"Nuestra casa era el lugar en el que estábamos juntos y a salvo, sin importar dónde". La casa en que crecí: Francisca Yáñez

Infancia Francisca Yáñez



Como vivimos buena parte de mi infancia en el exilio, no tuve una sola casa, sino que muchas casas en países, ciudades, pueblos y barrios distintos. Eso ha forjado a la persona que soy hoy. Nací en los años de la Unidad Popular y por esa época mi papá trabajaba en agronomía, junto con mi mamá habían decidido a hacer su labor en la vida a la zona rural de Talagante. Teníamos una casa allá, bien de campo, con patio delantero, patio trasero y dos perros. Cuando vino el Golpe yo tenía dos años, mi papá cayó preso inmediatamente y en enero de 1974 nos fuimos con él a Alemania.

Llegamos a Dortmund, que era una zona obrera, a un centro de acogida donde jóvenes alemanes voluntarios nos recibieron y solidarizaron con nosotros. Una pareja les dijo a mis papás que no podíamos quedarnos en el centro de acogida. Era invierno y los niños nos podíamos enfermar, así que nos llevaron con ellos a su casa. En la casa de esta pareja vivíamos en el dormitorio principal y ellos dormían en el living. Estuvimos así por varios meses y a ellos hoy los considero como de mi familia.

El año 1975 mi papá decidió volver clandestino a Chile, con la idea de derrocar la Dictadura y nosotros con mi mamá nos fuimos detrás, en otro vuelo. Aquí yo y mi hermano fuimos a parar a Freirina un pueblo muy chiquitito en el Norte Chico, donde vivía mi abuela materna. Ella tenía un huerto y cerca corría un río. Recuerdo que el olor de la naturaleza era muy distinto al olor industrial y minero de Dortmund. Y eso me impresionó mucho.

Años después nos trasladamos a la casa de una tía en Vitacura, en Santiago. Teníamos que movernos mucho por seguridad, así que al poco tiempo nos volvimos a cambiar, esta vez donde una tía abuela en La Reina. Siempre nos movíamos con mi hermano, de hecho hay pocas fotos de infancia en las que salgo sola, en casi todas aparezco con él, éramos súper confidentes y me cuidaba harto. Como el proyecto de mi papá de derrocar la dictadura fracasó, él tuvo que salir corriendo por tierra a Argentina. Nosotros con mi mamá y mi hermano llegamos un tiempo después a Buenos Aires pretendiendo ser turistas.

Vivíamos en un hotel donde simulábamos estar de vacaciones y después, cuando se nos empezó a agotar el financiamiento empezábamos a pasar de casa en casa. Argentinos a los que no conocíamos nos llevaban de una locación a otra sin hacer preguntas. No íbamos al colegio ni nada. Al poco tiempo después de llegar a Argentina, mis papás consiguieron un segundo contacto en Alemania y partimos una noche de Navidad en avión a la República Democrática Alemana. Recuerdo que llegamos a Berlín y estaba nevando.

En la RDA vivíamos en Cottbus, al noreste de Alemania. Ahí teníamos un departamento completamente amoblado dentro de un gran bloque residencial. Con mi hermano teníamos una pieza con camarote y lo pasábamos bastante bien: el complejo de edificios estaba pensado para los niños, vivíamos frente a la plaza y al lado del centro de juegos. Nos movíamos a pie o en bicicleta, todo era cerca y teníamos una vida de niños bien independientes. Todos andábamos con las llaves de nuestras casas colgando al cuello y nos movíamos solos. Hacíamos lo que queríamos.

A los diez años ya había vivido en más casas de las que puedo recordar. No importaba dónde estuviéramos mi mamá siempre se la arreglaba para hacernos sentir cómodos. Ella sacaba una mantita, conseguía flores, inventaba un ambiente y decía: acá nos vamos a quedar hoy. Para mí donde están los que te quieren y te cuidan, ahí es tu hogar Ahora como adulta me doy cuenta que, como niña, me empecé a sobre-adaptar al cambio como una forma de supervivencia y el tema del arraigo es un tema de vida. Mis casas actuales son súper funcionales, es decir, tengo pocas cosas, las podría cerrar y me podría ir cualquier día, pero al mismo tiempo son súper acogedoras.

Ahora trabajo en un proyecto con niños migrantes con los que tengo una forma de vida en común. Aunque las circunstancias son distintas, la historia del desplazamiento es la misma, sin importar en qué lugar del mundo: los niños que crecimos cambiándonos de casa tenemos muy claro lo que tenemos que llevarnos con nosotros cuando nos mudamos porque vimos a nuestros papás vivir así. Recuerdo que los míos siempre llevaban consigo un diccionario español-alemán y un libro de las obras completas de Neruda. Todavía lo tienen.

Yo traía siempre conmigo en mi maleta una colección de figuras de papel, con ángeles, niñas, flores, todas imágenes bien rococó y tengo muy grabada la segunda vez que nos fuimos de Chile. Estábamos muy tensos subiendo la escalera al avión, rodeados de militares apuntándonos con escopetas y de pronto se me abrió la maleta. Mis figuritas salieron volando por toda la pista del aeropuerto. Yo pensé que mi papás me iban a retar porque estaba llamando la atención cuando teníamos que pasar piola, pero en vez de eso, bajaron por la escalera y recuerdo haberlos visto de rodillas en la loza recogiéndome las figuras de papel. Si lo pienso ahora, mi corazón y mis recuerdos no están vinculados a un espacio físico particular, sino que a esos fugaces momentos en que me sentí segura, yo y mi familia.

Francisca Yáñez (47) es ilustradora y artista visual. En redes es @franilustradora.

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