes de tallarines y dos tarros de jurel tipo salmón son los alimentos que decidió incluir al interior de las cajas que el Ejército de Chile distribuyó el martes 2 de marzo a las 10 de la mañana a ocho mil damnificados.

EN LA PINTANA

Vigilantes Nocturnas

Por Guillermina Altomonte Fotografía Alejandro Araya

DOMINGO 28 DE FEBRERO, 4:00 AM. En medio de una calle por donde no transita ni un alma, en la Villa Nacimiento, de La Pintana, hay una botella con agua. Sentadas en una banca, Fabiola Devia (25), Cintia Sachav (20) y su hermana Brenda (12) toman té sin dejar de mirar la botella.

Las tres detectaron que el agua de la botella se movía durante las réplicas mayores y diseñaron un plan nocturno de alerta: "En cuanto se empezara a mover el agua, yo partiría a avisar a mi familia, la Cintia a la suya y la Brenda, que fue la que más cacareó la noche del terremoto, iba a salir gritando por la villa para despertar a todos los vecinos", cuenta Fabiola.

Dos noches enteras se quedaron vigilando.

En Villa Nacimiento todas las viviendas, salvo una, se mantienen en pie, aunque los tablones de madera con que están hechas crujen a cada rato por las réplicas. La noche del terremoto, sin embargo, todos pensaron que se les iba a caer el techo encima. Las vecinas relatan que se acordaron del Señor, corrieron a sacar a sus hijos de la cama y sujetaron los televisores. La mayoría durmió a la luz de las estrellas, en los pasajes de casas pareadas.

Han pasado 60 horas desde el terremoto y las cosas están más tranquilas: los negocios de abarrotes han abierto, hay luz y agua. Fabiola piensa que ya no es necesario hacer guardia esta noche. De hecho, su hermana mayor, Carolina, decidió que era más útil ponerse a lavar la ropa de la gente de la villa con el agua que habían acumulado en tinas y bidones. "De tanto ver las noticias terminé llorando, así que preferí ocuparme en algo", explica.

EN QUILICURA

El ejemplo de Lucy

Por Carola Solari Fotografía Álvaro de la Fuente

"CLAUDITA, ¿NECESITA AGUA?" Luz María Morales –Lucy– camina a paso rápido por la población San Francisco, en Quilicura, golpeando puertas y asomándose en las casas, avisando que esta tarde la Municipalidad mandará un camión con agua. En la comuna con mayores problemas de abastecimiento de la capital no hay luz ni agua y Lucy, que es presidenta de la Junta de Vecinos de la población, entrega a cada familia un número para que la entrega sea equitativa y ordenada.

Según el Municipio, San Francisco es la población mejor organizada y Lucy ha asumido su liderazgo. Tiene 42 años, siete hijos y un padre inválido que vive en Talcahuano, del que no sabe nada desde el terremoto. "Hoy apareció en una lista de personas desaparecidas. La incertidumbre es dolorosa.

Mis familiares se están movilizando para ir a buscarlo. Yo no he partido, por mis niños. Mientras ayudo acá, tengo al papá en mis pensamientos", dice. Después del terremoto, Lucy salió a la calle, en pijama, con su marido y sus hijos, de entre 19 y 3 años. Toda la población, unas 50 familias, se abrazaba luego de constatar que no había heridos de gravedad. Sacaron colchones y frazadas para pasar juntos la angustia hasta que amaneció. Lucy y las demás mujeres barrían los vidrios rotos para que los niños no se hicieran daño.

Como había escasez de pan, Lucy propuso usar los fondos de la Junta de Vecinos parar comprar 15 kilos de harina y levadura, y siete mujeres amasaron toda la tarde. "Nos alcanzó para entregar un pan por cabeza, nadie se quedó sin su pancito, que cocimos en el horno de barro de la Juanita", dice. Ahora Lucy anda buscando a las mujeres que tienen guagua en la población.

Les pide se anoten en una lista, porque ella va a ir a retirar los pañales que está entregando el Municipio. Comprarlos es muy difícil en la comuna: los supermercados que están abiertos tienen largas colas y atienden con protección policial para evitar saqueos. “Apoyándonos unos a otros es más fácil capear la adversidad”, dice y continúa, rápido, su recorrido.

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