Leppe está cansado

Artista visual poderoso, asesor invisible de exitosas campañas políticas y publicitarias, Carlos Leppe vivió este año un frenesí de producción artística. Pero más que dichoso, está cansado. A las puertas de los 50, dice, se topa a cada rato con eso que él llama la "fatiga de material": algo así como desmorone sin vuelta de todas las cosas. Incluso de sí mismo.




[ARCHIVO, ENTREVISTA REALIZADA EN DICIEMBRE DE 2001]

En este año al artista visual Carlos Leppe le bajó la urgencia por copar el escenario artístico: a las dos obras que realizó en Chile -una instalación titulada, precisamente, Fatiga de material y una performance en la galería Animal- se sumó la instalación con la que representó a Chile en la Bienal de Mercosur, instancia que cada dos años le toma el pulso al arte latinoamericano y que concentra en Porto Alegre, Brasil, a los más importantes críticos del mundo.

Allí, Leppe se volvió a subir con sus zapatos sin cordones y su considerable peso arriba de la sillita tirillenta forrada en huaipe que suele elegir como precario podio para sus performances. Disfrazado de Diego Rivera pero con trenzas a lo Frida Kahlo, Leppe montó su escena en un hospital siquiátrico y emitió uno de sus truculentos y sobrecogedores monólogos.

Su agenda en los próximos meses lo tiene comprometido con las prestigiosas galerías Víctor Saavedra de Barcelona y Franco Toseli de Milán, que manejan desde hace años su producción artística en Europa. Porque Leppe también pinta, y lo hace con un registro que va desde la expresión barroca a otra minimal.

Leppe ha sido también un eficiente asesor de campañas políticas y publicitarias -estuvo tras la aparición de Lagos aquella famosa noche del dedo- y un cotizado director de arte en televisión, donde su último trabajo lo hizo en Pampa Ilusión.

Pero Leppe se cansó. De la TV, dice, porque allí "en el país de los tuertos el ciego es rey", y de la política por una situación que, pensando en el próximo presidente de la nación, él resume más o menos así: "¿Frei como la gran carta de triunfo? ¡Hay que huir despavorido por los prados! Y si sale Lavín, ¿irán a ser más grandes los malls?".

Sobre todo, lo que le está pasando a Leppe es que, donde pone el ojo, se está encontrando con eso que él denomina "la fatiga de material": algo así como el derrumbe sin retorno de todas las cosas. De ello Leppe da cuenta con dos símbolos contundentes: uno externo, las Twin Towers, y otro privado, su inminente cumpleaños número 50. "Es que esto no da para más", afirma, mientras se come un bol repleto de granola.

-¿Qué es lo que no da para más?

-En la última performance que hice en la galería Animal entro arrastrando un pantalón mío lleno de piedras y restos de materiales de construcción y tirado por unos alambres. ¿Tú entiendes lo que es arrastrar su propio peso físico? Significa arrastrarse a sí mismo como tal: arrastrar su propio muerto.

-Después dejaste el muerto y te subiste a la misma sillita endeble que usas en todas tus performances, ¿por qué te subes a ella siempre?

-La silla es mi podio y me subo a ella por la necesidad de ser escuchado y el miedo a no ser visto. También es una señal evidente de lo inestable del lugar en que siento que estoy parado, así es que en cualquier momento me puedo cansar y sentarme para siempre.

-Pero últimamente no te ves nada de cansado: has acelerado tu ritmo de producción y no has parado de hacer exhibiciones tanto en Chile como afuera ¿Qué bicho te picó?

-Eres una periodista muy atrevida. Supongo que quieres que te diga que tengo pánico de dejar de producir y de morirme pasado mañana. Bueno, sí. Te confieso que, a las puertas de cumplir 50 años lo que me ha hecho apurar el tranco es el pánico a la fatiga de material.

-"Fatiga de material" es precisamente el título de tu última instalación, ¿a qué fatiga te refieres?

-A cuando se te caen los dientes, a cuando la piel cede, a cuando ya nada te importa y dejas de creer en todo. O también a cuando ya no toleras más. Hay un punto en que el material pierde su capacidad de soportar. Es lo que le pasó a las Torres Gemelas y te juro que "las mellizas", como les decía una chicana que salió en la CNN, también me cayeron encima a mí.

-¿Por qué tan autorreferente?

-Porque ese atentado nos cambió la vida a todos. La desaparición de esas torres soberbias demuestra la fatiga de material de Estados Unidos por sobrepeso: sobrepeso de mentiras, de contradicciones, de culpas por no atender a las crisis primordiales como son la relación con Latinoamérica, con África, con Asia. Y a esa potencia invulnerable la hacen tambalear los que no le temen a la muerte ni están pegados al consumo ni al confort, porque siempre han vivido en la fatiga de material que es la pobreza y lo que los mantiene vivos es el credo.

-¿Y tú piensas de verdad que las cosas cambiaron radicalmente?

-De todos modos. Yo creo que toda la gente está dándose cuenta de que vivimos en un mundo realmente miserable. La sociedad, hoy, es una fatiga de material sobre otra fatiga de material. Es decir, no hay ninguna sociedad verdaderamente noble. Son todos enchapes o galvanoplastias. Todo es apariencia y eso, además, en un mundo donde el individualismo es una exacerbación sin límites.

-Y ese individualismo, ¿qué contiene, según tú?

-Lo veo como un síntoma de una gran tristeza del ser humano. La gente está dándose cuenta de que no hay para dónde.

-En lo personal, con este diagnóstico tan fatal, ¿cómo vas a resolver tu vida de aquí en adelante?

-Estoy en un momento muy tremendo, porque uno siempre tiene una idea muy fatalista de sí mismo en el sentido de la edad productiva, de trabajar, de seguir adelante, de no enfermarte. Mira: yo creo que la crisis de los 40 dura para toda la vida. Entonces empiezan a aparecer cosas muy importantes que revisar. Si quieres vivir en un barrio pituco o no; si quieres vivir pendiente de muchas cosas o de las menos posibles...

-Quiere decir que estarías por reducir la cantidad de cosas con las que vives? ¿una apuesta de austeridad?

-Sí... he vivido demasiado bien.

-¿Te ha hecho mal la comodidad?

-Yo llegué a un peak de la marca. Llegué al peak del Versace, del Dolce y Gabbana, del Armani, de la alfombra persa del siglo 17. Pero todo eso ya me rayó la pupila, dejó de estremecerme. Se me quebró el orgullo por el objeto de valor, por el fetiche de poder. Tengo un gran odio de que las cosas no se vayan con uno, de que las cosas me sobrevivan...

-¿Has pensado en cambiar de vida?

-Sí, sí. En irme al sur, a vivir al campo. Pero creo que hay una trampa en eso, porque lo más sofisticado, lo más fashion que puede sucederle a un tipo es instalarse en su propio fundo del sur y vivir caminando con una brisa exquisita, con un olor exquisito, con un fuego exquisito, con tus perros. Y no me cabe duda de que rápidamente uno terminaría arriba de un jeep.

-¿En el Galloper?

-No. En en el Land Rover.

LA GRAN PASIÓN

-Tu vida, tu obra, está llena de contradicciones. Te paseas entre la instalación, la performance, la pintura, el barroquismo y el minimalismo ¿dónde está realmente Leppe?

-¿Como si en la variedad estuviera el fraude, dices tú? Me desespera la gente que cree que porque Botero hace siempre lo mismo es coherente y de una sola línea. Yo entiendo que el carné de identidad sea interesante para la policía pero para mí no lo es. La tiranía de tener que ser siempre el mismo me mata la fantasía. En la Bienal de París conocí a un holandés que en dos años se sacó 40 pasaportes con su mismo nombre pero con distintos rostros: con bigotes, sin bigotes, pelado, con pelo largo, con distintas camisas. Su trabajo de arte consistía en burlar la estandarización a que te somete el carné de identidad.

-Pero, ¿qué es lo que no cambia dentro de tu transformismo creativo?

-Hay eso que yo llamo "el cedazo ineludible". Uno va descubriendo elementos que se te repiten: ciertos colores, ciertos tiros de cámara que son como tus tics. Hay obsesiones que no te abandonan y uno hace la misma obra toda la vida. En ese sentido, soy como la señora Inesita que se queda pringada con un amor y que, si no se lo saca de la cabeza, termina en El Peral. La diferencia es que uno tiene la capacidad de convertir los delirios en lenguaje.

-¿Tiene algo que ver el arte con la pasión amorosa?

-Saquémosle el "amorosa" y sí, yo creo que el arte es una gran pasión, un gran incesto, una gran aventura siempre.

-Siempre mencionas a la situación de los estudiantes de arte como un asunto que te preocupa, ¿cómo los ves en esta aventura?

-¡Están tan extraviados!, ¡devorados por ese deseo de tocarlo todo, de probarlo todo, de morderlo y de frotarlo todo! Yo ese tiempo lo recuerdo como muy, muy terrible. Tienes que convencer a mucha gente de que lo tuyo vale la pena. Y, como es tanta la tembladera de piso, como da tanto miedo hacer lo que uno tiene que hacer y es también tan difícil, pasa de que te autoconvences de que estás equivocado, de que lo mejor es volver a la norma y te autotraicionas. Eso lo encuentro de una brutalidad máxima. Porque por existe el camino fácil, y ahí te puedes dedicar a fabricar autoadhesivos, como yo les digo: "cuadritos de súper buen gusto".

-¿Es lo que le pasa a la mayoría, crees tú?

-Claro, porque... ¿cómo hacer lo que uno siente que tiene que hacer con una urgencia tremenda y también mantenerse económicamente, tener un lugar donde vifvir, con una cocinilla y una cama? Recuerdo ese período como de una angustia muy grande.

-Y en este panorama, ¿cómo entran las galerías?

-Son boutiques encubiertas. No hay un plan ni noción de lo que es una curatoría. Además, los galeristas se aprovechan de que hay una tremenda masa ansiosa por acceder a un espacio y se saltan las obligaciones con los artistas. Ellos terminan financiando los catálogos, los focos y hasta salen a buscar auspicios, con lo que quedan agotados y en la calle. Eso no puede ser. La verdadera ayuda no es tener el logo de Kent en la galería Animal. La verdadera ayuda es que existan unos pabellones de estudios donde los tipos duerman y puedan salir a hacer pitutos: a repartir pizzas, a hacer aseo y volver a lo suyo.

-En lo personal, ¿cómo sientes que se interpreta lo que haces?

-Para los cien años del arte en Chile puse un cerro San Cristóbal, hecho con pelo humano y con la Virgen forrada en oro, en el Bellas Artes. Ese cerro representa para todos muchas cosas: es la dimensión más cercana al avión para ver la ciudad, es el lugar donde se lleva a los niños de paseo y, por otro lado, es el lugar del peregrinaje, de los enamorados y del asesinato. O sea, de la muerte por pasión. ¿Y sabes lo que dijo Milan Ivelic? Dijo que mi cerro era un árbol de pascua. ¿Has visto irreverencia más grande? Porque ¿cómo se le puede ocurrir a este hombre una cosa así? Quiere decir que no tiene conciencia de nada; ni de la pascua ni de lo que es una instalación y que para Navidad él a lo mejor llena su casa de pelos y que cuando piensa en una instalación ve un árbol de pascua.

CORAZÓN DE POLLO

-¿Cómo encuentras que está el país?

-Me da mucha pena. Durante la dictadura los chilenos dejaron de dormir bien porque en cualquier minuto les podían echar la puerta abajo a culatazos y hoy no duermen porque no tienen con qué pagar las tarjetas de crédito. Nunca un pueblo estuvo tan expuesto al embargo.

-¿Y en el ámbito artístico y cultural?

-En general me duele la falta de interés que tiene este país por sus artistas más importantes. No los afirman porque no hay capacidad de lectura para la complejidad, entonces el reconocimiento se reparte mal entre los más obvios y políticamente correctos. Es una vergüenza, además, que ningún museo se haya preocupado de hacer una colección con las obras que se hicieron aquí después del 73, lo que se llamó la Escena de avanzada, y que yo encuentro es lo más importante que se ha hecho en arte en Chile en los últimos años.

-¿Quieres decir que, para ti, es una desgracia haber nacido en Chile?

-No. La única razón por la que me he quedado aquí ha sido para seguir amándolo y odiándolo como nadie. Aquí está mi caja de pinturas, mi saco de reliquias y también la frustración que tengo bajo los pies por querer hacer algo en un lugar donde todo resbala.

-Pero, ¿por qué eres siempre tan dramático?

-Porque no soy "swiss made". A mí me duele la vida.

-¿Cómo es el corazón de Leppe?

-Como el de un pollo: pequeñito y graso, posible de ser arrebatado por cualquier mirada, en cualquier esquina. Soy un desollado, así es que si llego a encontrarme con otro desollado seguramente ese abrazo sería perpetuo.

-¿Cómo te resuena la palabra imaginación?

-A la imaginación le tengo tirria tal como le tengo tirria a todo lo que es esforzado, esmerado, trabajador, a eso de que "es un tipo que pone mucho de su parte". Son todas cosas reductoras de esta indescifrable palabra llamada talento.

-A ti te ha salvado, pero hay otros que sucumben.

-Pareciera que el talento excesivo siempre está muy cerca del rayarse, del abandono de la realidad. Pero también uno trabaja con eso. Por lo menos cuando uno habla de esos talentos gordotes.

-¿Eres un sobreviviente, entonces?

-De la "guerre", porque con la vida soy un poquito suicidón. Inevitablemente me pillo transitando a contramano. En todo.

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