Matías Rivas: Caldo de cabeza

MATIAS-RIVAS

Le gusta hablar y opinar tanto como leer y escribir. Su cabeza es como un rayo loco, que dispara innumerables ideas por minuto. Matías Rivas (44), el director de publicaciones de Ediciones UDP, ha sacado dos libros de su autoría en los últimos dos meses: el poemario Tragedias oportunas (Ediciones Tácitas) e Interrupciones (Hueders), una selección de sus columnas escritas en primera persona. Ahí se lee su voz más íntima y también sus rollos: el matrimonio, el sexo, la política, los recuerdos y los libros.




Paula 1200. Sábado 21 de mayo de 2016.

¿Por qué no hiciste un lanzamiento de tu libro de poesía?

Soy malazo para los lanzamientos. No creo en ellos. Es incorrecto que lo diga yo, que organizo lanzamientos de los libros que edito: pero son ceremonias hechas para los autores, que a nadie más le importan que al autor.

Pero tú eres el autor de ese libro de poesía.

Lo he observado. Se produce una cosa muy tensa y rara en los lanzamientos. El autor quiere que hablen de su libro y el público quiere que esto se acabe pronto para empezar a conversar y hacer vida social. Esa es la onda.

Pero es una forma de dar a conocer que sacaste un libro y de celebrar eso.

Me aburre la ceremonia. Además, es algo como viejo, muy de señor. Hoy las cosas circulan de otra manera: por Facebook, por las redes sociales. Ya con publicar un libro encuentro que es una visibilización muy grande del ego para que, además, te celebren por eso.

Matías Rivas, 44 años, licenciado en Literatura y Lingüística de la Católica, columnista de La Tercera y Capital, y director de publicaciones de Ediciones UDP, toma un café exprés y habla con énfasis. Lleva puesta una chaqueta de cuero y tiene el pelo desordenado. Si bien le encanta opinar de actualidad y política, esta vez la conversación gira sobre su propio verso, pese a que le carga llamarse a sí mismo poeta. Publicó su primer poemario en 1997: Aniversario y Otros poemas y reincidió en la poesía hace cuatro años con Un muerto equivocado, que fue muy celebrado. Ahora acaba de publicar su poemario Tragedias oportunas y, a fines de mayo, saldrá Interrupciones, una selección de las columnas que viene escribiendo en distintos medios desde hace 16 años.

Me gusta el título de tu libro de poesía: Tragedías oportunas. ¿Qué quieres expresar con él?

Es que está lleno de tragedias oportunas. Ponte tú, en el matrimonio, tema que toco en el libro, está lleno de pequeñas tragedias de la vida cotidiana que son buenas para sincerar cosas; que te pillen viendo una página porno y que le digas a tu mujer: "¿sabes, qué? siempre he visto porno". El conflicto es una oportunidad.

"Es terrible ser poeta. Es un personaje que en la clase alta y media es muy denostado (...) Siempre es un poco jodido porque te pueden agarrar para el hueveo. Te hacen bullying, pero es un bullying social".

Una oportunidad que mueve algo.

Claro. En la noche llora la guagua, la mujer se levanta; esos conflictos de los recién casados que hacen que toda la idea del matrimonio se les mueva en la cabeza. Las pequeñas tragedias que sumadas constituyen una gran tragedia: te pasan tres tragedias chicas en un día y no quieres salir más.

¿Qué tiene que pasarte para que sientas el impulso de escribir un poema?

Me encanta imitar de oído. Imitar las voces de otros: de una pareja, de una puta. Pero a veces esto viene de haber visto algo: un aviso también puede ser inspirador. Buscar la inspiración afuera, en cosas que son parte del mundo pop, popular. Yo encuentro, por ejemplo, que el "Cara de Cuica" es el medio poema. El discurso. Si no se hubiera hecho famoso, lo habría agarrado, le habría metido tijera y con el tono de esa mujer habría armado un poema.

O sea que tú vas agarrando frasesitas que escuchas por ahí.

Sí, agarro frases, voy robando, lleno entremedio y me queda una especie de pastiche: la obra gruesa. Entonces afino el oído y empiezo a sacar o a poner palabras. Ahí se empieza a armar la oralidad y queda a medias entre oral y escrito.

¿Lees en voz alta los poemas?

Los poemas tienes que leerlos en voz alta para que no se te tropiece la lengua. Me preocupa mucho armar las frases de manera que no le maten el ritmo al otro; que no haya una coma rara que le mató la pasión.

¿Desde qué edad escribes poesía?

Desde chico. Cuando salí del colegio en la revista del colegio salen unos poemas míos. Esas vergüenzas. Es terrible ser poeta.

¿Por qué es terrible ser poeta?

Es un personaje que en la clase alta y media es muy denostado. En cambio en la clase baja es muy querido. En el programa Morandé con Compañía tienen un personaje que es el poeta y es medio tontito.

Ya, pero en tu caso, ¿por qué lo sentiste como terrible?

Siempre es un poco jodido porque te pueden agarrar para el hueveo. Te hacen bullying, pero es un bullying social. Pero como uno en la vida no vive siempre en el mismo lugar, aprendí rápidamente que los poetas son el único personaje respetado por la clase popular: porque el narrador, al igual que el periodista, es un soplón. En cambio el único viable como artista es el poeta. Porque en Chile tenemos poetas muy famosos. Nicanor Parra es más famoso que Roberto Matta o que cualquier rockstar en la clase popular.

Pero tú cuando te presentas, ¿dices que eres poeta?

No, ¡jamás! Es algo que te tienen que decir a ti, no es algo que te puedes creer. Nunca.

DESCLASADO

Tu libro Interrupciones, que recopila tus columnas, puede leerse como un continuo, como una bitácora de vida también.

Claro, como un diario de vida.

Vas contando cosas de tu vida en relación a las lecturas.

Me cuesta hablar de libros que no tengo internalizados. Libros que no han pasado por mi cuerpo. Y por eso van saliendo en las columnas cosas mías: que quiero hibernar, que tengo gripe, que el calor me molesta. El punto es que, en un minuto en la vida, metí la primera persona en las columnas; empecé a hablar desde mí. Este libro reúne solo textos escritos así, porque había acumulado mucho: cuando se los pasé a la editorial eran 500 textos.

Algo gigantesco.

Tremendo. Me dio una depresión, una sensación de vejez tremenda. Darme cuenta que yo había hecho esto toda mi vida. Y lo sigo haciendo. Sigo escribiendo.

Ahí cuentas que en el Verbo Divino te hacían bullying porque te encontraban raro.

Más que por raro, fue por razones políticas. Me tocó la época del plebiscito; toda esa generación. Por ejemplo, gallos que hoy son diputados vi cómo actuaban en el colegio; el diputado Gonzalo Fuenzalida, que es de la UDI, era muy pinochetista y hoy es defensor del control preventivo de identidad. Me acuerdo de muchos personajes: los Monckeberg.

¿Cómo te defendías en ese mundo donde la mayoría pensaba de otra manera?

Era buen alumno y bueno para los deportes y con eso salvaba. Los bibliotecarios y los profesores empezaron a ser mis interlocutores porque en gran parte el profesorado del Verbo Divino, hace 30 años atrás, era de oposición al gobierno.

Es decir, tenías más afinidad con tus profesores que con tus compañeros.

A ellos les parecía horrible que me rayaran el banco con un cincel alumnos que andaban con banderas nazi amarradas al cuello y decían que había que matar comunistas. Y eso ahora a todos se les olvidó. Yo veía a mis compañeros de ese tiempo ir a celebrar el cumpleaños de Pinochet o ir a la caravana del Sí. Era un carrete. Bueno, aprendí a sobrevivir ahí. Y después llegué a la universidad a estudiar Literatura y me pasó que era el cuico.

Un desclasado. No encajabas en ninguno de los dos lados.

El día que ganó el No, yo vivía en la calle Málaga, e iba pasando la caravana del No. Yo sentí que tenía la posibilidad de ir a celebrar. Me acerqué. Y caché que no tenía ni una posibilidad de celebrar con ellos: me miraron con muy mala cara.

Porque tenías pinta de cuico.

Seguramente estaba vestido de una manera cuica. Entonces me corretearon: me tuve que ir corriendo a mi casa. Pero en todo caso, no tengo un trauma por eso.

¿Dejaste de relacionarte con esa clase de la que vienes?

Sí. Totalmente.

Te moviste socialmente.

Entré a la universidad y era otro mundo. El Pato Fernández era compañero de universidad. Pero a los del colegio no los vi más; salvo a algunos. No tengo mala onda ni nada. Más bien desinterés.

¿Cómo empezó tu pulsión por leer?

Porque mi papá, cuando yo era muy niño, tenía relación con la lectura y una vez me dijo: "¿sabís qué? Si no tienes promedio sobre 6,0 vas a leer un libro cada dos días". Yo era chico; estaba en básica. Y, como no tuve promedio sobre 6,0, leí como 15 libros en un mes. Después no paré más de leer.

¿En tu casa habían hartos libros?

Había biblioteca. A mi papá y a mi mamá les interesaba el arte. Por mi casa desfilaba cierto mundo cultural. Yo sabía quién era Enrique Lihn; tenía una persona a quien preguntarle esas cosas. Además, mi papá en un momento dejó de trabajar y trabajaba en la casa; hacía grabados.

¿Tu papá era artista?

Claro, en un momento tenía una máquina de imprimir dentro de la casa y, además, tenía el pelo largo. Creo que eso debe haber sido curioso entonces, porque todo era tan uniformado. Como a los 13 años yo sabía que mis papás eran de vanguardia, personajes que no coincidían con los horarios ni con el esquema de los otros papás. Igual todo esto en un barrio formal: en Presidente Errázuriz.

Cierto. Era muy contradictorio.

Me acostumbré a vivir entre contradicciones permanentes.

¿Cuáles serían hoy esas contradicciones?

En general no las veo como contradicciones, sino como digreciones que se van juntando la una a la otra. No creo en las grandes estructuras o en la coherencia. No me interesa. Cada vez me interesa más lo que está conectado con el delirio creativo o la gente inspirada que hace cosas. Si voy a Lastarria, por ejemplo, voy a ver qué hay en el Mavi y si hay un restorán o un café raro, también paso a conocerlo. Tengo curiosidad. Soy curioso de la gente creativa.

"Me interesa escribir de sexo porque son súper cartuchos los poemas en Chile, donde todo es con amor, nunca hay infidelidad, las mujeres son muy buenas (…)A mí me interesa el desenfreno".

LA DIMENSIÓN ANIMAL

Hay varias páginas de tu poemario dedicadas al deseo y al sexo. ¿Por qué te interesa escribir de eso?

Me interesa escribir de sexo porque son súper cartuchos los poemas en Chile, donde todo es con amor, nunca hay infidelidad, las mujeres son muy buenas. Además, tengo mucha facilidad para imitar.

¿Y a quién estás imitando en estos poemas?

A Catulo, Horacio, Marcial (poetas latinos del siglo I a.C). Hay una tradición de escribir como ellos; en la historia de la humanidad todos imitan a esos escritores. Es una forma de reinterpretar una tradición, de contar estos dramas amorosos con palabras de hoy. Así se arma esta historia en que los poemas están llenos de amor, odio, traiciones.

Y donde hay siervas y esclavos…

Claro. A mí me interesa el desenfreno y creo que nos cuesta relacionarnos literariamente con el desenfreno. Porque la locura de la pasión no tiene fecha límite: le puede pasar a un viejo con una jovencita o con una vieja también; o a un matrimonio que entra en la pasión.

Llevas 15 años casado. Eso es como la antítesis del poeta maldito.

Y llevo 14 en el mismo lugar de trabajo. Soy súper estable. Lo que pasa es que soy conservador. Me gustan las reglas porque me gusta traspasarlas. A ver: soy poco hippy. Puedo ser desordenado, tener otro orden. Ser neurótico. Pero no soy relajado.

Le dedicas tu libro de poemas a tu mujer.

A la única a quien puedo dedicarle el libro es a la Yael, es la única que comprende todo mi caldo de cabeza. Es difícil hacer estas cosas cuando no tienes un soporte.

¿En qué sentido?

Porque tengo una mujer que me soporta. Porque mi hijo no tiene un papá muy convencional. Y nadie se hace problema con eso. Cuando hablo de soporte, me refiero a lo estrictamente de la casa: para que salgan tus demonios con mayor fluidez tienes que tener estabilidad. El demonio solo existe si existe el cielo. Para contar algo terrible del matrimonio tienes que estar en un matrimonio fantástico.

Porque si no te cuesta el matrimonio.

Exacto. Que entienda que los poemas no hablan de mí o de ella.

¿Pero eso fue tema? Se pueden leer como algo autobiográfico.

Nunca ha sido tema porque con la Yael hemos conversado antes de que las cosas pasen. Nos conocemos hace tanto: trabajamos juntos, ella me vio haciendo el horóscopo.

¿Tú escribías el horóscopo?

Hace años, en un medio de internet, escribía el horóscopo y críticas de televisión.

O sea, desde entonces tu mujer te sacó la foto.

Claro. Además, nunca he sido un tipo que no vaya a hablar de ciertas cosas, no tengo este cuento de la corrección. Igual me cuesta porque públicamente el mundo es muy correcto. Yo creo que parte de la rabia que hay en Chile es porque la gente está reprimida y eso sale por otra parte. Al final somos todos animales. A mí me interesa la dimensión animal del ser humano.

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