Tricotilomanía, o la manía de arrancarse el pelo




Cuando Macarena (44) vió por primera vez a su hija Emilia —de entonces 6 años— tirar sus pestañas hasta sacarlas, supo inmediatamente que no era sólo un juego o un accidente. Psicóloga de profesión y mamá de 3 hijos, Macarena tenía una noción de lo que este comportamiento podría significar. Si bien Emilia estaba viviendo la transición desde educación preescolar a básica, con cambio de curso y de compañeros, una etapa que puede ser estresante para muchos niños, Macarena entendía que esto no era una manifestación simple de ansiedad y decidió consultar con un psicólogo.

A pesar de que Emilia comenzó una terapia al poco tiempo de mostrar los primeros síntomas, sus comportamientos compulsivos en relación al pelo no paraban. El problema de Emilia fue migrando y comenzó a sacarse pelos de la cabeza uno a uno con los dedos, la obsesión que se asocia con más frecuencia a la tricotilomanía. Un trastorno ansioso que puede parecer casi irreal para algunos pero que afecta a mujeres principalmente y que se desencadena comúnmente en la infancia.

La psicóloga clínica Caterina Bruzzone especialista en trastornos vinculados a comportamientos compulsivos asociados al cuerpo y adicciones explica que para muchas pacientes el inicio de la tricotilomanía tiene poco que ver con un comportamiento ansioso y más con un tema de sensibilidad corporal. “Si bien está dentro de los trastornos ansiosos en los manuales de diagnóstico hay un montón de factores que contribuyen a que la persona desarrolle un problema con el pelo”, explica. “Un ejemplo son las alergias. La mayoría de las pacientes con tricotilomanía son extremadamente alérgicas”, comenta Caterina. Y puede ser a partir de algo tan común como una picazón en el cuero cabelludo que las niñas comienzan a rascarse la cabeza de manera compulsiva, desarrollando una hipersensibilidad. La especialista agrega que, además, las pacientes con tricotilomanía suelen mostrar una integración de los sentidos del tacto y la audición muy sensible. “Son niñas muy hábiles con las manos, tienen una motricidad fina impresionantemente desarrollada y con esa misma habilidad se sacan hasta los pelos más pequeños de las pestañas o las cejas”, explica la psicóloga.

Emilia partió tirando sus pestañas hasta sacarlas pero, en el 2020 durante el periodo de pandemia, tuvo una recaída y los comportamientos compulsivos la han hecho sacarse el pelo de la cabeza al punto de ir dejando zonas completamente descubiertas. “Al principio asociaba mucho el sacarme el pelo con situaciones de estrés o de nervios”, cuenta Emilia. “Pero ahora es un hábito, estoy acostumbrada”. Tal como explica la psicóloga Caterina Bruzzone, para Emilia la tricotilomanía va más allá de un comportamiento gatillado por situaciones de estrés. “Pasa cuando estoy sola, en el colegio o en eventos sociales. Trato de evitarlo en celebraciones familiares o con amigos pero donde más ocurre es en el colegio y en la casa independiente de si estoy con más gente o no, e independiente de si son momentos estresantes o de nerviosismo”, dice y agrega que a veces, en situaciones de tensión, aumentan las ganas de sacarse el pelo pero no están relacionados ambos elementos siempre.

Si bien los especialistas no han logrado determinar el por qué, sí existe consenso respecto a que la tricotilomanía afecta principalmente a mujeres y suele desarrollarse entre los 7 y los 11 años según explica Caterina Bruzzone. La especialista agrega que hoy es más frecuente recibir consultas por pacientes infantiles pero que, hasta hace pocos años, las mujeres llegaban a consultar por este problema ya en la adultez. “Por una parte hay más información pero también en la pandemia este fue un trastorno que se desató y aumentaron muchísimo las consultas”, explica la psicóloga. Sin embargo, incluso hoy que el panorama es más abierto para abordar este tipo de condiciones, según un estudio realizado por especialistas del Departamento de Psiquiatría y Neurociencia del Comportamiento de la Universidad de Chicago, la mayoría de los pacientes con tricotilomanía convive con este trastorno en silencio.

“Las personas con tricotilomanía raramente buscan tratamiento psicológico o psiquiátrico para esta condición”, explica la publicación. En el documento, los especialistas atribuyen esta inacción a las consecuencias sociales que puede tener asumir un trastorno como éste o a explicar los comportamientos compulsivos simplemente como un “mal hábito”.

Precisamente esta noción predominante en torno a la tricotilomanía que asocia el comportamiento a un acto que puede corregirse a través de una mejor disposición o de la voluntad es algo que Emilia ha tenido que enfrentar. “Mucha gente dice ‘pero, deja de sacarte el pelo’, como aludiendo a que si no quieres hacerlo, simplemente no lo hagas”, comenta. “Pero si fuera así de fácil nadie tendría este trastorno”. Macarena, su mamá, aclara que incluso para ella como profesional de la salud fue difícil comprender cabalmente que el problema iba más allá de una mala costumbre. “Tal vez lo más importante es entender que este trastorno va más allá de la voluntad. No basta solo con el deseo de no querer sacar el pelo”, explica. “La recuperación es un proceso lento, con constantes recaídas, y que hay que acompañar”, agrega. “Lo más difícil es comprender que nosotros como papás no podemos frenar la conducta por más que queramos y hay que trabajar en esa tolerancia”. Macarena y Emilia saben que a pesar de la ayuda terapéutica este es un problema que probablemente la acompañe toda la vida y es la propia paciente la que puede apoyarse en diferentes estrategias para manejarlo. “La tricotilomanía no soy yo. Mi vida no gira en torno a la tricotilomanía”, explica Emilia.

Para combatir este trastorno la recomendación suele ser la terapia cognitivo conductual como un trastorno ansioso del grupo obsesivo-compulsivo pero, Caterina Bruzzone, explica que en su experiencia clínica ha tenido buenos resultados abordando el tema desde el punto de vista de una adicción. “Cuando lo piensas como una adicción entiendes que hay algo de la conducta que genera placer”, explica la psicóloga. “A las pacientes les cuesta mucho reconocerlo frente a los familiares porque sienten que están locas”, comenta pero enfatiza que estos comportamientos pueden llegar a producir una sensación similar a la de consumir alcohol en exceso u otras sustancias. Entender esa dimensión del problema puede hacer una gran diferencia al momento de abordarlo y entregar estrategias adecuadas para cada mujer. “Cuando las personas le piden a un paciente que le ponga un poquito más de voluntad o que dejen de sacarse el pelo, no están entendiendo de qué se trata”.

“Mucha gente dice ‘pero, deja de sacarte el pelo’, como aludiendo a que si no quieres hacerlo, simplemente no lo hagas”, comenta. “Pero si fuera así de fácil nadie tendría este trastorno”.

Si bien Emilia comenzó un tratamiento psicológico en la infancia, los prejuicios que hacen que pacientes como ella se sientan locas y reticentes a pedir ayuda pueden estar incluso en la consulta médica. “Cuando empecé el tratamiento con una psicóloga especializada en el tema me di cuenta que no era la única a la que le pasaba esto”, explica Emilia. Si bien reconoce que terapias anteriores con otros profesionales también habían ayudado, abordar el tema con un especialista que conozca sobre el trastorno es fundamental. “Al principio me sentía como una loca pero aprendí que no estoy sola y que hay mucha gente a la que le pasa esto y no lo comenta”, agrega. Macarena coincide en que una de las piezas más importantes de este proceso ha sido el pedir ayuda terapéutica a tiempo y a las personas correctas. “Ante el primer evento se debe pedir ayuda, pero a quienes conocen este tema. Los abordajes son distintos y pueden cambiar el curso de este diagnóstico”, explica. La mamá de Emilia agrega que otro de los puntos clave para acompañar a alguien que vive con este trastorno es evitar la frase “se le va a pasar” o asumir que se trata de conductas de manipulación o que buscan llamar la atención. “Este camino está lleno de frustraciones, pero también de esperanza. Y que hay que transmitir seguridad para empoderar a la persona que lo vive, para que sea ella quien lo aprenda a manejar”.

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