Mamá a la deriva: de Venezuela a Chile




“2019. Maracaibo, Venezuela. Llevábamos una semana entera sin luz y el calor se hacía insostenible. No era la vida que quería para mis hijos. Necesitaba darles más, necesitaba salir de ahí. Tuvimos que sacar los colchones a la acera para agarrar aire y no podíamos tomar agua fría. Los saqueos se hacían cada vez más frecuentes y perdimos mucha comida por no tener cómo refrigerarla. Mis dos niños son mi vida entera; en ese momento Camila tenía cinco años y Samuel dos. Fue duro encontrarme en esta situación, más aún porque creciendo siempre tuve de todo y esto no era lo que quería darles. Me desperté un día y decidí partir.

Si me tuviera que describir en una palabra sería “valiente”. No es fácil tener que meter cuatro trapos y emprender de un día para otro uno de los viajes más desafiantes que he hecho en mi vida. Pasamos por diferentes países y superamos todo tipo de dificultades, hasta que, finalmente, llegamos a Chile. Lo que no sabíamos era que, lo más duro, recién estaba empezando.

Me vine con mi hermana, mis dos hijos y 800 dólares. Empezamos por Colombia, seguimos por Ecuador y luego Perú, donde me robaron 100. Solo pudimos pagar dos asientos en el bus que nos llevaría de Tacna a la frontera con Chile, por lo que tuvimos que ir con los niños en el regazo. Cuando aún faltaba una hora para llegar, nos bajaron y no quedó otra que seguir caminando. Íbamos sucios, cansados y tuvimos que dejar ropa en el camino. Nadie nos ayudó.

Cuando llegamos al control fronterizo nos sentamos a llorar. Se nos acercó una persona mandada por Dios y nos dio un abrazo junto a una botella de agua y una manzana para los niños. En un principio no nos querían dejar pasar porque no teníamos suficiente dinero, pero después la PDI se compadeció de nosotros y nos dieron un pase por tres meses. Una camioneta nos llevó al terminal, pero no nos alcanzaba para llegar a Santiago.

Conseguimos unos panes con carne tras intentar intercambiar nuestro teléfono por comida y nos sugirieron ir a Antofagasta para que fuera más económico. Una vez allá, una señora nos regaló leche, yogurt y galletas. Ya no teníamos dinero, por lo que mi hermana tuvo que pedir un adelanto de sueldo, y fue el chofer del bus quien nos sacó esa plata del cajero después de transferirle. Así es como 15 días después de empezar el viaje llegamos a Santiago.

Mi hermana mayor vivía acá hace dos años, por lo que nos quedamos con ella, su marido y sus hijos. Aquí se fue complicando la cosa, pero hay que reír para no llorar ¿no? Conseguir trabajo fue lo que más costó. En mi primer trabajo perdí dos uñas de tanto caminar y no me pagaron. Trabajé en todo lo que se me presentaba, en un restaurant de sushi, vendiendo perfumes, como nana y en una fábrica de ropa. Tuve que trabajar haciendo limpieza y soportando mucha humillación, pero uno aprende a soportar esas cosas. Hacía lo que fuera necesario para poder mejorar la vida de mis hijos. De mí dependía su futuro.

Cuando llegamos a Santiago, era Camila quien cuidaba a los niños. Mi hija siempre ha sido muy madura. Le dejábamos la comida lista y ella la calentaba y se la daba a su hermano y a mis sobrinos. Era un sufrimiento, teníamos miedo constante, pero así tocó. Gracias a Dios llegaron mis papás a principio de 2021 y se pudieron hacer cargo de sus nietos.

Poco a poco me empezó a gustar Chile. La tranquilidad, el cambio, pero después vino la pandemia. Perdí mi trabajo y quedé cesante por tres meses. Gracias a Dios los testigos de Jehová nos mandaban canastas de comida para cubrir nuestras necesidades. En octubre de 2020 conseguí trabajo como cuidadora de un adulto mayor, pero en mayo de 2021 murió. Quedé sin trabajo unos días, pero no podía permitirme no generar ingresos. No después de todo lo que habíamos pasado.

Al poco tiempo comencé con dos trabajos. Por un lado, haciendo turnos como cuidadora en diferentes clínicas y por el otro cuidaba a un niño de ocho años que tenía cáncer. Ocho meses después me metí a una compañía de cuidadoras en la que trabajé haciendo turnos y trabajos de limpieza. Fueron momentos duros, pero me recordaba constantemente que todo era por ellos, todo era por Camila y Samuel. Pasamos por todo tipo de viviendas, algunas más grandes, otras más chicas. Departamentos varios, piezas compartidas y, actualmente, casa. Nunca pensé que iba a poder salir adelante sola y mantener a cinco personas en mi casa; mis dos hijos y mis padres.

Desde febrero de 2022 que trabajo de forma permanente cuidando a una señora de 93 años los fines de semana. Después de hacer cálculos, me di cuenta de que lo que ganaba esos tres días era suficiente para cubrir las necesidades básicas de mi casa. Me desprendí mucho y no quiero volver a hacerlo. Sabía que mis hijos me necesitaban y mientras tengamos techo y comida, el resto lo regala Dios. Ahora puedo pasar más tiempo con ellos y dedicarles toda mi atención. Tenemos noches de películas, compramos golosinas y cocinamos postres.

Cuando llegué a Chile cambié mi forma de ser para mejor y puse los pies en la tierra. Algunas de mis amistades me dicen que cambié muchísimo, pero simplemente empecé a ver las cosas muchos más claras y a vivir más en el “mundo real”. No es fácil dejar todo, las comodidades, la familia. Hay momentos que pegan. Aquí realmente entendí el concepto de familia que antes no entendía. Mis hijos son mi centro y me emociona pensar que es Dios quien nos ha sostenido todo este tiempo y nos ayuda en los momentos más difíciles. No me pienso ir de Chile, aquí me quedo, mi lugar está acá”.

* Caren es Administradora de empresas/ cuidadora

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