Pedro Montes, el coleccionista

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El abogado Pedro Montes (45), dueño de la galería Departamento 21, construyó de modo autodidacta una colección con más de 400 piezas de arte y poesía producidas desde los años 70, sobre todo en dictadura. Son obras críticas, que inauguraron el arte chileno conceptual y que siguen resultando incómodas y poco comerciales. Lo suyo es una apuesta a todo riesgo por lo que, asegura, "es lo mejor de la historia de Chile".




Paula 1205. Sábado 30 de julio de 2016

No tiene Facebook y es reacio a los eventos sociales, porque a las siete de la tarde prefiere estar en su casa de Vitacura, con su mujer y sus 3 hijos. Ex alumno del colegio Verbo Divino (donde conoció al escritor y editor Matías Rivas, que hoy es uno de sus interlocutores cercanos), egresó de Derecho de la Universidad Católica (aunque casi no ejerció esa profesión) y hoy se gana la vida, de 09:00 a 13:30 en una empresa familiar inmobiliaria. Pero en las tardes se dedica a los quehaceres de Departamento 21, su galería y editorial de arte, donde acaba de realizar un homenaje a Carlos Leppe, uno de los artistas que colecciona; la retrospectiva incluyó pinturas, fotografías y videos de sus performances más radicales, realizadas entre los 70 y 80.

Por debajo y por encima de cualquier perfil profesional, la pasión de Pedro Montes es el coleccionismo. Comenzó de adolescente juntando monedas, estampillas y trofeos afines. Siguió recolectando documentos de la Independencia nacional (le fascinaba José Miguel Carrera) y armas de guerra de la época. "En Franklin me compré una escopeta inglesa tower, de inicios de 1800. Todavía la tengo, pesa kilos", cuenta.

En ferias, remates y librerías de viejo, trajinando y buscando, comenzó a encontrarse con cantidad de documentos y descubrió primeras ediciones y manuscritos que han marcado la vanguardia de la poesía chilena. Adquirió los libros originales de autores como Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Jorge Tellier y Enrique Lihn, quienes también desarrollaron propuestas visuales. A partir del contacto con estos poetas y sus vidas, Pedro Montes se vinculó con obras de artistas visuales que fueron sus amigos y compartieron imaginarios y referentes, enfocándose en el periodo que comienza en los 70 y, sobre todo, en la escena de arte que se produjo durante la dictadura. Juan Downey, Eugenio Dittborn, Carlos Leppe, Pedro Lemebel y Claudio Bertoni son artistas que ha seguido y adquirido sistemáticamente desde 2004, con la atención y el rigor de un investigador secreto.

La poesía y el arte visual es lo que ahora consolidó en una colección que reúne más de 400 piezas, incluidas fotografías, catálogos, recortes de prensa de época, etc. "Una de las cosas que más valoro son las obras visuales de Juan Luis Martínez. Para mí son piezas clave, la mezcla perfecta entre poesía y arte", dice Montes. También tiene obras tempranas de Dittborn, Downey y Catalina Parra, que pocos conocen. El año pasado mostró parte de su colección de cuadros en el Museo de Artes Visuales (Mavi), concitando gran interés de críticos, curadores, artistas y público en general. Ahora, el nuevo Centro Nacional de Arte Contemporáneo le ha pedido resguardar y poner a disposición del público masivo este material que ya se considera patrimonio. De hecho, para su inauguración en septiembre, se exhibirán varias piezas de Montes.

Cápsula de tiempo

Hace ocho años Montes fundó Departamento 21 y rápidamente comenzó a sonar como un coleccionista serio y comprometido dentro del medio del arte chileno. Su sede de operaciones es, en efecto, un departamento de su propiedad, emplazado en la esquina de Lyon con Providencia. Allí, en ese espacio poco convencional, ha ido construyendo lo que él llama "mi pequeño holding". Por un lado, realiza exhibiciones con artistas de su colección, incorporando también a autores jóvenes que le interesan. Por otro, trabaja en la consolidación e internacionalización de obras como las de Lemebel y Leppe, con quienes tuvo un estrecho vínculo. Además, tiene una editorial de libros de arte (que ha realizado libros de Paz Errázuriz y Claudio Bertoni) y otra que se dedica exclusivamente a poesía, llamada Pequeño Dios, que ha sacado más de 40 títulos.

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Eugenio Dittborn. Óleo sobre tela, 1975

Departamento 21 partió siendo una galería comercial, pero ahora dejaste de vender obras. ¿Por qué?

La galería partió en 2008, cuando se hablaba del "nuevo galerismo" chileno y se habían lanzado un montón de espacios nuevos. Se decía que el coleccionismo estaba activado, había un entusiasmo alrededor del arte. Y yo dije: "Mira qué interesante", porque parecía ser cierto. Pero a poco andar me di cuenta de que no había coleccionismo ni gente, que no tenía ventas reales. Era un voladero de luces que activaba un seudocoleccionismo. Hasta hoy, no ha cambiado demasiado. Así es que yo ahora hago un trabajo cultural: invierto y apuesto por algo que aún no es valorado comercialmente.

¿Los galeristas no venden?

Hay que distinguir, porque hay artistas y artistas. Si vendes una carpeta de Vasarely, vas a ganar plata. Pero yo no quiero posicionar a Vasarely en el mercado chileno, no me interesa que un amigo tenga un grabado de Vasarely en su casa. Me interesa que llegue a tener un Leppe o un Dittborn. A eso voy. No hay mercado para lo que a mí me interesa. En ese tiempo, yo compraba un Dittborn y les decía a mis amigos que compraran, que era algo apasionante y ellos decían "¿Y qué es eso?, ¿cuánto te costó?, ¿pagaste tanto por eso?, ¿creís que va a valer más en el futuro?". No entendían mi opción, era como un delirio. Recién ahora se entiende un poco. Pero yo estoy seguro de que los artistas que he ido coleccionando son los mejores de la historia de Chile, sin duda alguna.

Pero no son del gusto de las elites económicas chilenas.

Los de la elite económica han gastado mucha plata en mala pintura.

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Eugenio Dittborn. Grabado, 1983.

Lo cierto es que un día les dijiste a los artistas de la galería "yo los expongo, pero no los vendo".

Seguí como un espacio más cultural. No selecciono a los artistas pensando quién está vendiendo, sino quién es el mejor. Y es lo mismo a la hora de comprar una obra.

Podrías gastar la plata en cruceros por el Caribe…

O en autos de carrera.

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Gonzalo Díaz. Técnica mixta, 1985.

En tu colección, además de cuadros y libros, hay muchas fotografías, papeles, archivos, catálogos, afiches, recortes de prensa. No es algo meramente visual, ni mucho menos decorativo.

Exacto. A mí lo que me interesa son las relaciones entre las piezas, es el mundo que se va configurando entre ellas. Ahora compro muchas cosas porque se relacionan con otras que tengo. Al final, cada pieza, es un punto de conexión entre artistas, poetas y momentos históricos. Tengo mucho arte en blanco y negro, que no es lindo, hay muchos feos, feos. No tengo nada puesto en mi casa, excepto un Dittborn, pero igual es duro.

"Compraba una Dittborn y les decía a mis amigos que compraran, que era algo apasionante y ellos decían '¿Y qué es eso? , ¿Cuánto te costó?, ¿Pagaste tanto por eso?'. No entendían mi opción. Era como un delirio."

¿Cómo hiciste el click de conexión entre poesía y artes visuales?

Partí por Huidobro y eso me llevó a todo el mundo de artistas que lo rodeaban. Me di cuenta de que en esa época había una conexión muy real entre poetas y artistas de Chile y Europa y, además, se juntaban con músicos, cineastas. Todos se mezclaban y todos, además, eran coleccionistas. Creo que esa es la sensiblidad que comparto. Es como un sistema cultural, de ideas e imágenes, que acá también se dio en los 70. A los 15 años ya me encontraba con papeles, revistas, documentos de la producción artística de la dictadura, pero no los entendía. Mi hermano me regaló la primera edición de La nueva novela, de Juan Luis Martínez, y no la entendí. Pasó tiempo para que me diera cuenta de que había existido un sistema bien armado de filósofos, poetas, escritores, artistas visuales, videístas, cineastas. Que todo estaba mezclado. Y muchos están vigentes y produciendo cosas interesantes, pero no es lo que se ve en el mercado.

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Juan Luis Martínez, grabado, 1985.

Lo descubriste ex post.

Claro. Lo mismo con la pintura. De chico, en los 90, sabía de artistas como Bororo, Benmayor, Cienfuegos, Benito Rojo. Fueron los más difundidos en los inicios de la transición, porque hubo políticos de la Concertación que los hicieron más visibles, vendibles y accesibles. Pero ya mayor, hace unos 12 años, me encontré con las obras de Dittborn, Gonzalo Díaz, Juan Downey, que eran anteriores. Y ahí se me armó.

Cuando ahora miras la colección que has ido armando, ¿qué ves?

Es una cápsula del tiempo. Ahí están encapsulados 20 años de la historia de Chile.

Exitismo versus calidad

¿Cómo te sientes respecto de los otros galeristas chilenos?

Yo armé un pequeño mundo. Me he negado mil veces a ser parte de AGAC (Asociación de Galerías de Arte Contemporáneo) porque para mí es perder el tiempo. A mí no me interesa que el arte chileno tenga éxito en una feria de Miami. A mí me interesa poner en valor y legitimar a los artistas que colecciono y que me importan.

¿Y cómo te sientes respecto al medio del arte?

Me siento totalmente nada que ver. Yo hago curaduría, soy galerista, editor, hago también mi propio trabajo personal como artista. Junto una cantidad de cosas que me hacen tener un perfil raro, difícil de clasificar.

¿Estás haciendo obra?

Sí. Me metí ahora al taller de Dittborn, donde ya estuve antes. Estoy desarrollando un trabajo personal, pero no tengo apuro de mostrar.

"Los de la elite económica han gastado mucha plata en mala pintura", dice Montes, quien también asegura: "(hoy en Chile) es difícil encontrar a un buen artista. (...)El exitismo atenta contra la calidad de la obra".

¿Y quién es tu interlocutor más cercano?

Con Sergio Parra (de Metales Pesados) trabajo mucho. Lo que le gusta a Parra me gusta a mí y viceversa. Nos entendemos perfectamente.

Tú tienes un estilo clásico. Pero has tenido interlocución y amistad con gente bien distinta a ti, como Leppe, como Lemebel…

Vengo de Derecho en la Católica, esa es mi formación. Y me gané la confianza de Leppe, me gané la confianza de Lemebel. Siempre me entretuvo su onda y me he relacionado desde intereses comunes, no desde un estilo de vida compartido. Eso me da lo mismo. Entro y salgo sin problema.

¿Qué piensas del arte que se está produciendo actualmente?

Pasó lo que pasó. Después de la dictadura vino la transición y se esperaba una explosión de las artes, pero pasó lo contrario. Creo que los procesos artísticos y culturales importantes se dan en época de crisis.

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Juan Downey. Técnica mixta, 1982.

¿La transición fue un acomodamiento infértil?

Eso creo, y cada vez es peor. La comodidad sumada a la globalización, a la ansiedad de los artistas de ser vistos, de vender, de ser famosos. Eso contrasta con los artistas que colecciono: gente que ha trabajado mucho, que nunca se dedicaron a promocionarse ni a vender obras. Ahora veo ansiedad, poca paciencia y disciplina. El 95% de los artistas fracasan y le echan la culpa al mercado. Pero si fracasan es porque son malos artistas. Es difícil encontrar a un buen artista, son realmente pocos. El exitismo atenta contra la calidad de la obra, contra el tipo metido en su taller concentrado en su obra, metido en sí mismo, pensando en la realidad y en la contingencia, en vez de pensar en un mercado que, además, es inexistente en Chile.

Ahora veo que muchos que van entre el lobby y el carrete.

No tienen ni taller. Puro lobby y puro copiar lo que están haciendo los artistas exitosos, los que la llevan. Si un exitoso hace un libro de este porte, hay que hacerlo igual. Copy-paste.

El diagnóstico no es muy optimista.

No. Me gustaría que de a poco se pusiera en valor lo que pasó antes, en los 70, en los 80 y que hubiese un análisis de eso. Me encantaría que tanto el país como el resto del mundo no tuvieran dudas de que ese es un periodo importante del arte chileno, que es patrimonio, que hay que investigarlo, estudiarlo bien. En el arte se ha perdido mucho tiempo y se ha descuidado a los artistas. ¿Por qué no hemos tenido en 40 años una retrospectiva de Dittborn? Acá hay un embudo. Si los grandes nombres no aparecen en Chile y no salen al mundo, si no se instalan como los referentes que son, es imposible que los jóvenes hagan buenas obras. Hay primero que conocer y digerir lo que ha sido clave. Tenemos muchas deudas en ese sentido. La institucionalidad cultural no ha funcionado.

¿Por qué crees que ha pasado eso?

Es una mezcla de factores: gestión, financiamiento, poca demanda. No se ha generado un público. Por ejemplo, cuando hay paro, se cierra el museo y a nadie le importa. No hay

una protesta de 20 personas pidiendo que se abra.

¿Qué piensas de la polémica que ha suscitado la creación del Centro Nacional de Arte Contemporáneo en Cerrillos? Directores de museos han alegado que se inviertan sumas millonarias en una nueva institución siendo que los museos existentes apenas se financian…

Creo que el proyecto tiene que seguir adelante. No puede entrar a compararse con los museos existentes. Es una institución nueva, netamente estatal, dedicada a arte contemporáneo. Como patrimonio el arte contemporáneo chileno no está en ninguna parte: ni en el Bellas Artes ni en el Museo de Arte Contemporáneo, MAC. Las mejores obras de la colección del MAC son de los años 40. Cero contemporáneo.

¿Y qué te parece la idea de mejorar los museos que ya están? ¿De meterles más plata para que puedan adquirir, conservar y gestionar obras buenas más recientes?

A estas alturas, no vale la pena arreglar el auto, hay que cambiarlo. Lo otro sería un parche.

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