Renacer de las cenizas: vivir tras la muerte de mi hijo




“Siempre quise ser mamá, y desde que conocí a mi marido, supe que con el formaría una familia. Tuvimos tres hijos: Susanne, Camilo y Juan José, que vive en el cielo. Todavía recuerdo ese calorcito de la Susanne cuando me la pusieron en el pecho la primera vez ¡Era tan chiquitita! O esa mirada del Juanjo…qué lindos eran sus ojitos. La llegada de mi Camilo, el más chiquitito, también fue mágica. Tenía tantas ganas de tenerlo. Sólo las que somos mamás entendemos lo inolvidable que es ese momento, cuando agarramos a nuestras guaguas por primera vez.

En 2008 tuvimos que enfrentarnos como familia al terrible diagnóstico de Juanjo: tenía cáncer, linfoma de no hodking. Hasta antes de eso, mi hijo se sentía pleno. Recién se había ido a vivir con su polola, tenía tan solo 26 años y una vida por delante. Un día se me acercó y me dijo: `Mama, estoy tan contento con la Paula, lo tenemos todo`, pero en realidad le faltaba lo más importante: la salud.

Aunque después de la muerte de un hijo se puede aprender a vivir con el dolor, esa cicatriz, al menor roce, duele.

Lo acompañé en todo su proceso. Al principio le hicieron quimioterapias ambulatorias, pero después ya tuvieron que hospitalizarlo. Se estaba tratando en una clínica del sector oriente y yo prácticamente me fui a vivir para allá; me iba los domingos en la noche y me devolvía los viernes, cuando llegaba su polola a cuidarlo. Cuando Juanjo enfermó, lo volví a acunar. Hay una etapa de nuestros hijos en que los papas sobramos porque están llenos de amigos y panoramas, pero en esta época volvió a ser mi guaguita, le miraba sus ojitos, le hacía cariño.

Además de las quimioterapias, Juanjo necesitaba trasplante de células madres. Para pagar todo eso teníamos que reunir como 200 millones de pesos así que hice unas cartas con fotos de Juanjo para pedir plata. Trataba de entregárselas a los autos, también se las intenté mandar a famosos, pero no pasó nada, no funcionó.

El cáncer fue muy agresivo. En octubre de 2011 Juanjo decidió partir, ya estaba cansado… muy cansado. En ese momento sentí que perdía la maternidad, era como quedar con los brazos vacíos. Y aunque después de la muerte de un hijo se puede aprender a vivir con el dolor, esa cicatriz, al menor roce, duele. Es difícil volver a insertarse en el mundo, uno se siente culpable de volver a amar, de volver a ser feliz. Cuesta admitirlo, pero yo hasta sentía rabia y envidia cuando veía a jóvenes riéndose en las calles o plazas, porque sentía que Juanjo podría haber estado ahí.

Cuando escribí mi libro en 2020, fue como una terapia de sanación. Trabajé mucho tiempo como tens en un hospital, pero me mandaron a mi casa en pandemia debido a mi edad. Estaba acostumbrada a levantarme temprano, así que me desvelaba y me empezaron a invadir sentimientos de pena y angustia. Ahí empecé a escribir, a escribir mucho. Más de una vez me desperté a las tres o cuatro de la mañana con nuevas ideas para agregar, cosas felices y cosas tristes. Con este libro encarcelé todo lo malo y liberé los momentos felices que tuve con mi hijo. Un día una persona lo leyó y me dijo que estaba muy bonito, tristemente bonito. `Desde el Corazón` es un libro que nació de ese dolor, de esa cicatriz. Y aunque a veces las lágrimas me nublaban los ojos y no me dejaban escribir, sabía que necesitaba resetearme, necesitaba volver a estar bien”.

Guadalupe tiene 64 años.

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