Sentirse merecedor de amor: “No puse límites para no perderla”




Cuando Juan Carlos (26) llevaba un año relacionándose exclusivamente con su pareja, quien, aunque no quería pololear, había acordado exclusividad sexual y afectiva con él, una amiga de ella le contó un gran secreto: le había estado siendo infiel por meses, y con su ex. “Me sentí muy mal. Me sentí traicionado y no por la infidelidad, sino que por la mentira. Me da lo mismo que se haya besado con alguien o que se haya juntado con su ex, era el hecho de haberme mentido por tanto tiempo, cuando lo podíamos haber conversado”, dice.

“Si de verdad me hubiera sentido merecedor de amor, a lo mejor me hubiese ido mucho antes de ahí”

“Cuando nos conocimos con mi ex conversamos sobre cómo veíamos las relaciones. Los dos estábamos en la misma onda de “monogamia o nada” y estuvimos de acuerdo en que queríamos exclusividad. Antes de empezar a encariñarnos me dijo que en ese momento de su vida necesitaba sanar de una relación muy tóxica de la que había salido hace poco y que, por eso, no quería pololear. Aunque lo entendí, me dolió no poder estar con ella en una relación más seria. Al menos seríamos exclusivos.

A penas supe de la infidelidad la enfrenté y lo reconoció. Me dijo que era verdad, pero también aseguró que había sido el año pasado y que este año había estado solo conmigo. Se deshizo en disculpas y la perdoné porque sentí que lo estaba intentando y que yo le importaba. Pero se había quebrado la confianza. Además de estar muy enojado, obviamente empecé a desconfiar de ella.

Por esa misma desconfianza, cuando volvimos le pregunté si es que había estado con el ex en el último tiempo y me re juró que no. Incluso me ofreció su teléfono para que lo revisara, pero yo nunca quise entrar en esa dinámica. Unos días después mientras estábamos en mi casa, hizo una transacción bancaria desde mi computador. Quedaron guardados sus datos y en una corazonada me metí a ver sus transacciones. Nunca había hecho algo así y no me enorgullezco, para nada. Pero al hacerlo vi que tenía un depósito reciente para pagar un hotel al que había ido con el ex. En esa fecha todavía no habíamos vuelto, pero significaba que me había mentido de nuevo.

No entendía cómo, si conectábamos de tantas formas, me engañaba y me mentía. Y me engañaba con su ex, que la trataba mal, abusaba de ella y claramente era una mala persona. A la conclusión a la que llegué en ese momento es que algo de nuestra sexualidad no la satisfacía y que era por eso que me era infiel una y otra vez. Esto me afectó de una manera súper personal. Me insegurizó respecto a cómo era yo en lo sexual. Tanto así, que desde que terminamos, aunque he estado en citas, ralentizo las cosas para que no ocurra nada sexual entre nosotros. No estoy con la misma confianza y por el momento, no me apetece.

Si de verdad me hubiera sentido valioso y merecedor de amor, a lo mejor me hubiese ido mucho antes de ahí. Me costó salir porque cuando me daba cuenta de cómo me pasaba a llevar, no quería aceptarlo y no decía nada para no perderla. Estas transgresiones me han hecho bastante mal y me doy cuenta porque desde la conozco, si es que estoy mal, es por estar lidiando temas que la involucren. No hay otra cosa en mi vida que me genere una ansiedad e inseguridad tan terribles como sentirme insuficiente, como si yo tuviera la culpa de que me fuera infiel.

Cuando recién terminé sentí mucha pena y remordimiento. Pero ahora, que ya ha pasado un tiempo, me he sentido más libre. Finalmente tomé una decisión propia y definitiva, que fue no volver a recaer repitiendo lo mismo una y otra vez. Estuve mucho rato queriendo terminar, pero volvía a recaer. Como me trataba bien y era buena conmigo, siempre vi lo bueno en ella y eso hacía que de nuevo volviera a caer en el ciclo a perdonarle las mentiras. Era como una droga”, asegura Juan Carlos.

¿Qué pasa cuando se quiebra la confianza?

Cuando se perpetúan dinámicas así, en donde el quiebre de un acuerdo, el engaño y las mentiras producen el término de una relación, resulta muy difícil recomponer la confianza, dice Felipe Matamala, psicoanalista de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ICHPA) y de la Northwestern Psychoanalytic Society and Institute (NPSI) de Seattle, Washington.

“Cuando hacemos un pacto con otro, depositamos nuestra fragilidad en esta persona y confiamos en que será respectado. Cuando este acuerdo se quiebra, termina siendo muy complejo de recomponer porque depositamos toda nuestra confianza, nuestros miedos y nuestra angustia en esta persona que demostró no ser confiable. Y qué queda para esos acuerdos implícitos que, inconscientemente, dábamos por sentado. Y eso se desmorona. El rompimiento de los pactos termina generando en la pareja una sensación de desconfianza, de no poder apoyarme en el otro y de por lo tanto, no poder fragilizarme con el otro”, asegura el especialista.

Sin embargo, quedarse en una relación donde soy transgredido, pero que igual me brinda un apoyo emocional sí es una opción viable para algunos. La razón detrás de esto tiene mucho que ver con la autoestima, explica Matamala. “Muchas veces podemos llegar a sentir, a nivel inconsciente, que nadie más nos podría querer, que no somos merecedores de amor y con quien nos conformamos es a veces con ese ser querido que esté a nuestro lado, pero no de la manera que nos gustaría. Y es que, por miedo o angustia y gatillados por experiencias de soledad, le cargamos a nuestras parejas un peso que no les corresponde”, dice.

Y es que sentirse merecedor o no de amor se llega a relacionar con qué tan dispuesto estoy a quedarme en una relación que me daña. “A veces encontramos parejas en la vida que van a destiempo con nosotros, que quizás no desean lo que nosotros queremos, y por mantener guardado un cierto amor, un cierto cariño, y por evitar sentirnos solos porque no sabemos o porque no hemos aprendido a convivir con nosotros mismos, terminamos guardando estos amores que a veces no hacen daño, pero otras veces, sí”, asegura el psicoanalista.

Y esto pasa porque nos cuesta comunicar qué es lo que necesitamos, sigue el especialista. “A veces tengo miedo de comunicarle al otro qué quiero y deseo y qué no quiero porque muy probablemente tenga mis propias historias, miedos y angustias y eso termina siendo muchas veces incapacitante para expresarle al otro lo que yo deseo. No lo podemos decir porque tenemos miedo a perder, quedarnos solos y terminar quedándonos con nosotros mismos. Se nos olvida a veces que somos también una buena compañía”, cierra.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.